Los vemos diariamente vendiendo sus cascotes labrados
dentro la ventolera de las calles entre otros rebuscadores de monedas.
 
Ellos están callados.
Cuando ya hemos charlado, sonríen.

Un silencio igual al que campea por sobre encima de las cosas
se me contagia.
Y yo también sonrío —¡muy ojalá!— como ellos.

Me consuela y me feliz cita saber y sentir
que hay de ellos habitando mis sangres.

Y yo también voy callado por la vida. Mirando y viendo.
Sintiendo y callando desde el fondo.
Entonces es cuando vuelvo a re sonreír.

Ellos allegan la raíz ahí nomás, acánomás.
Hasta que alguno de nosotros toque
Y siempre alguno de nosotros toca. Igual de callado.

Imagino, sin excusas, un perdón.

Lo escribo como pudiendo, mi querer, que así sea…

Horacio C. Rossi