Sobre la cresta de la ola
al movimiento incesante del viento,
en medio de un lago sediento,
y sobre el barco de mis sueños,
—pienso en Ti.

Mirando siempre hacia adelante,
dejando que el sol broncee mi cara
y el aire —un poco frío— despierte mi alma dormida,
refresque mis ilusiones pasadas, y avive la imaginación perdida.

¿Qué puedo añadir más?

Un paisaje fantasmal,
rodeada en mi embarcación
de montañas enormes que en eterno desafío
alcanzan con sus cabezas
—unas desnudas,
otras arboladas,
aún otras de canas blancas—,
a besar el cielo
a estar rodeadas de nubes en los valles,
a alcanzar el sol con los dedos,
mientras está aquí abajo lloviendo,
y si las miras sólo te originan respeto,
deseo de volar hacia ellas,
y, en la cumbre ya,
tocar el cielo con los dedos.

Todo me hace pensar,
río, lago y mar,
valle y alta montaña,
sol y nocturna oscuridad,
en la tierra nueva celestial
que está esperándome,
mostrándome ya ahora un pálido reflejo
de lo que espero alcanzar,
en el que ya no separará la mar,
ni arrogantes montañas se elevarán,
sino todo será paz, armonía, felicidad,
al caminar sobre el lago de cristal,
en el que un pequeño pez
vendrá a juguetear con mis pies,
y una brisa matinal
me despertará de este sueño fatal
para gritarme en alta voz:
«Alma, disfruta ya de libertad»,
Cristo, tu Redentor,
ha abierto para siempre ya
las puertas del paraíso terrenal.

María Dolores Ouro Agromartín

Oh, pajarillo
Que alegras con tus trinos
Mi vida hoy enlutada
Por la muerte de un amigo.

Te cogí en mis manos
Apenas recién nacido
Y con tus alitas
Aún cortitas
Y llenas de rocío.

Me miraste a los ojos
Oh, lindo pajarillo,
Con la inocencia fresca
De un ser recién nacido,
Abriste tu lindo piquito
Y con tu tenue pero firme trino
Me decías entre líneas
Que eras mi fiel amigo.

Contestabas a mis quejidos
Con tus continuados trinos,
mirabas mis lágrimas
Con tu lastimero quejido.

Te dejé un ratito
Para tomar el desayuno,
Volví para verte
Y ya te habías ido.

Te busqué
Aún sentía el cosquilleo
De tus tiernas patitas
Sobre mi mano,
Aún estaba en mis pupilas
El recuerdo de tu cabecita
Contorneándose y mirando,
Y te seguí buscando,
Y te encontré.

Habías muerto.
Tenías paz en tu mirada
Y tu cuerpo rígido como el hielo.

Cuán triste y corta
Había sido tu experiencia,
Pero nos habíamos amado
Durante un corto instante.

Veo ahora otros pájaros
Que me recuerdan a ti.
Oigo el sonido de sus trinos
Que me hablan de ti,
Pero el encanto de esos minutos
No podrá ser sustituído por ninguno,
La dulzura de tu mirada
Quedará escrita para siempre
En mis pupilas, aún húmedas,
Por la cantinela triste de mi pajarillo.

María Dolores Ouro Agromartín

Uno solo en un desierto,
si realmente fuera desierto,
pero es una jungla, un circo,
—un infierno.

Lleno de gente con odio,
envidia y celos,
lleno de vacío
frente a un minúsculo insecto.

¿Cómo a una pulga persigues?
Parezco la sombra de un pigmeo,
síndrome de Blancanieves,
recelo, deseo de azul sin serlo,
pero haciendo la vida imposible al deseo.

Es el monstruo de la locura,
que persigue, espía,
escucha, interpreta,
inventa, desoye,
desprecia…

Con esa actitud, el ser humano
se eleva, se abrillanta más que el oro
de lo que realmente era,
saca punta al intenso deseo
de ser sin serlo.

