Por temor a que te fueras
escondí mi corazón;
lo enterré en el suelo,
en una urna de barro
de la arcilla de mi vergüenza,
de los lodos de mi amargura;
profundo
    cavé
        y
           cavé
               y
                   cavé
hasta un sitio muy profundo
que mi alma olvidara.
Las estacas no duelen,
¡ay, no me duelen, no!
Me duele la condena del olvido,
de quererte como te quiero
y no tener corazón para hacerlo.

José A. Oliver