Ya silva el viento en la nevada cumbre,
y al soplo impetuoso la cabaña
vacila del zagal, que en frágil caña
con paja entretejió flaca techumbre.

Y Bato el mayoral sin pesadumbre,
aunque su grey del aquilón la saña
siente y parece, con paciencia extraña
huelga al calor de regalada lumbre.

El mísero zagal, humedecido
de helada nieve, por salvar se afana
la grey no suya en el pelado ejido.—

Zagal, reposa: tu fatiga es vana.
Su hacienda el mayoral tiene en olvido,
y ni a acordarse de tu afán se humana.


Juan Pablo Forner y Segarra

Despierta Elpín; y guarda, que al hambiento
lobo no sirve, no, tu grey de pasto:
tú roncas, y el zagal hace su gasto,
devorando tus reses ciento a ciento.

De rotas pieles número cruento
luego se entrega el desalmado Ergasto,
y el daño apoca, aunque en ejido vasto
pace escaso ganado y macilento.

Despierta Elpín: y en las calladas horas
cuando sin luna las estrellas lucen
observa, espía a tus zagales fieles.

Verás como degüellan con traidoras
manos tu grey, y pérfidos reducen
tu hacienda toda a ensangrentadas pieles.


Juan Pablo Forner y Segarra

Salgo del Betis a la ondosa orilla
cuando traslada el sol su nácar puro
al polo opuesto, y en el cielo obscuro
la luna ya majestüosa brilla.

Entre la opaca luz su honor humilla
la soberbia Ciudad, y el roto muro
que al rigor de los siglos mal seguro
reliquia funeral ciñe a Sevilla.

Pierde en la sombra su grandeza ufana
la altiva población y sus despojos *
lúgubres se divisan y espantables.

Fía, Licino, en la grandeza humana,
contémplala en la noche de sus gozos, *
y los verás medrosos miserables.


Juan Pablo Forner y Segarra

Arde consuena con horrendo estampido
Jove que en la nube iracundo inflama
y en la pálida lumbre que derrama
amagado el mortal teme encogido.

Al trueno horrendamente repetido
huye a esconderse en la apartada cama
lloroso el Niño, y tus piedades llama,
Jove, el justo varón descolorido.

Se estremece el Olimpo, y ya apercibe
tu mano el rayo que hasta al justo aterra
y fulminado en fin baja violento:

y cuando en vicios opulentos vive
el vil Ganion, azote de la tierra,
¿se ceba tu furor en un jumento?


Juan Pablo Forner y Segarra

Así siempre de pámpanos y flores,
árida Mancha la estación suave
cubra tu suelo y su verde acabe
cuando esparza de nuevo sus favores:

Ópima copia aliente los rigores
que sufre tu cultor, y menos grave
el ábrego cruel no menoscabe
la esperanza feliz de sus sudores:

Si es tanta la virtud que relirados
a ti tus Don Quijotes sin violencia
cobran el seso en nuestro mal perdido;

¡Oh! líbranos de versos endiablados.
Cleón vuelve a tu seno: su dolencia
cura; y dente los cielos lo que pido.


Juan Pablo Forner y Segarra

Aquí yace Jazmín, gozque mezquino,
que sólo al mundo vino
para abrigarse en la caliente falda
de madama Crisalda,
tomar chocolatito,
bizcochos y confites,
el pobre animalito,
desazonar visitas y convites,
alzando la patita
para orinar las capas y las medias
con audacia maldita,
ladrar rabiosamente
al yente y al viniente,
ir en coche a paseos y comedias
y ser martirio eterno de criados,
por él o despedidos o injuriados
con furor infernal y grito horrendo.
Si inútil fue y aborrecible bicho,
y petulante y puerco y disoluto,
culpas no fueron suyas, era bruto;
educole el capricho
de delicia soez con estupendo
horror de la razón; naturaleza
no le inspiró tan bárbara torpeza.
Los que en la tierra al Hacedor retratan,
sus hechuras divinas desbaratan,
corrompen y adulteran.
Los vicios de Jazmín, de su ama eran.