Finalmente un desierto,
donde sólo el pensamiento
viaja libre, sin ataduras,
donde sólo la confianza divina
inspira valor al día,
donde la musa de la inspiración
alimenta el alma mía,
donde el sol de la compañía
se cierne sobre mi vida,
y la juvenil alegría
retorna la cabalgadura,
toma brío, despega, alucina,
descansa en Dios,
y agradece a su majestad divina
la constante compañía,
el único que ama sin recelo,
el único amigo y guía,
el único consuelo
para esta mi vida de oficina.

María Dolores Ouro Agromartín

Un muro que abaten
las olas del temperamento
inquieto y desenfadado,
una playa donde el mar de los sentimientos
con el vaivén del viento
de las circunstancias
se retrae o actúa,
un faro en medio
de la oscuridad
de la vida vacía
que ilumina el sendero,
un barco seguro
que las aguas no anegan,
que viaja tranquilo
entre las tormentas
del desánimo, de palabras hirientes,
de lágrimas de rabia,
una gaviota blanca
llena de paz y de alas doradas
por el sol de la alegría,
una roca en medio
del océano de las dudas,
anclada en el tiempo,
milenaria, siempre eterna,
un timón y un radar a la vez,
el sentido a la vida,
una vida con sentido,
controlando las circunstancias,
el ambiente, el iceberg
de los sentimientos congelados,
una isla en un paraíso perdido
lleno de refrescantes palmeras,
dando sombra al viajero cansado,
un delfín gracioso e inteligente
lleno de ternura,
una ballena que cantúrrea
en la noche de mis tristezas,
un eterno sinfín de cosas buenas,
eso eres tú, mi Dios,
y yo el que te causa tantas penas,
ayúdame a llegar a buen puerto
con tu compañía eterna.

María Dolores Ouro Agromartín

Bajo el cielo azul
se destaca una sombra
tan encantadora
como La Coruña.

Diríase toda de cristal
reflejando el mar
o quizás las cristaleras
que adornan las veredas.

Pudiera ser de cartón
rompiendo el molde del color
rompiendo las estructuras
desafiando incluso al sol.

Subiendo por las escaleras
preparadas en caracol
se observa un paisaje
que ningún humano imaginó.

Los barcos al pasar
agradecen su iluminar
puesto que sin ella
muy negro sería el mar.

Quizás la construyó Hércules
quizás un desconocido autor,
lo que sé es que como bonita
no conoce parangón.

Una gaviota volando
al pasar se queda mirando,
interrumpe el vuelo
mientras el sol va dorando
la cúpula, el cuerpo, las bases
de aquella mole gigantesca
dulce y tierna,
que se levanta, se acuesta
con esa multiforme esfera
que la rodea.

Si hasta ahora no adivinas
de que te hablo, lector,
cierra los ojos,
imagina, sueña,
deja tu espíritu cabalgar
sobre la andadura del tiempo,
no te detengas
sueña, divaga, libérate
y te encontrarás
cara a cara
con la torre magistral de Hércules,
patrimonio nacional.

María Dolores Ouro Agromartín

Tú, dentro de mí,
animando
para que no pierda el ánimo,
sonriendo,
con una sonrisa especial,
abrazando,
con tus brazos eternos.

Siento tu presencia
en mi soledad eterna,
siento tus manos
que limpian mis lágrimas
que no son externas,
siento un vacío
que sólo llena tu presencia.

Siento un viento fresco
que rodea mis mejillas
y me susurra sin cesar:
tú, sola no estás.

Gracias, Señor, por tu constante amistad
gracias, Señor, por tu amor,
sólo deseo verte pronto
para no tener necesidad
de tu invisible presencia,
de tus invisibles abrazos,
sino de tu presencia eterna.

María Dolores Ouro Agromartín

La oscuridad nocturna caía lentamente sobre la ciudad cristalina,dejando una estela multicolor sobre la majestuosa figura del gigante depiedra, cuya potente luz comenzaba a dar vueltas como si buscase algúnnaúfrago en peligro, como si su ojo avizor quisiera penetrar enlos recónditos parajes rocosos buscando interrumpir a alguna parejaenamorada.

