Tú ya no tienes rostro en mi recuerdo. Eres,
nada más, la dorada tarde aquella
en que la primavera se detuvo
a leer con nosotros unos versos,
y prendió entre las ramas del naranjo
azahares nuevos.
Y eres también esa tenaz y leve
melancolía que sus manos mueve
sobre mi corazón,
y casi no es
melancolía.

Alguna vez yo tuve
tu rostro y tus palabras y tus gestos.
¡Hoy no sé qué se hicieron!

Hoy eres solamente
esas pequeñas cosas que se llaman
un día, un libro, el lento
caminar de la mano de la estrella,
y a veces, —pocas veces—, el silencio
fijándome los ojos desolados
en un sitio del aire, como ciegos…

Y este ir por la música temblando
lo mismo que por un lugar incierto.

Yo sé que estás lejano de límite,
perdido en el espacio y en el tiempo…
y por el cauce de mi sangre subes,
llegas, vano fantasma, hasta mi sueño.
Y te quiero mirar, y es esta tarde
dorada, que ya dije,
lo que encuentro…
La tarde que tenía un campanario
invisible y sonoro entre los dedos,
y una humana dulzura en la manera
de entendernos…

Ya tú no tienes rostro. Ya no eres.
Estás en mí como en la piedra el eco.

Meira Delmar

¡Amor! ¡Amor! ¡Qué has hecho de mi vida!
Mi vida era como un agua mansa,
como un agua ceñida…

Antes de ti, ¡qué fácil para el alma
la espera de sus pasos, y qué fácil
su ligera partida…!

Antes de ti, ¡qué fácil la ventura
frente a la lluvia clara y el silencio
de las tardes dormidas…!

Pero contigo, Amor, cómo se vuelven
la espera y el partir angustia viva…
¡Cómo tus manos claras, inasibles,
rompen las horas mías!

Contigo, Amor, la lluvia no es «la lluvia´»
ni me da su regalo de sonrisas,
y es tortura el silencio cuando pasa
por las tardes dormidas…

            * * *

Antes de ti, qué fácil el olvido
del país todo rutas para el sueño
que detrás de sus ojos existía…

Antes de ti, qué fácil el momento
de la estrella primera, sobre el Ángelus
brillando sorprendida!

Pero contigo, Amor, cómo se vuelven
la estrella y olvidar angustia viva…
Cómo tus manos claras, inasibles,
la dulzura me trizan…

Contigo, Amor, este fingido gozo
mientras el alma cuenta sus espinas,
y esta quebrada voz para su nombre,
y este afán inquietando la alegría…

            * * *

Contigo este decir atribulado…
¡Amor! ¡Amor! ¡Qué has hecho de mi vida!

Meira Delmar

Porque nació frente al alba
y en el sitio de la brisa,
le dieron un nombre claro
de flor o de lluvia fina.
Un nombre para decirlo
en medio de la sonrisa,
enamorados los ojos
y el corazón: ¡Barranquilla!
Porque nació frente al alba
¡y el alba es buena madrina!

Con lino de sol y sombra
tejieron años los días
y una mañana sin nubes
despertó moza la niña.
Con los cabellos al viento,
la dulce piel encendida,
y el andar sin descanso
tal aire de gallardía
que el alma de las palmeras
arrodillóse vencida…
Porque nació frente al alba
¡y el alba es buena madrina!

Breves jazmines alados
—casi de luz detenida—
crecen con gracia delgada
cuando sus pasos atisban…
La tarde cuida su gozo,
la noche su sueño cuida,
y ella se viste con seda
de flores amanecidas
sobre la cumbre del árbol
tan solo para vestirla…
Seda dorada del roble
con hebras de melodía,
seda de la acacia roja,
seda de las campanillas
que tienen fugaz el aire
y como el aire palpitan…
Rodea sus altas sienes
un vuelo de golondrinas
y abre jacintos de oro
su diestra mano clarísima.
Porque nació frente al alba
¡Y el alba es buena madrina!

El mar de gritos azules,
el mar del habla encendida,
le trae canciones remotas
y barcas de otras orillas.
El río, tenaz viajero,
con largo asombro la mira,
y le regala blancura
de garzas estremecidas
que suben a la comarca
donde la estrella se inicia.
Y el viento pirata, el viento
de clara estirpe marina,
le ciñe el talle redondo
con brazos de lejanía,
¡y se la lleva consigo
donde la tierra limita
con el batir de campanas
de la triunfal alegría!

Porque nació frente al alba,
y porque el alba madrina,
le dio aquel nombre que pide,
para decirlo, sonrisa…
El nombre que puede ser
de flor o de lluvia fina,
y que también lleva el Ángel
de júbilo: ¡Barranquilla!

Meira Delmar

Undívago país, ancha y dorada
frente en vivo ejercicio de poesía,
comarca donde piensa luz el día
y la noche sirenas olvidadas.

Sabe a sal la blancura derramada
de tu voz, donde crece la alegría,
y en tu orilla de agua y melodía
se detiene la tierra, enamorada.

Yo grabé tu paisaje de veleros
y tus frágiles cantos repetidos
en mi altísimo escudo marinero.

Y aunque ya tus perfiles he perdido,
hoy te siento en mi sangre, verdadero
capitán de mi sueño desmedido.

Meira Delmar