En el taller del alma maduran los deseos,
crece, fresca y lozana, la ternura,
imitando tu sombra,
inventando tu ausencia
tan honda y sostenida.

Hoy te sueño,
amante:
estrella en alto, huella
de una violeta lenta.

Oscuramente bella la soledad germina en torno de mi cuerpo.
Hoy te sueño, amante:
jugamos a la brisa y al frío.
Tu nombre suena
como tibia pureza inimitable.

Y del cielo a la tierra,
de aquella estrella en alto al dulce ruido de tu pecho,
bajan con inefable rapidez
y como espuma roja
apresurados besos,
recios besos,
crueles besos de hielo en mi memoria.

Un grito de agonía, una blasfemia
vuelve grises tus senos,
y mi sueño,
y esa noble fragancia de tu sexo.
¿Qué esperamos, hermana,
de esta reciente aurora
que nos fatiga tanto?
Mira la estrella,
es blanca, no es azul.
Mírala, y que tus ojos perduren como rosas perfectas.

Efraín Huerta

Au creuset de l´âme se forgent les désirs,
croît, fraiche et touffue, la tendresse,
imitant ton ombre,
inventant ton absence
si profonde, si soutenue.
Aujourd´hui je te songe,
amante:
étoile au sommet, trace
d´une lente violette.

Obscurément belle la solitude germe en mon corps.
Aujourd´hui je te songe, amante:
jouons au vent et au froid.
Ton nom me semble pureté, froide et inimitable.

Et du ciel à la terre,
de cette étoile au sommet au doux bruit de ton sein
descendent à ineffable vitesse
tels l´écume rouge
de hâtifs baisers,
durs baisers,
cruels baisers de glace en ma mémoire.

Un cri d´agonie, un blasphème
vire au gris tes seins,
et mon rêve,
et le noble parfum de ton sexe.

Qu´attendons-nous, ma soeur,
de cette aurore naissante
qui nous fatigue tant?
Vois l´étoile,
elle est blanche et non bleue.
Regarde-la, et que tes yeux demeurent des roses parfaites.

Efraín Huerta
Traduction de Claude Major

Y, desdichada, hallarte vibrante de violetas,
celeste, submarina, subterránea,
ahijada de las nubes,
sobrina del oleaje,
madre de minerales
y vegetales de oro,
universal, florida,
jugosa como caña
y ligera de brisas
y cánticos de seda.

Desdichada penumbra al encontrarte
negándose tu cuerpo a mi deseo,
dándose al día siguiente,
circulando en el aire que respiro,
diseñando mi vida,
mi agonía
y mi muerte sencilla,
y mi futura muerte
entre los muertos.

Ah tu cordial miseria de caricias,
el gesto amargo de tus manos
y la rebelde fuga de tu piel,
cómo me decepcionan,
me castigan y ahogan,
hembra de plata líquida,
insobornable y mía.

Y tu noche de gritos y gemidos,
alimentando vida, creando luz,
provocando sudor, melancolía,
amor y más amor desfallecido,
tumultos de palabras,
mi desdichada niña,
olvidándote, sí, casi perdiéndote
en el ruido de torsos y sollozos.

Pero siendo destino, siendo gloria
tus cabellos castaños, tus miradas
y tus feas rodillas de suave juventud.

Efraín Huerta

Fuiste cuando el silencio era una voz de llovizna,
cuando sabias corolas daban el equilibrio al corazón de junio
y claras lunas tibias como pequeñas ruedas
llevaron al abismo los insomnios por turbios
y los deseos por vivos y angustiados.
Indelicada rosa blanca.
Desesperada rosa tierna.
Dueña del infinito y precursora de la contemplación y el tedio.
Rosa blanca: viviste puramente,
como apasionada y cansada frialdad,
como alba derrotista.
Eras como un dolor inmóvil
pero ceñido de ansias.
Te guardaba en mis manos creyéndote un silencio de nieve.
Eras torre y sirena.
Eras madera blanca o brisa.
Eras estrella distraída.
En las noches parecías una selva despierta,
muy mojada. Y al día
siguiente eras perla gigante
o tremenda montaña
o cristalina y rauda flor del tiempo.
Yo te seguía con furia y esperanza.

Vivo dueño de nada con tu muerte.

Vivo como una astilla de tristeza.

Efraín Huerta

Lo que más breve sea:
la paloma, la flor,
la luna en las pupilas;
lo que tenga la nota más suave:
el ala con la rosa,
los ojos de la estrella;
lo tierno, lo sencillo,
lo que al mirarse tiembla,
lo que se toca y salva
como salvan los ángeles,
como salva el verano
a las almas impuras;
lo que nos da ventura e igualdad
y hace que nuestra vida
tenga el mismo sabor
del cielo y la montaña.
Eso que si besa purifica.
Eso, amiga: tus manos.