Daba vueltas, sí, mientras el azul y el rojo luchaban cuerpoa cuerpo con el negro para ver quién prevalecía. Esa luzartificial daba la indicación para que las luces de neóncomenzaran a iluminar el aspecto festivo del verano, de esa ciudad dormidaque comenzaba a balbucear sus primeros pasos, que tomaba unos helados paracelebrar la llegada del verano.

De repente, sin apenas percibir el cambio de temperatura en el ambiente,una ligera brisa despierta mi mirada perdida en el horizonte de fuego,buscando quizás despertar los sentidos a la realidad de la soledadde esa noche estival.

Recuerdos, sí, palabra tan nostálgica y pasajera que serepite con cada llegada del verano; ese olor a romero en el aire calientey el canto sonoro de los pájaros cuentistas, que interrumpen laprofundidad de los pensamientos. Ese reflejo en los cabellos del sol quejuega al escondite con el viento y que descubren, entre tanto, unas canas,aunque disimuladas por el bote de pintura caoba, que coronan la fragilidadde la belleza. Sí, también oigo allá a lo lejos, larisa inocente y burlesca de los niños que traen a mi memoria elrecuerdo de esa infancia, ya lejana, pero vivida intensamente.

De repente, sobre el flujo de mis pensamientos prohibidos, salta a lavista la espuma que deja sobre las olas, un barco pesquero, que atraviesafeliz de su cargamento, la preciosa fuente de su trabajo. Me salpica yme recuerda el agua fría, mi cruda realidad, antes bonita, fuentede deseo, espuma, acompañada por la comodidad y la lujuria del momento,siempre oportuno, de la alegría de los primeros años, delsinsentido de la irresponsabilidad femenina, cuando la frivolidad y lavanagloria de la hermosura llevaban aparejados la vanidad y el galanteo.

Pero con la madurez, quizás sólo física, y la apariciónde las primeras marcas del tiempo, recuerdan que la espuma borra el gloriosopasado, se pierde en el océano de la vida y sólo es una estela.

Me quito las gafas de sol, que ya no tienen lugar en ese momento reflexivo,y descubro a mis pies, todavía con el reflejo de la luz vespertina,unos pececillos dorados y plateados, que cayeron víctima de un engaño,en las redes de pescadores fornidos, arrugados, experimentados, maduros,con olor penetrante a sal, pero felices.

Sí, otra etapa de mi vida, sola, con arrugas, experimentada,frágil, con olor penetrante a melocotón maduro, pero llenade ilusiones ante la espuma del tiempo, deseando dejar una estela en elcamino, y decidida a continuar cuando, miro a mis pies y descubro un pececillodorado que todavía está vivo y que lucha por sobrevivir entrela frontera de lo conocido y lo por venir; lo tomo en mis manos, le sonríotiernamente mientras contornea sus ojos suplicantes, y sin pensar más,con un halo de juventud renacida por la expectación, lo lanzo alagua —deseosa de tener más habitantes en sus parajes— y comienzaa aletear y a vivir; herido y desengañado, pero vivo, libre, ágil.Y me voy, con esa imagen de futuro en mi vista, en mi cabeza y sobretodoen mi corazón esperanzado de proyección tridimensional.

María Dolores Ouro Agromartín

No me mires así,
Ojos del alma mía,
Que desconozco el motivo
De vuestra melancolía.

Desconfianza, celos, recelos,
Caricias, abrazos, besos.
Noches de luna,
Lágrimas de ternura,
Halos de locura,
Búsqueda infatigable
De muestras de desasosiego,
Miradas en los cajones,
Búsqueda en los bolsillos,
Espionaje en el teléfono,
Preguntas, locura,
Ojos de ira,
Ternura descomedida,
Besos, abrazos y caricias.

¿Cuál es el motivo
de tan gran desvarío?

No hay razón para el celo,
Para el odio y el recelo,
Para la lucha de dominantes,
Para la vida sin incentivos.
Si tú eres así,
Prefiero dejarte de lado,
Si te muestras en la locura,
Prefiero la paz y la holgura,
Si me miras con esos ojos,
Prefiero la oscuridad nocturna.

¿Por qué esa melancolía? ¿Por qué?

