Éste que en la fortuna más subida
no cupo en sí, ni cupo en él su suerte,
viviendo pareció digno de muerte,
muriendo pareció digno de vida.

¡Oh Providencia nunca comprendida,
auxilio superior, aviso fuerte:
el humo en que el aplauso se convierte
hace la misma afrenta esclarecida!

Purificó el cuchillo los perfectos
medios que religión celante ordena
para ascender a la mayor victoria,

y trocando las causas sus efectos,
si glorias le conducen a la pena,
penas le restituyen a la Gloria.

Estábase la Efesia cazadora
Dando en aljófar el sudor al baño,
En la estación ardiente, cuando el año
Con los rayos del Sol el Perro dora.

De sí (como Narciso) se enamora;
(Vuelta pincel de su retrato extraño),
Cuando sus ninfas, viendo cerca el daño,
Hurtaron a Acteón a su señora.

Tierra le echaron todas por cegalle,
Sin advertir primero que era en vano,
Pues no pudo cegar con ver su talle.

Trocó en áspera frente el rostro humano,
Sus perros intentaron de matalle,
Mas sus deseos ganaron por la mano.

Francisco de Quevedo y Villegas

Buscas en Roma a Roma ¡oh peregrino!
y en Roma misma a Roma no la hallas:
cadáver son las que ostentó murallas
y tumba de sí proprio el Aventino.

Yace donde reinaba el Palatino
y limadas del tiempo, las medallas
más se muestran destrozo a las batallas
de las edades que Blasón Latino.

Sólo el Tibre quedó, cuya corriente,
si ciudad la regó, ya sepultura
la llora con funesto son doliente.

¡Oh Roma en tu grandeza, en tu hermosura,
huyó lo que era firme y solamente
lo fugitivo permanece y dura!

Francisco de Quevedo y Villegas

Huye sin percibirse lento el día,
Y la hora secreta y recatada
Con silencio se acerca, y despreciada,
Lleva tras sí la edad lozana mía.

La Vida nueva que en niñez ardía,
La juventud robusta y engañada,
En el postrer invierno sepultada
Yace entre negra sombra y nieve fría.

No sentí resbalar mudos los años;
Hoy los lloro pasados, y los veo
Riendo de mis lágrimas y daños.

Mi penitencia deba a mi deseo,
Pues me deben la Vida mis engaños,
Y espero el mal que paso y no le creo.

Francisco de Quevedo y Villegas

Lo que me quita en fuego, me da en nieve
La mano que tus ojos me recata;
Y no es menos rigor con el que mata,
Ni menos llamas su blancura mueve.

La vista frescos los incendios bebe,
Y volcán por las venas los dilata;
Con miedo atento a la blancura trata
El pecho amante, que la siente aleve.

Si de tus ojos el ardor tirano
Le pasas por tu mano por templarle,
Es gran piedad del corazón humano;

Mas no de ti, que puede al ocultarle,
Pues es de nieve, derretir tu mano,
Si ya tu mano no pretende helarle.

Francisco de Quevedo y Villegas

Ya los pícaros saben en Castilla
Cuál mujer es pesada y cuál liviana,
Y los bergantes sirven de Romana
Al cuerpo que con más diamantes brilla.

Ya llegó a Tabernáculo la silla,
Y cristalina el hábito profana
De la custodia, y temo que mañana
Añadirá a las hachas campanilla.

Al Trono en correones las banderas
Ceden en hacer gente, pues que toda
La juventud ocupan en hileras.

Una Silla es pobreza de una boda,
Pues empeñada en oro y vidrieras,
Antes la honra que el chapín se enloda.

Francisco de Quevedo y Villegas

Esta guirnalda de silvestres flores,
de simple mano rústica compuesta
en los bosques de Arcadia, aquí fue puesta
en honra del cantar de los pastores,

a los cuales, si Amor en sus amores
quiera jamás negar demanda honesta,
ruego, si bien el don tan bajo cuesta,
pueda este olmo gozar de mis sudores.

Que si algún tiempo con más docta mano
las acierto a tejer como maestro,
guardando a los pasados el decoro,

espero, y mi esperar no será en vano,
que el nombre pastoral del siglo nuestro
será tal cual fue ya en la Edad del Oro.

Gutierre de Cetina

Ejemplo del valor de las Españas,
don Juan, si así supiese ahora alabarte,
cuanto tus obras dan de gloria a Marte
darían a mi pluma tus hazañas.

Las francesas insidias y las mañas
que en falta de virtud sufren con arte,
acrecen en la tuya y de tu parte
cosas de admiración muy más extrañas.

Gloriosa nación, pues que venciendo
el enemigo, su vencer os honra
mucho más que os pudiera honrar perdiendo.

De ellos fue la victoria y la deshonra.
¡Dichosas vidas que ganáis muriendo
do se suelen perder la vida y honra!

Gutierre de Cetina

Ando siempre, señor, de pena en pena,
de llanto en llanto y de uno en otro fuego;
ni por andar ni por tener sosiego
dolor afloja o mi fortuna es buena.

El alma de años ya y de daños llena,
que ciega nuestros apetitos ciego
debría volver de tan dañoso juego
a vida más tranquila y más serena.

Si el alma misma es causa de su daño,
¿por qué la causa? Y si la fuerza el hado,
el arbitrio ¿qué es del?, ¿qué libre tiene?

Pues yo no sé entender mal tan extraño,
suplícoos me digáis de este pecado
quién es primera causa o dónde viene.

Gutierre de Cetina

Sella el tronco sangriento, no le oprime,
De aquel dichosamente desdichado,
Que de las inconstancias de su hado
Esta pizarra apenas le redime;

Piedad común, en vez de la sublime
Urna que el escarmiento le ha negado,
Padrón le erige en bronce imaginado,
Que en vano el tiempo las memorias lime.

Risueño con él, tanto como falso,
El tiempo, cuatro lustros en la risa,
El cuchillo quizá envainaba agudo.

Del sitial después al cadahalso
Precipitado, ¡oh cuánto nos avisa!,
¡Oh cuánta trompa es su ejemplo mudo!

Luis de Góngora y Argote, 1621