Cantar. Cante al dichoso día el viento
y a la mañana, el sol llene de luces;
la pintada ala cante acompañando.
La flor repose sobre la hoja. Atento
quedará el jardín. Solo. Tú conduces,
hermoso viento, un crespo mar, cantando.
A la luz clara empiece el hilo sordo
a tejer su ordenado mundo. Agua
ausente. El laurel a su favor
vuelva. Si olvidos tuvo, hoy el tordo
sobre sus ramos canta. Volador
obscuro. Manso pico. (En la fragua
del día luce alegre. La callada
infancia del clavel lo mira.) Nada
lo distrae. Cantar, dichoso día.
Espacio. Cielo nuevo. El derramado
río a la onda encuentre, solo. Huerto
fresco. (Pimpollo dulce. Tú gobiernas
una provincia de agua y un poblado
país. ¡Qué feliz eres! El desierto
duerme en tus ojos. Hojas tiernas.)
Al jubiloso día cante el viento;
la desatada trompa en esperanzas
sueñe: batalla hermosa. Soberano
cielo. De amores siempre esté contento
el pecho; el libre corazón en danzas
goce, inconstante. Soledad. En vano
ya no se muere, en la tierra dura.
Laurel, callado vínculo, cintura
de hojas; riberas. Encendido canto.
5
Ocioso canto. Cantar
al día, que tiene nubes
y soles y el ulular
del aire entero. Hoy subes
a mí, canto, y soy dichoso
porque me alejas de la muerte
íntima. Sí. Silencioso
y puro. Alegre suerte.
El navío brazo busque
un golfo claro. Ofrecido
sueño, siempre. No lo ofusque
lo ausente, espere herido.
El mar, el soñado mar
entre ondas, fértil. Esperar
¡Espérame golfo frío!…
Sosegada luz. Ocioso
canto. La hoja sobre la hoja
qué feliz, y el victorioso
clavel, tierno. El día moja
su sombra en el mar. El mar
que entre ondas y peces nace.
Eterno prado. Mirar
una flor, qué hermoso. Trace
mi soledad una bella
sombra. Sola. Transparente.
Qué importa el día. La estrella
ve el mundo, río luciente,
sin apetecerlo. Al mío
vuelva yo siempre. Navío
entre piedras. Soledad…
Ricardo E. Molinari |