No abras los ojos.
Cuando llegues, no los abras:
déjate llevar tan sólo por los rompientes
del silencio,
por las escarpaduras de mi piel,
por los más recónditos
impulsos de tu rendición.
No los abras:
apaga tu mirada
porque no abrumes la mía
con el apresto de tu encanto.
Abandónate al más absoluto azar:
que entre nosotros
todo sea intempestivo,
caótico y reciente,
como los restos de un naufragio,
como una canción oída al pasar…
Y luego cuéntame lo que queda oculto
al cabo de tus ausencias.
Dime lo que quiero oír:
repíteme la salmodia de tus protestas más tiernas;
ésas que hieren tan blandamente
a ese ausente que conmigo va…

Pedro Sanz

Algo de tu esencia
se me queda en los ojos, Covaleda,
cuando sueño con el perfil de tus montes.
Me asalta un impreciso azar
que me obliga a volver,
obstinado,
tras las memorias olvidadas en tus breñas.
A volver me obligas
en busca de lo perdido.
A entregarme a ese empeño
que me lleva,
como a un amante vencido,
a recoger los fragmentos de un encuentro
fugaz
por los atajos de tus veredas,
Covaleda.

Pedro Sanz

Traigo adheridos los musgos del recuerdo
a las raíces de mis querencias.
No quiero dar tregua
a la vivificante terquedad de la memoria,
aunque a cada asalto vuelva derrotado
a lamerme en silencio las heridas
abiertas por el paso del tiempo.
Ahora que la piel me sabe a pastores y majadas,
me huele a estiércol caliente,
a leche agria, a sendero.
Me suena a risa de arroyos,
a voces y esquilas,
a ecos…
¡Y no quiero acallarlos!
Pastores los que fuerdes a las majadas…

Pedro Sanz

El horizonte se quiebra
una y otra vez
sobre oleadas de pinos y piedras.
Y el cielo,
deslomado en valles y barrancos,
acuna al niño Duero
que dormita entre nieves y prados.
A vuelo de águila, caliginosa,
se pierde la vista con asombro
de rincones recién paridos.
Las rocas lunares
marcan huellas de tiempos idos
que gozaron momentos
de piedra virgen.
Ambascuerdas les dicen
y son en una
dos espinazos de Cíclope,
dos peldaños a la luna.

Pedro Sanz