Efraín Huerta

Muy buenos días, laurel, muy buenos días, metal, bruma y silencio.
Desde el alba te veo, grandiosa espiga, persiguiendo a la niebla,
y eres, en mi memoria, esencia de horizonte, frágil sueño.
Olaguíbel te dio la perfección del vuelo y el inefable encanto de estar quieta,
serena, rodilla al aire y senos hacia siempre, como pétalos
que se hubiesen caído, mansamente, de la espléndida rosa de toda adolescencia.

Muy buenos días, oh selva, laguna de lujuria, helénica y ansiosa.
Buenos días en tu bronce de violetas broncíneas, y buenos días, amiga,
para tu vientre o playa donde nacen deseos de espinosa violencia.
¡Buenos días, cazadora, flechadora del alba, diosa de los crepúsculos!
Dejo a tus pies un poco de anhelo juvenil y en tus hombros, apenas,
abandono las alas rotas de este poema.

Efraín Huerta

Tú no veías el árbol, ni la nube ni el aire.
Ya tus ojos la tierra se los había bebido
y en tu boca de seda sólo un poco de gracia
fugitiva de rosas, y un lejano suspiro.

No veías ni mi boca que se moría de pena
ni tocabas mis manos huecas, deshabitadas.
Espeso polvo en torno daba un sabor a muerte
al solemne vivir la vida más amarga.

Había sed en tus ojos. Suave sudor tu frente
recordaba los ríos de suave, lenta infancia.
Yo no podía con mi alma. Mi alma ya no podía
con mi cuerpo tan roto de rotas esperanzas.

Tus palabras sonaban a olas de frágil vuelo.
Tus palabras tan raras, tan jóvenes, tan fieles.
Una estrella miraba cómo brilla tu vida.
Una rosa de fuego reposaba en tu frente.

Y no veías los árboles, ni la nube ni el aire.
Parecías desmayarte bajo el beso y su llama.
Parecías la paloma extraviada en su vuelo:
la paloma del ansia, la paloma que ama.

Te dije que te amaba, y un temblor de misterio
asomó a tus pupilas. Luego miraste, en sueños,
los árboles, la nube y el aire estremecido,
y en tus húmedos ojos hubo un aire de reto.

No parecías la misma de otras horas sin horas.
Ya sueñas, o ya vuelas y ni vuelas ni sueñas.
Te fatigan los brazos que te abrazan, paloma,
y, al sollozar, a un lirio desmayado recuerdas.

Ya sé que estoy perdido, pero siempre ganado.
Perdido entre tu sombra, ganado para nunca.
Mil besos son mil pétalos protegiendo tu piel
y tu piel es la lámpara que mis ojos alumbra.

¡Oh geografía del ansia, geografía de tu cuerpo!
Voy a llorar las lágrimas más amargas del mundo.
Voy a besar tu sombra y a vivir tu recuerdo.
Voy a vivir muriendo. Soy el que nunca estuvo.

Efraín Huerta

Miro pasar las nubes de la noche.
Miro pasar tu cuerpo, tu sombra de laurel.
Oigo los sueños de la noche
(nubes también, o aves)
y conozco el misterio de lo eterno,
la sabia voz de lo desconocido.

Oigo ese sueño jubiloso de la mujer amada,
el negro sueño de los asesinos,
el sueño doloroso del niño.

Y no hay sueño en la noche
que no parezca ser mi propio sueño.

Miro pasar los sueños
como navíos cargados de esperanza.
Y hay un hombre en el sueño
y el hombre sueña rosas, sueña sangre,
sueña su propia infancia
y una lágrima turbia le corre por el rostro.

Un poeta que sueña
(viva imagen del sueño, estatua desolada)
gime en el sueño y pide
la nueva voz del ansia y el grito del amor.
Sean el sueño y la paz para el poeta.
Sean la dicha y el pan para el poeta.
La libertad para el poeta.

Miro el puro prodigio de los sueños.
El sueño de tu cuerpo, los laureles
de tu sombra en la sombra
de esta noche de encendidos perdones.

Oigo ese sueño amargo del traidor en su nido,
su aurora mutilada,
su larga noche de agonía,
su pasión de belleza y de martirio.
(Profunda noche o cabellera
para el ciego del alma).

Oigo el suave nacer de los amores,
el suspiro anhelante, el beso despiadado.
Oigo ese fuego lento
de un pobre amor sin patria
y de un amor tan noble como el llanto.

Oigo el amor en triunfo:
la estrella temblorosa en su trono de luz,
la enamorada música, la selva
de estremecidos pasos de gacela
y las hojas que caen
como abrazos perdidos.
¡Amor encarcelado, amor divino,
atormentado amor, espiga de dulzura!

No hay amor en la noche
que no parezca ser mi propio amor.

Van los navíos del sueño
por el profundo mar de la esperanza;
los oigo navegar, ebrios, danzando
la danza de una noche constelada de espinas.

