Me parece estupendo
que los jóvenes bailen y se emborrachen.
Al fin y al cabo
ellos son los que pagan.
Con su dinero
compraré una casa en la sierra
y mis hijas estudiarán
en un colegio de monjas.

José Elgarresta

Mar terroso del Río de la Plata.
Uno espera ver
la silueta de un ombú y un gomero en el horizonte,
pero no ve nada.
El mar fluye hacia dentro,
y uno con él,
arrastrado por el sumidero.
¿Qué parte de mí
yace bajo su cielo sombrío?
¿Qué grito o qué entrechocar de huesos
asciende hasta mí
desde su barro primigenio?
¿De qué hervor suyo
mi sangre?

José Elgarresta

Querida amiga.
Si no somos dioses
nada es suficiente,
nada es amable,
y entonces convendrás conmigo
en que es inútil sonreír,
y, a pesar de ello,
sonrío y amo y peleo cada segundo
como un boxeador borracho.
Querida,
querida amiga,
cuándo nos volveremos encontrar
en la galería de los signos,
cuándo aprenderemos a amarnos
sin nada más que el vaho de una respiración
en el invierno de la pregunta.

José Elgarresta

Vacío
de nave espacial
prolongado
en el interior del cráneo.
Abismos
de palabras
en cada frase.
Teléfonos individuales
para comunicar directamente
con la depresión colectiva.
¡Y sin embargo es el hotel más caro!

José Elgarresta

Hoy un amigo me ha regalado su último libro
y lo que dice el libro es que, en definitiva,
sólo querría volar alto en el cielo,
pero se ve reducido a arrastrarse por el fango
que es la vida cotidiana, la de todos los días,
y lo más terrible es que uno se acostumbra
y termina pensando que eso es lo bueno,
chapotear en el barro, y lo otro realmente
no deja de ser una bobada, fantasías infantiles.
Tiene razón mi amigo, hay algo llamado supervivencia
y en su nombre la especie sacrifica al individuo,
la estrella devora a la estrella y el universo se fagocita a sí mismo,
pero como ninguno de nosotros es el universo
nadie sabe de qué va todo eso y pasa de saberlo,
uno se conforma con hallar un hueco y allí,
sin sacar la cabeza del fondo, por si se la pisan,
aguantar mecha hasta la consumación de los siglos,
que es como algunos optimistas llaman
a los pocos momentos que nos quedan de vida.
Bien, tal vez esto sea así y hasta pueda considerarse
un resumen cabal del pensamiento humano,
al menos en cuanto a sus efectos en la mayoría de la gente,
pero debo señalar que un poeta, como mi amigo,
es un grano de arena en la máquina del mundo
y no se contenta con hacerla chirriar,
lo cual es bastante incluso para muchos sabios,
sino que necesita salir de su agujero
y cagarse en los engranajes de la máquina
y saber si, cuando muera, su cabeza reposará en otra cuna
o en la cesta del verdugo, segada por la guillotina de la nada.
Está claro que a los poetas,
aparte de deleitar a la concurrencia con armónicas estrofas,
lo que nos gusta es incordiar,
dar un toque desgarrado al sonido del arpa,
en una palabra: aguar la fiesta.
Es así y nadie tiene la culpa de ello.
Además, si fuera de otra forma,
es posible que incluso hubiera fiesta,
pero no invitados.

José Elgarresta

Era un empleado
que parecía más igual al resto
que, entre sí, cada uno de los demás
y por ello era calurosamente felicitado.
Es curioso: de aquella época
sólo recuerdo un largo corredor desierto
y a él,
pero no sé si es sólo una pesadilla
ni lo sabré nunca,
pues me dicen que murió hace pocos meses
y pensándolo bien
ni siquiera esto es seguro,
ya que nadie fue al entierro
y su gabardina sigue colgando del mismo perchero,
o al menos una gabardina igual que la suya.
¿Tal vez nuestros jefes eran hipnotizadores?
Tal vez…en todo caso
la leyenda del empleado modelo
les servía admirablemente
para convertir la oficina en un hormiguero,
donde nadie se relacionaba con sus pensamientos
y menos todavía con sus semejantes.
Sólo los expedientes importaban,
mejor dicho: no los expedientes sino su número,
siempre inferior al realizado
por ese héroe llamado Gutiérrez,
del cual, ahora me doy cuenta,
ni siquiera estoy seguro de recordar las facciones
a causa de su mimetismo
con las de cualquiera que me abra una puerta
y luego desaparezca.
Sin embargo, se comentaba que le gustaban las quinielas.
Entonces ¿Quién, o qué, era Gutiérrez?
Si le gustaban las quinielas
tal vez también las mujeres,
tal vez estaba casado.
Sus hijos lo mirarían con desdén,
su mujer con disgusto por ser la suya una vida tan gris…
y él se refugiaría en la oficina
para hacer de los expedientes su familia.
Si así era, pensé, mejor que nunca se haya sabido.
Al fin y al cabo ¿quién podría haber sobrevivido
sin fusilar a Gutiérrez en su mente
cada vez que terminaba un expediente?
A pesar de ello, una turbia obsesión me dominaba
y una mañana me fui al cementerio,
pero fue inútil: en el lugar indicado
había muchas lápidas y en todas ellas
el mismo nombre: Gutiérrez.

José Elgarresta