Juan Pablo Forner y Segarra

Esta es la villa, Coridón, famosa
que bañada del breve Manzanares
leyes impone a los soberbios mares
y en otro mundo impera poderosa.

Aquí la religión, zagal, reposa
rica en ofrendas, fértil en altares;
en las calles los hallas a millares;
no hay portal sin imagen milagrosa.

Y por que más la devoción entiendas
de este piadoso pueblo, a cada mano
ves presidir los santos en las tiendas.

Y dime, Coridón: ¿es buen cristiano
pueblo que al cielo da tantas ofrendas?
Eso yo no lo sé, cabrero hermano.


Juan Pablo Forner y Segarra

¿Qué importa que ligera
la edad, huyendo en presuroso paso,
mi vida abrevie en la callada huida,
si cobro nueva vida
cuando en las llamas de tu amor me abraso,
y logro renacer entre su hoguera,
como el ave del sol, que vida espera?
Amor nunca fue escaso,
¡oh, Lucinda amorosa!
y aumenta gustos en los pechos tiernos.
Si el año tuvo fin, serán eternos
los que goce dichosa
mi dulce suerte entre tus dulces brazos,
¡oh mi Lucinda hermosa!,
brazos con tal blandura, que los lazos
vencerán de la Venus peregrina,
cuando, suelto el cabello,
a Marte desafía
y al victorioso dios vence en batalla;
en ellos mi amor halla
la vida, que en sus vueltas a porfía
el sol fúlgido y bello
me lleva en su carrera presurosa,
¡oh Lucinda amorosa!,
y en la estación helada,
cuando su margen despojada enfría
el yerto Manzanares,
al año despidiendo con su hielo,
la lumbre de tu cielo
dará calor a la esperanza mía,
ajena de pesares,
no perdida mi edad, mas renovada,
por más que el año huya,
con el calor de la esperanza tuya.
¡Oh! siempre acompañada
te goces del deseo que me anima,
más años que agradable
flores esparce en la húmeda ribera
la alegre primavera;
y nunca el cielo oprima
la dulce risa de tu rostro hermoso
con disgusto enojoso,
permitiendo que goce yo las flores
(como fiel mariposa
o cual dorada abeja, que su aliento
chupa, y en ellas forma su alimento)
de tus dulces amores,
¡oh mi Lucinda hermosa!
Y vuele el tiempo, pues su paso lento
detiene mi contento,
detiene torpe su estación tardía,
que tú me llames tuyo, y yo a ti mía;
vuele, vuele en buen hora,
y este año tenga fin, y juntamente
le tengan otros y otros; y el violento
curso de Febo, que la tierra dora
con su madeja ardiente,
su carrera apresure,
y tanto, en tanto mi ventura dure,
cuanto en tu pecho vea
reinar la llama que mi amor desea.
Vuelen, vuelen las horas,
y llévense los días y los años
en sus vueltas traidoras,
y llegue el tiempo en que mi amor posea
tu pecho unido al amoroso mío,
y la suerte gozosa
dé fin dichoso al ruego que la envío,
oh Lucinda amorosa;
y en tanto los engaños
de amor tengan tu pecho entretenido
con deseo, esperanza,
manjares que alimentan a Cupido.
¡Oh tardos días de presentes daños!
Por vosotros alcanza
su fin cuanto en el mundo es comprendido.
Pues huid, y dad fin al encendido
fuego en que mis deseos se alimentan;
mas, lográndolos luego,
el paso diligente
que detengáis os ruego;
dejad que entonces, pues que ahora cuentan
siglos los años, yo, mi bien gozando,
haga siglos los días,
y tanto dure en las venturas mías,
cuanto el alegre tiempo dar pudiera
estación venturosa
de tu edad a la hermosa primavera,
oh mi Lucinda hermosa.


Juan Pablo Forner y Segarra