Mujer mirada en el espejo umbrío
del baño que entre pausas te presenta,
con sólo detenerte, una tormenta
de colores aplacas en el río…

Sales al fin, con el escalofrío
de una piel recobrada sin afrenta,
y gozas de sentirte menos lenta
que en el agua en el aire del estío.

Desde la sien hasta el talón de plata
—única línea de tu cuerpo, dura—
tu doncellez en lirios se desata.

Pero ¡con qué pudor de veste pura,
recoges del cristal que te retrata
—al salir de tu sombra— tu figura!

Jaime Torres Bodet

Ya empiezas a dorar, octubre mío,
con las cimas del huerto, ésas —distantes—
del pensamiento a cuyas frondas fío
la sombra de mis últimos instantes.

Corazón y jardín tuvieron, antes,
cada cual a su modo, su albedrío;
pero deseos y hojas tan brillantes
necesitaban, para arder, tu frío.

Aterido el vergel, desierta el alma,
más luz entre los troncos que despojas
a cada instante, envejeciendo, veo.

Y en el cielo ulterior, de nuevo en calma,
cuando terminen de caer las hojas
miraré, al fin desnudo, mi deseo.

Jaime Torres Bodet

Flor que promete al tacto una caricia
más que el otoño de un perfume, suave
y que, pensada en flor, termina en ave
porque su muerte es vuelo que se inicia.

Párpado con que el trópico precave
de su luz interior la ardua delicia,
música inmóvil, flámula en primicia,
aurora vegetal, estrella grave.

Remordimiento de la primavera,
conciencia del color, pausa del clima,
gracia que en desmentirse persevera,

¿por qué te pido un alma verdadera
si la sola fragancia que te anima
es, orquídea, el temor de ser sincera?

Jaime Torres Bodet

Conforme va la vida descendiendo
—bajamar de los últimos ocasos—
se distinguen mejor sombras y pasos
sobre esta playa en que a morir aprendo.

Acaba el sol por declinar. Los rasos
de la luz se desgarran sin estruendo
y del azul que ha ido enmudeciendo
afloran ruinas de horas en pedazos.

Ese que toco, desmembrado leño,
un día fue timón del barco erguido.
que por piélagos diáfanos conduje.

En aquel mástil desplegué un ensueño.
Y en estas velas, ay, siento que cruje
todavía la sal de lo vivido.

Jaime Torres Bodet

                    I

Vuelvo sin mí; pero al partir llevaba
en mí no sólo cuanto entonces era
sino también, recóndita y ligera,
esa patria interior que en nadie acaba.

Oigo gemir la aurora que te alaba,
músico litoral, viento en palmera,
y me asedia la enjuta primavera
que la razón, no el tiempo, presagiaba.

Entre el capullo que dejé y la impura
corola que hoy en cada rama advierto
pasaron lustros sin que abrieran rosas.

Viví sin ser… Y sólo me asegura,
entre tanta abstención, de que no he muerto
la fatiga de mí que hallo en las cosas.

Jaime Torres Bodet