Mi mundo hemisférico,
mi femenino,
mi izquierdo,
entre complejos de porquería
y de reina.
Y tu mundo derecho,
y tu mente
global de Edipo…

Anfisa Osinnik

Agotado
               en el cruce del camino.
Sin vigor que anteponer,
                                   sin deseos de regresar
exhausto
                divisaba tres cruces
a las que quiso estar uncido.
Dimas, Gestas y Melek-Yahud
Con Él se fueron al polvo,
                                       a colorear al pálido barro,
como estela incombustible
                               en las cenizas tibias
           del Eclesiastés.
El apóstol Pedro silenciaba
los escritos de
                Magdalena.
                                   Palabras quemadas
en sus labios petrificados
                                     que desconocen temblor alguno.
“Sólo a mí
                             me besaba en la boca
a mí me llamaba amada por Dios.”

Anfisa Osinnik

En mi sueño entró un malayo,
con rostro de hojarasca.
en mi corazón clavando un dardo,
dijo :
                        “éste es amoc”
impenetrable es la medianoche.
soy esta medianoche.
Las estrellas
                                   son mis llagas,
la luna la garganta…
dame malayo
                                           la pócima,
para curar las llagas,
acallando el extraño
                                                                   y penoso
plañido lunar.
Para amoc,
                         dijo el malayo,
no servirán las pócimas.
¿Cómo curar las heridas,
si son, las estrellas?
¿Cómo callar la voz,
si la luna, es tu garganta?
Lo sé viejo
                      no hables…
el solo de la luna en mi garganta,
en el oscuro badián,
el ave
me compone un canto,
recitativo:
                      amoc,
                                        amoc,
                                                          amoc.

Anfisa Osinnik

El sauna hinchado de vapores,
con el siseo de azuladas piedrotas…

La abuela, en greñas nebulosas,
viejos rizomas de los brazos,
a mis temores revisa,
mira,
                      debajo de las cenizas, las brasas,
del afligido fuego de las parteras…
escondo el rostro en mis rodillas,
los hombros en el frío sudor.

Calor infernal, y tú con escalofrío,
sólo los enclenques,
                                                       en el sauna tiemblan…
Me da terror, abuela,… temo
abuela, tengo temor.
Me espantan los miedos no revelados,
el susurro de la palabra…espíritu
las calles donde los muertos Lázaros,
huyen de ser resucitados,
las caras montaraces foliáceas,
los ojos vacíos amodorrados
mis propios pensamientos impensados,
temo mi desnudez,
mira, en las caderas desnudas…
aquí en lo profundo… de mi carne,
una desnuda mujer, entre las brazas
el aro ardiente gira…
—hija dame agüita del pozo…
—¡gira el aro ardiente!
—Me da miedo, abuela, temo…
—hija, a mí me da miedo…

Anfisa Osinnik

Digo el ave
Dices el canto
Digo el mar
Dices el ancla
Digo el camino
me cortas: hacia la casa.

          Superficie estu cuerpo,
          superficie sinsecretos ni mareas
          un secreto esmi cuerpo
          a todos tusbarcos el naufragio

dices el ave
Digo la bala
Dices el mar
con la ola a la palabra derribo.
Dices el camino.
El mar no tiene caminos.

Anfisa Osinnik

Creado por la mano inexperta
el hombrecillo de la blanca página,
pequeño chueco cabezapierna,
acongojado por estar solo.

          Aquí vael hombrecito.
          Aquíva el hombrecito.
          Aquíva el hombrecito.
          Solo, solito.

Revive la blanca página.
Extraños hombrecitos van en fila
en la formación renguea el cabezapierna.
Triste por estar solo.

          Aquí vael hombrecito.
          Aquíva el hombrecito.
          Aquíva el hombrecito.
                        Solo

solito.

Anfisa Osinnik

El estadista dispara

           con cifras,

el gacetillero con letras,
el psicólogo con tu propia identidad,

          convertida enbala,

el niño con su desamparo,
el político con su flatulencia crónica.
Y tú me disparas,

          al
              no dispararme.

Anfisa Osinnik

Cuando de los valores
quedan los añicos,
dejas de cantar
y distinguir los colores,
y como gusano
te acrisolas en deseo
el sin sentido de las alargadas soledades:
La casa en la orilla de la tierra.
La lluvia en la orilla de la tierra.
La muerte en la orilla de la tierra.

Anfisa Osinnik