En aqueste enterramiento
Humilde, pobre y mezquino,
Yace envuelto en oro fino
Un hombre rico avariento.

Murió con cien mil dolores
Sin poderlo remediar,
Tan sólo por no gastar
Ni aun gasta malos humores.

Francisco de Quevedo y Villegas

No sé a cuál crea de los dos,
Viéndoos, Ana, cual os veis:
Si vos la muerte traéis,
O si os trae la muerte a vos.

Queredme la muerte dar
Por que mis males remate:
Que en mí tiene hambre que mate
Y en vos no hay ya qué matar.

Francisco de Quevedo y Villegas

Yace en esta tierra fría,
Digna de toda crianza,
La vieja cuya alabanza
Tantas plumas merecía.

No quiso en el cielo entrar
A gozar de las estrellas,
Por no estar entre doncellas
Que no pudiese manchar.

Francisco de Quevedo y Villegas

Este amor que yo alimento
De mi propio corazón,
No nace de inclinación
Sino de conocimiento,

Que amor de cosa tan bella,
Y gracia que es infinita,
Si es elección, me acredita;
Si no, acredita mi Estrella.

Y ¿qué Deidad me pudiera
Inclinar a que te amara,
Que ese poder no tornara
Para sí, si le tuviera?

Corrido, Señora, escribo
En el estado presente,
De que estando de ti ausente
Aún parezca que estoy vivo.

Pues ya en mi pena y pasión,
Dulce Tirsi, tengo hechas
De las plumas de tus flechas
Las alas del corazón.

Y sin poder consolarme,
Ausente y amando firme,
Más hago yo en no morirme
Que hará el dolor en matarme.

Tanto he llegado a quererte,
Que siento igual pena en mí
Del ver, no viéndote a ti,
Que adorándote, no verte,

Si bien recelo, Señora,
Que a este amor serás infiel,
Pues ser hermosa y cruel
Te pronostica traidora.

Pero traiciones dichosas
Serán, Tirsi, para mí,
Por ver dos caras en ti,
Que han de ser por fuerza hermosas.

Y advierte, que en mi pasión
Se puede tener por cierto
Que es decir Ausente y Muerto
Dos veces una razón.

Francisco de Quevedo y Villegas