Todavía tu nombre
cae sobre Granada
como un paraguas tenebroso
y la oscurece
como una maldición perseverante.

Todos tratan de ladear la voz,
de fingir alegría,
de cerrar el ataúd.
Pero es inútil
como una mano muerta:
tus huesos andan desparramados
por Viznar
y vuelven cada día
a tu casa de entonces
para repetir el camino
que te llevó a la muerte.
Tu miedo sigue en pie.
Tu miedo paraliza
la sangre de los ricos
y hace temblar al gitano indefenso.
Tu miedo mete miedo.

Y la ciudad es eso:
un miedo escrupuloso
que los granadinos arrojan,
diariamente,
a las cuevas,
a la Alhambra,
a los jardines moros,
como basura incesante,
inevitable,
que cada uno encuentra
a la mañana siguiente
desparramada por las veredas,
a pesar del furor,
el arrepentimiento
y la mismísima Guardia Civil.

Óscar Corbacho