Va mi sueño en los sueños
de bondad, en los sueños
que despiertan al mundo, virginales,
y en el sueño marchito
y en el doliente sueño
de una infinita adolescencia.

Resplandece tu sueño,
tu sueño de laurel y mariposa,
y lo miro pasar
como una espada en vuelo,
desnuda de dolor, virgen de heridas.

Y no hay vuelo en tu sueño
que no parezca ser mi propio vuelo.

Miro pasar un ángel
y un silencio de bosques,
como una catedral de frías cenizas,
me envenena los ojos, los oídos,
y penetro en el alba
con los brazos abiertos al corazón del mundo.

Efraín Huerta

Lily me espera a las 11 en el puente del rey Carlos,
al pie de San Juan Nepomuceno, santo de piedra,
santo de agua, mudo, ahogado.
Lily cree en Dios y yo corro hacia ella
y hacia el río y después
los dos iremos hacia las colinas,
hacia el Castillo, hacia la Catedral,
y caminaremos la Callejuela de los Alquimistas
donde Lily descubre oro en las puertas y en las flores
y uno es un gigante que no cabe en las pequeñas casas.

Veremos grandes patios, hermosos panoramas,
y ella me obsequiará el prometido retrato de Neruda
—del viejo checo Jan, no del chileno Pablo—
y yo habré de contarle cómo es el mar
y si algún día regresaré.

Lily me dirá que cuente con ella
y que Praga es mi novia
y que ya no sueñe con las noches danubias
ni con «la negra Viena de los ojos azules»,
porque aquí, a nuestros pies,
un río de bronce y plata nos mira
y es un río que se llama Voltava.

Corro porque Lily me espera
y es posible que ya no crea en Dios
—lo que sería sencillamente horrible para ella.
Sus ojos que tanto han llorado deben mirar
hacia la dulzura del santo que no dijo nada
como ella tampoco parece decir nada cuando la beso
y en su español murmura «No me beséis»
y yo tengo que reírme y casi me muero de risa.

Al día siguiente
—porque ya Carlos Augusto León se ha ido a Zurich
a volar hacia América con su medalla de oro
en el pecho y sus cuentos de llaneros venezolanos—,
al día siguiente bailaremos valses
y al otro día Lily  (sólo me queda ella)
esperará el filo de oro de la tarde
para llevarme hasta la puerta del Cementerio Judío
y dejarme de la mano de Dios
para que yo solo con mi alma pise aquellas flores de pavor
y me quiebre los ojos sobre las lápidas labradas
llenas de siglos
y a media voz recuerdo el poema de Nezval.
Porque ahí sólo pisamos la ceniza
y Lily, que cree en Dios,
no quiere entristecer su adoración
por el pequeño Niño Jesús de Praga
que se quedó en su nicho, allá en lo alto de laMalá Strana
con sus quince vestiditos de oro y plata de todos los colores.

Y entonces, como no hay nada ni nadie a la vista,
sueño que los viejos huesos crecen en los dorados árboles
y que una flor tiene la lengua de fuera
porque Lily debe estar loca
y los rabinos están hechos polvo
y en la sinagoga el candelabro mueve los brazos
y el gran Libro abierto me habla
y la palabra «nazis» me da náuseas
y debo entonces pedir la paz en todos los ríos
y para todos los poetas, hombres, niños, mujeres,
y no solamente para la turbia paz del Cementerio
ni la paz para la ceniza que se come
ni para las astillas de huesos que recogí en Oswiecim
ni mucho menos la paz del ghetto de Varsovia.

Por eso, Lily, que cree en Dios y es hermosa y católica,
me dice que si estoy en Praga es porque soy malo
y debo ser un sanguinario  comunista
pero que todo me lo perdona
(es tan buena) porque le corrijo su español
y le cuento de mis amigos de México y de las estrellas de cine
y que hay un pueblo lleno de canales y  guitarras
y dos terribles volcanes muertos cubiertos de nieve
y para su consuelo una gran cantidad
de iglesias y mucho sacerdotes.

Por eso corro y dejo atrás la fina lluvia
y ya no quiero tampoco  recordar la fría tierra deLídice,
porque me encanta la vieja ciudad y aunque me canse
(cuando regrese a México haré que me operen)
no puedo dejar a Lily con sus panes
y sus frutas,  tampoco con sus ojos
que parecen ojos de santa flagelada
ni con su amarga risa de niña.

No me pierdo por Praga, porque ¿cómo perderme
en brazos de una novia amorosa?
Lily me dijo apenas ayer que me entregaba
el corazón de la ciudad
y yo me bebo el aire del río
y va no le pido más porque nada me niega
y porque debo llegar a una hora fija, a las 11,
al pie de San Juan Nepomuceno,
santo de piedra,
santo de agua,
mudo,
ahogado.

Efraín Huerta