Con metales estridentes y bolas de fuego
vienen los infieles dioses de occidente,
imberbes nacidos ayer a la civilización
revestidos en dura piel de indiferencia,
nos acosan con iras y derrumbes.
Sus fuegos como rayos de mil soles
nos queman el aire y los pulmones.
Tocan casas, edificios, la sagrada mezquita y nosotros adentro.
Bajo el ruido de bombas cayendo como bombas cayendo.
Y nosotros, con las bombas, cayendo al oscuro fondo de la fosa.
Ruido, llamaradas, polvo, escombros,
sangre, ardores en la carne y lamentos.
Luego silencio de muerte.
Decorados de muerte.
Hedores de muerte.
Odios de muerte.
Silencio de eterna muerte.
Los dioses héroes bajo el peso de sus equipos
añorando el ocio del humo de un malboro
o la pelirrubia para sus fantasías de perro endemoniado,
En la cúpula, en los paraísos alfombrados,
los más dioses que ellos
repasan las cuentas alegres del negocio.
Nosotros aquí en este agujero sin nombre que es hoy Fallujah,
solo resistiendo.
Muerto voy cubierto de ruinas, viendo morir,
muerto estoy envuelto en fuego, humo y alarido, escuchando morir,
muerto soy acosado por la sangre derramada, sintiendo morir.
Ellos en su miserable vida de invasores
sin más razón que sus metales ardiendo,
refugiados en potentes máquinas voladoras,
comoángeles del infierno, nos queman con sus decretos,
acorazados en portentosos aceros rodantes,
comoempresarios del mal, nos flagelan con sus odios,
guarnecidos bajo 30 kilos de utilería mortal,
comoabanderados del progreso, nos entregan las llaves de la tierra arrasada.
Si resisto me matan, si no resisto me mueren.
Las casas en el suelo, los edificios en ruinas,
pestilencia, derrumbes, vidrios rotos,
cráteres donde estallaron las bombas,
panorama unicolor de la destrucción.
Estas son las razones de mi canto.
Tito Alvarado