Unos días, algazara y gozo,
Otros días, enojo,
Unas horas tranquilizadoras,
Otras horas nerviosas,
Desvarío, locura, desasosiego,
Seguido de gozo y sueño,
Noches de mirar a la luna,
Días de sol y alegría,
Puentes de mil caminos,
Terremotos y maremotos.

Ah, la vía mía,
Que terrible combate,
Noche y día,
Día y noche.
¿Y a esto lo llamas amor?
¿Es esa su definición?

Si el amor es locura,
Desvarío, ojeras y lamentaciones,
Alegría, gozo, reposo,
Sueño, aplausos y besos,
Si tal desequilibrio
Se encuentra en el amor,
Prefiero mil veces la muerte
Que correr tal suerte,
Prefiero morir libre y sola
Perdida en un monte,
Que vivir torturada,
Que amar con recelo,
Que tener viejas heridas en el alma,
Miradas que clavan
La sinrazón del desamor.

Vete, quizás mañana,
Desee mirarte de frente
Y desafiarte a cambiar
La definición del amor.
¿Qué es amor?

María Dolores Ouro Agromartín

Cuando miro el cielo azul
Con el sol enfrente nublando
La vista,
Alcanzo a ver un pájaro
Que viene hacia mí,
en vuelo presuroso,
como si quisiera comunicarme
un mensaje.

Se acerca, se acerca,
Pero cuando está llegando
Junto a mí,
Desaparece en el cielo azul
Con el sol enfrente,
Cegando la vista.

Y mi imaginación se dispara
También, en vuelo presuroso,
Te busca, te anhela, te desea,
Te habla, te pregunta, te ama,
Señor, y también te olvida,
Quizás tan pronto como ese pájaro
Revoloteando y desapareciendo.

¿Dónde estás tú?
No llego a verte,
No alcanzo a hablarte
Y sobretodo, no te oigo.
¿Dónde estás tú?
¿Dónde te escondes?

Quizás en esa gruta, en mi vida,
Quizás en mi popularidad,
Quizás en el dolor,
Quizás en la sonrisa dulce
Del sol ardiente.

Pero no, yo sé que no estás ahí.

¿Dónde estás tú?
¿En esa cruz cristiana?
¿En ese cielo estrellado?
¿En el sol del mediodía?
¿En la iglesia más cercana?

No Señor, sé que no estás ahí.

¿Dónde estás tú?

Y tú me respondes,
Sin responder,
En cada humano que tú creaste,
En mi corazón,
A mi lado,
Y si yo lo permito,
Dentro de mí,
A cada momento,
Animando, ayudando,
Soportando mis flaquezas,
Decidiendo cuando me faltan
                                — las fuerzas,
amando, amando, amando
sin fin y con proyecto de futuro.

María Dolores Ouro Agromartín

Refugio en la tormenta
De mis sentimientos,
Roca en el oleaje
Que golpea fuerte mi ser,
Sol que ilumina
El sendero oscuro y escabroso,
No hacen falta rimas
Ni medidas
Sino sólo simpatía,
Isla en medio de este mundo
Donde todo es ideal,
Isla perdida donde nadie lastima
Donde libremente puedes pensar,
Amar, aborrecer, destruir
Y volver a empezar,
Silencio en medio de mi soledad,
Paraíso celestial,
Hermosa isla
Donde puedo descargar
Mis tensiones, mis iras,
Isla maravillosa
Nocturna o diurna,
Siempre dispuesta en mi.

Nadie se entromete,
Encanto o desencanto,
Amor y alegría,
Odio y deseo
Pero siempre dispuesto,
A veces no son necesarias
Palabras, ni ideas,
Ni forma ni color,
Sino sólo un vacío,
Un descanso,
Un oasis,
Una palmera,
Un cero a la izquierda,
Vacío, vacío, vacío.

Pero qué descanso,
El alma queda libre
Y descabalgada
Una página en blanco
Donde dar rienda
Suelta al deseo,
Volver a empezar,
Agradecer tanta bondad,
Rodeada de peligros,
De animales malignos.

Con una paisaje paradisíaco
Lleno de montañas,
De corrientes de agua cristalinas,
De un sol radiante
Que ciega la vista
Pero segura en mi isla.

María Dolores Ouro Agromartín