El pozo de la noche contiene una lágrima
una lágrima como un brote
o como una viña exhausta
Y eres pábilo estremecido mientras se llenan las paredes contu espectro.

El pozo de la noche contiene toda la vida
una vida como alta penumbra
o como esqueje en la rama
te nombran ¿oyes?
No son los gritos.

No.
Son los gritos.

Qué lejos las lágrimas
las lágrimas dulces de algún juguete roto
de alguna sacudida
de algún suicidio inacabado
y cercano.

¿Alguna pared ha visto tu nombre escrito con sangre
la maravilla de un rojo vivo todavía?

Hoy reseco nombre
y tierra seca.

Y es noche
todavía.

Mario Romera

                 I

La luz se transformaba interminable
ante la visión sostenida de los campos abiertos

Un pájaro en su vuelo socavó altivo
el páramo en que se fue tornando mi memoria
y es hoy palabra pura
mancha precisa en lienzo desmedido

                 II

El calor tenía el ritmo de la cigarra:
reclamo del abandono, quietud de epitafio,
desesperación de la sed y la derrota

Al marchar quedaron sembrados
de esta misma actitud
frente al silencio y la nostalgia

                 III

Me recuerdas al hombre de la Mancha
ahora que emergen los gigantes
y la vida ya no es sueño

                 IV

Es la estirpe del que sueña
la misma de aquel que combate
el imposible

Mario Romera

Finos dedos de luz hilaban las cortinas
de aquella casita junto al mar;
afuera una algarabía de niños y gaviotas,
o el ligero viento repentino y seco de Agosto,
que elevaba sábanas como un prodigio de velas,
nos deparaban tardes felices sin medida
y sin falsas esperanzas de otros días mejores.

Jamás hicieron falta, era tácita la entrega.

La tarde era otra cosa para nuestro ardor,
era la promesa ineludible de otra noche
de dos cuerpos descubriéndose uno al otro
talvez como una caracola descubre la textura de la arena,
su amable oquedad, su nítida ternura.

Marchaban nuestras horas a espaldas del tiempo.

Ese verano el dios del cielo olvidó
los temidos eclipses y tormentas,
no llegaron noticias de ahogados,
y alguna muchacha conoció en la playa
el amor por primera vez, ¿recuerdas?:
cómo reímos la torpeza de unas sombras
mientras bebíamos horchata bajo el porche.

¿Qué fue de aquel verano que se me hizo sueño?

Hoy la casa junto al mar
ya no está junto al mar, palidece
enmedio de edificios con ventanas cerradas,
y en el porche cada mañana encuentro
una paloma muerta llena de hormigas.

Hoy no consigo recordar tu nombre.

Mario Romera

En la fuga transparente de los días sin prisa,
en su legato que envuelve como sombra de tarde
el más claro silencio que precede
a otra melodía renovada,
a veces creo ver el terreno ganado al enemigo.
Y es quimera, un espejo roto, alas cortadas,
el despecho a los instintos, la rémora infecunda
que impide navegar con planes detallados
a ese fin que conocemos de memoria.

El tiempo nos ata al cuello un precipicio
nos llena los desvanes de incompletas partituras,
nos arroja a un charco que quiere ser espera
y desde una orilla contempla nuestro hermoso naufragio.

Pero la vida debe transcurrir por el bien de la armonía,
con la música de los pianos que anida el alma
y que saben ser terribles en las noches, o bellos
si una mano llega a tocarlos como tú, sin miedo.

Esto es todo lo que puedo decirte del tiempo
y de la música que compone silencios magistrales.

¿Ves? Yo puedo ser otro para describirte el mundo,
puedo invocar los elementos sin temor
como un salvaje danzante frente al fuego,
o recoger grano a grano una cosecha de arena
para nombrarte luz, piel, fruto o labios,
justo antes de que el tiempo
me aborde nuevamente en un finale
acelerado por cuerdas y nostalgias.

Mientras tanto, alteremos el ritmo de las horas
seamos dos minúsculos seres engañando a la muerte,
dos gotas detenidas casi en su rubato sublime;
forcemos al tiempo, amor, a concedernos tregua.

Si llegan mis besos indemnes a tus islas,
nos oreará la noche con adagios marinos
ajenos al tiempo, a su verbo y a sus ritos.
Y dejaré que goce, como yo, la visión de ti misma,
dormida para mi, vencida por mi amor únicamente,
junto al piano que extraña los dedos de tu infancia.

Mario Romera