Archivo de la categoría: Francisco de Quevedo y Villegas

A UNA ADÚLTERA

Sólo en ti, Lesbia, vemos que ha perdido
El adulterio la vergüenza al cielo,
Pues que tan claramente y tan sin velo
Has los hidalgos huesos ofendido.

Por Dios, por ti, por mí, por tu marido,
Que no sepa tu infamia todo el suelo:
Cierra la puerta, vive con recelo,
Que el pecado nació para escondido.

No digo yo que dejes tus amigos,
Mas digo que no es bien que sean notados
De los pocos que son tus enemigos.

Mira que tus vecinos, afrentados,
Dicen que te deleitan los testigos
De tus pecados más que tus pecados.

Francisco de Quevedo y Villegas

SALMO XIV

Perdióle a la razón el apetito
el debido respeto,
y es lo peor que piensa que el delito
tan grande, puede a Dios estar secreto,
cuya sabiduría
la oscuridad del corazón del hombre,
desde el cielo mayor, leerá más claro.
Yace esclava del cuerpo la alma mía,
tan olvidada ya del primer nombre
que hasta su perdición compra tan caro,
que no teme otra cosa
sino perder aquel estado infame,
que debiera temer tan solamente,
pues la razón más viva y más forzosa
que me consuela y fuerza a que la llame,
aunque no se arrepiente,
es que está ya tan fea,
lo mejor de la edad pasado y muerto,
que imagino por cierto
que se ha de arrepentir cuando se vea.
Sólo me da cuidado
ver que esta conversión tan prevenida
ha de venir a ser agradecida
más que a mi voluntad, a mi pecado;
pues ella no es tan buena
que desprecie por mala tanta pena,
y él es tan vil y de dolor tan lleno,
aunque muestra regalo,
que sólo tiene bueno
el dar conocimiento de que es malo.

Francisco de Quevedo y Villegas

DESTERRADO SCIPIÓN A UNA RÚSTICA CASERÍA SUYA

Faltar pudo a Scipión Roma opulenta,
Mas a Roma Scipíón faltar no pudo;
Sea Blasón de su envidia, que mi escudo,
Que del Mundo triunfó, cede a su afrenta.

Si el mérito Africano la amedrenta,
De hazañas y laureles me desnudo;
Muera en destierro en este baño rudo,
Y Roma de mi ultraje esté contenta.

Que no escarmiente alguno en mí quisiera,
Viendo la ofensa que me da por pago,
Porque no falte quien servirla quiera.

Nadie llore mi ruina ni mi estrago,
Pues será a mi Ceniza cuando muera,
Epitafio Aníbal, Urna Cartago.

Francisco de Quevedo y Villegas

DESCUIDO DEL DIVERTIDO VIVIR, A QUIEN LA MUER

Vivir es caminar breve jornada,
Y muerte viva es, Lico, nuestra vida,
Ayer al frágil cuerpo amanecida,
Cada instante en el cuerpo sepultada:

Nada, que siendo, es poco, y será nada
En poco tiempo, que ambiciosa olvida,
Pues de la vanidad mal persuadida
Anhela duración, Tierra animada.

Llevada de engañoso pensamiento,
Y de esperanza burladora y ciega,
Tropezará en el mismo monumento,

Como el que divertido el Mar navega,
Y sin moverse vuela con el viento,
Y antes que piense en acercarse, llega.

Francisco de Quevedo y Villegas

A FLORI, QUE TENÍA UNOS CLAVELES ENTRE EL CAB

Al oro de tu frente unos claveles
Veo matizar, cruentos, con heridas;
Ellos mueren de amor, y a nuestras vidas
Sus amenazas les avisan fieles.

Rúbricas son piadosas y crueles,
Joyas facinerosas y advertidas,
Pues publicando muertes florecidas,
Ensangrientan al Sol rizos doseles.

Mas con tus labios quedan vergonzosos
(Que no compiten flores a rubíes)
Y pálidos después, de temerosos;

Y cuando con relámpagos te ríes,
De púrpura, cobardes, si ambiciosos,
Marchitan sus blasones carmesíes.

Francisco de Quevedo y Villegas

PERSEVERA EN LA EXAGERACIÓN DE SU AFECTO AMOR

En los claustros del Alma la herida
Yace callada; mas consume hambrienta
La vida, que en mis venas alimenta
Llama por las medulas extendida.

Bebe el ardor hidrópica mi vida,
Que ya ceniza amante y macilenta,
Cadáver del incendio hermoso, ostenta
Su luz en humo y noche, fallecida.

La gente esquivo y me es horror el día;
Dilato en largas voces negro llanto
Que a sordo mar mi ardiente pena envía.

A los suspiros di la voz del canto;
La confusión inunda el alma mía;
Mi corazón es reino del espanto.

Francisco de Quevedo y Villegas

PRONUNCIA CON SUS NOMBRES LOS TRASTOS Y MISER

La vida empieza en lágrimas y caca,
Luego viene la mu, con mama y coco,
Síguense las viruelas, baba y moco,
Y luego llega el trompo y la matraca.

En creciendo, la amiga y la sonsaca,
Con ella embiste el apetito loco,
En subiendo a mancebo, todo es poco,
Y después la intención peca en bellaca.

Llega a ser hombre, y todo lo trabuca,
Soltero sigue toda Perendeca,
Casado se convierte en mala cuca.

Viejo encanece, arrúgase y se seca,
Llega la muerte, todo lo bazuca,
Y lo que deja paga, y lo que peca.

Francisco de Quevedo y Villegas

REPRENDE A UNA ADÚLTERA LA CIRCUNSTANC

Sola en ti, Lesbia, vemos ha perdido
El adulterio la vergüenza al Cielo,
Pues licenciosa, libre, y tan sin velo
Ofendes la paciencia del sufrido.

Por Dios, por ti, por mí, por tu marido,
No sirvas a su ausencia de libelo;
Cierra la puerta, vive con recelo,
Que el pecado se precia de escondido.

No digo yo que dejes tus amigos,
Mas digo que no es bien estén notados
De los pocos que son tus enemigos.

Mira que tus vecinos, afrentados,
Dicen que te deleitan los testigos
De tus pecados más que tus pecados.

Francisco de Quevedo y Villegas

SALMO XVI

Ven ya, miedo de fuertes y de sabios:
irá la Alma indignada con gemido
debajo de las sombras, y el olvido
beberán por demás mis secos labios.

Por tal manera Curios, Decios, Fabios
fueron; por tal ha de ir cuanto ha nacido.
Si quieres ser a alguno bien venido,
trae con mi vida fin a mis agravios.

Esta lágrima ardiente, con que miro
el negro cerco que rodea a mis ojos,
naturaleza es, no sentimiento.

Con el aire primero este suspiro
empecé, y hoy le acaban mis enojos,
porque me deba todo al monumento.

Francisco de Quevedo y Villegas, antes de 1613

ENSEÑA CÓMO NO ES RICO EL QUE TIENE MUCHO CAU

Quitar codicia, no añadir dinero,
Hace ricos los hombres, Casimiro:
Puedes arder en púrpura de Tiro,
Y no alcanzar descanso verdadero.

Señor te llamas; yo te considero
Cuando el hombre interior que vives miro,
Esclavo de las ansias y el suspiro,
Y de tus propias culpas prisionero.

Al asiento de l´alma suba el oro,
No al sepulcro del oro l´alma baje,
Ni le compita a Dios su precio el lodo.

Descifra las mentiras del tesoro,
Pues falta (y es del Cielo este lenguaje)
Al pobre, mucho, y al avaro todo.

Francisco de Quevedo y Villegas