Tus pechos fueron los volcanes,
de picos convexos como guindillas quemadas,
donde mis manos araron surcos profundos
de palpitante lava candente.
Tus pechos fueron el lienzo en relieve,
de mi lengua indecente,
que como brocha dentada
de hilos mojados,
pintaba tus senos
con miel transparente.
Tu vientre fue el valle trepidante y fértil,
donde mi boca cadente pastaba silente.
Fue el río ancho de bajada hacia el mar,
cargado de sangre y ganas de amar.
Tus caderas fueron mi silla,
de montura holgada,
porcelana blanca
y asa ovalada.
Tus piernas abiertas de par en par,
la puerta de entrada a tu alma invernal.
Eran hiedras salvajes que trepaban a mi espalda,
en las noches obscuras y de súplica demencial.
Tu cuerpo fue mi tierra, mi hogar; mi campo,
de espinas, de flores, de raíces profundas.
En el que enterré mis ansias ardientes y mi pasiónotoñal.
Mario Barrundia Sánchez