La virgen hilaba,
la dueña dormía,
la rueca giraba
loca de alegría.

¡Cordero divino,
tus blancos vellones
no igualan al lino
de mis ilusiones!

Gira, rueca mía,
gira, gira al viento,
que se acerca el día
de mi casamiento.

Gira, que mañana
cuando el alba cante
la clara campana,
llegará mi amante.

Hila con cuidado
mi velo de nieve,
que vendrá el amado
que al altar me lleve.

Se acerca; lo siento
cruzar la llanura,
me trae la ternura
de su voz el viento.

Gira, gira, gira,
gira, rueca loca,
mi amado suspira
por besar mi boca.

Cordero divino,
tus blancos vellones
no igualan al lino
de mis ilusiones.

La niña cantaba,
la dueña dormía,
la luz se apagaba
y sólo se oía

la voz crepitante
de leña reseca
y el loco y constante
girar de la rueca.


Francisco Villaespesa

¡Qué suavidad, qué suavidad de raso,
qué acariciar de plumas en el viento;
en terciopelos se apagó mi paso
y en remansos de seda el pensamiento!

Todo impreciso es como en un cuento,
se desborda en silencio como un vaso,
y en esta tibia languidez de ocaso
desfallecer hasta morir me siento.

Como un panal disuélvome en dulzura,
desfallezco de todo: de ternura,
de claridad, del éxtasis de verte…

Y todo tan lejano, tan lejano…
En este atardecer tu frágil mano
pudiera con un lirio darme muerte…


Francisco Villaespesa

¡La hora confidencial!… Entre banales
palabras, toda entera, te respiro
como un perfume, y en tus ojos miro
desnudarse tu espíritu… Hay fatales

silencios… Se oscurecen los cristales;
y se esfuma la luz en un suspiro,
temblando sobre el pálido zafiro
que azula entre tus manos imperiales.

Las tinieblas palpitan… Andan miedos
descalzos por las sedas de la alfombra,
mientras que, presintiendo tus hechizos,

naufraga la blancura de mis dedos
en la profunda y ondulante sombra
del mar tempestuoso de tus rizos.


Francisco Villaespesa

En el dulce silencio campesino,
y en copas de cristal, el labio bebe
la frescura del alba, como un vino
de rosas rojas conservado en nieve.

La geórgica blancura de un molino
como en una oración sus aspas mueve…
Se apaga el astro y se despierta el trino,
y una paz celestial de todo llueve.

¡Oh, sentir, entre sueños, el sonoro
clamor de la campana cristalina
llamando a misa con su voz de oro!…

¡Y mirar florecer en tu ventana,
en el pico de alguna golondrina,
la campanilla azul de la mañana!


Francisco Villaespesa

La noche me envolvió como un perfume;
y en el silencio tus pisadas eran
un lento resbalar de terciopelos
sobre una frágil ilusión de seda.

Tembló tu corazón bajo mi mano
con timideces de paloma presa,
y aspiré en el aliento de tu boca
todo el perfume de la primavera.

Tus rizos me envolvieron. Y entre el vago
olor a musgo de tu cabellera,
suspirante absorbí como un veneno
el acre aroma de tu carne enferma.


Francisco Villaespesa

¡Jazminero, tan frágil y tan leve
que bastara con un soplo de aliento
para que disipases en el viento
tu intacta castidad de plata y nieve!…

Tu pureza me evoca aquella breve
mano de espumas y de encantamiento,
que ni siquiera con el pensamiento
mi corazón a acariciar se atreve.

Con su blancura a tu blancura iguala;
con tus piedades sus piedades glosas…
Como tú, tiene el corazón florido;

y, también como tú, también exhala
sobre el eterno ensueño de las cosas
un perfume de amor, luna y olvido.


Francisco Villaespesa

Es otra señorita de Maupin. Es viciosa
y frágil como aquella imagen del placer,
que en la elegancia rítmica de su sonora prosa
nos dibujó la pluma de Theófilo Gautier.

Sus rojos labios sáficos, sensitivos y ambiguos,
a la par piden besos de hombre y de mujer,
sintiendo las nostalgias de los faunos antiguos
cuyos labios sabían alargar el placer.

Ama los goces sádicos. Se inyecta de morfina;
pincha a su gata blanca. El éter la fascina,
y el opio le produce un ensueño oriental.

De súbito su cuerpo de amor vibra y se inflama
al ver, entre los juncos, temblar como una llama
la lengua roja y móvil de algún tigre real.


Francisco Villaespesa


                  I

Igual que en un sepulcro me he encerrado
en tu eterno recuerdo, y en él vivo,
la frente entre las manos, pensativo,
evocando las glorias del pasado.

¿Será posible que un amor tan fuerte
se haya para mi amor desvanecido?
¡El amor es más fuerte que la Muerte,
y la Muerte más fuerte que el olvido!

Largas horas de espera… Eternidades
que llenan de ansiedad mis soledades.
Solo y soñando con tu amor me tienes;

solo y soñando con tu vuelta muero…
Si nunca has de venir, ¿por qué te espero?
Y si te espero aún, ¿por qué no vienes?


Francisco Villaespesa

                  I

Bajo el fulgor lunar el mar es plata;
entreabre tú, mi bien, tu mirador,
y asómate a escuchar la serenata
que, mientras duermes tú, vela el amor
Asómate al balcón, morena mía,
las sombras de mis noches a alumbrar,
que, como un ciego, sin bordón ni guía,
así voy sin la luz de tu mirar.

                  II

La brisa de jazmines perfumada
despierta la pasión que duerme en mí;
la noche está para el amor creada
y todo vive, como yo, por ti.
Asómate al balcón, morena mía,
las sombras de mis noches a alumbrar,
que, como un ciego, sin bordón ni guía,
así voy sin la luz de tu mirar.

                  III

Sal a darle consuelo a mi tormento;
que si no sales, del balcón al pie,
como esas rosas que deshoja el viento,
sin la luz de tus ojos moriré.
Asómate al balcón, morena mía,
las sombras de mis noches a alumbrar,
que, como un ciego, sin bordón ni guía,
así voy sin la luz de tu mirar.


Francisco Villaespesa