I

Cuando ya nada pido
y casi nada espero
y apenas puedo nada
es cuando más te quiero.

          II

Basta que estés, que seas
que te pueda llamar, que te llame María
para saber quién soy y conocer quién eres
para saberme tuyo y conocerte mía
mi mujer entre todas las mujeres.

José Coronel Urtecho

Gracias porque abro los ojos y veo
la salida del sol, el cielo, el río
en la mañana diáfana de estío
que llena hasta los bordes mi deseo.

Gracias, Señor, por esto que poseo
que siendo sólo tuyo es todo mío
aunque hasta una gota del rocío
para saber que es cierto lo que creo.

Creo que la belleza tan sencilla
que se revela en esta maravilla
es reflejo no más de tu hermosura.

Qué importa pues que esta belleza muera
si he de ver la hermosura duradera
que en tu infinito corazón madura.

José Coronel Urtecho

Sales en tu caballo con la aurora
y vas entre tus mozos la primera
a aventar el ganado a la quesera
donde la ternerada hambrienta llora.
¡Qué bien llevas tu rango de señora
junto con tus oficios de vaquera!
Tu corona es tu roja cabellera
que el sol naciente con sus rayos dora.

Después que ordeñas cuidas los terneros,
prensas los quesos, quemas los potreros,
y haces trabajos de carpintería.
Diosa campestre como Diana y Ceres,
así realiza todos tus quehaceres
desde el principio hasta el final del día.

José Coronel Urtecho

Mi señora, tan luego se levanta
va a cazar un venado matutino,
sin miedo a los colmillos del zaíno,
ni al mortal topetazo de la danta.

Entra con ojo alerta y firme planta
en la espesura donde no hay camino,
y de los matorrales, repentino,
salta un venado que su paso espanta.

Ella rápida apresta su escopeta,
veloz le apunta, le dispara y mata
—y después el marido, que es poeta,

cuando regresa la mujer que adora,
en un soneto clásico relata
la bella hazaña de la cazadora.

José Coronel Urtecho

Libre ya del amor que aturde y ciega
canto ahora a la dueña de mi casa,
cuando atareada en sus quehaceres pasa,
cuando rodeada de mis hijos llega.
Porque en los juegos de sus niños juega
y la medida de mis dichas tasa,
porque revive en el hogar la brasa
y la maceta de claveles riega.
Por eso y por aquello y por lo mismo
en el misterio del hogar me abismo
juntando compañía y soledad.
Mientras florecen en la amada esposa
—cinco retoños rubios y una rosa—
los frutos vivos de mi libertad.

José Coronel Urtecho

Si mi vida no es mía, sino tuya,
y tu vida no es tuya, sino mía,
Separados morimos cada día
Sin que esta larga muerte se concluya.

Hora es que el uno al otro restituya
Esa vida del otro que vivía,
Y tenga cada cual la que tenía
Otra vez en el otro como suya.

Mira pues, vida mía, que te espero
Y de esa espera vivo mientras muera
La muerte que, sin ti, contigo muero.

Ven, mi vida, a juntar vida con vida
Para que vuelva a ser la vida que era
Que la vida a la vida a la vida convida.

José Coronel Urtecho

Un desmedrado roble sin verdor
que seco ayer a todos parecía,
hijo del páramo y de la sequía,
próxima víctima del leñador,

que era como una niña sin amor
que en su esterilidad se consumía,
con la lluvia de anoche oh, qué alegría!—
ha amanecido esta mañana en flor.

Yo me he quedado un poco sorprendido
al contemplar en el roble florido
tanta ternura de la primavera,

que roba en los jardines de la aurora,
esas flores de nácar con que enflora
los brazos muertos del que nada espera.

José Coronel Urtecho

¡Salud a tío Coyote,
el animal Quijote!

Porque era inofensivo, lejos de la manada,
perro de soledad, fiel al secreto
inquieto
de su vida engañada
sufrió el palo, la burla y la patada.

Fue el más humilde peregrino
en los caminos de los cuentos de camino.

Como amaba las frutas sazonas,
las sandías, los melones, las anonas,
no conoció huerta con puerta,
infranqueable alacena,
ni propiedad ajena,
y husmeando el buen olor de las cocinas
cayó en la trampa que le tendieron las vecinas
de todas las aldeas mezquinas
y se quedó enredado en las consejas
urdidas por las viejas
campesinas.

Y así lo engendró la leyenda
como el Quijote de la Merienda.

Pero su historia es dulce y meritoria.

Y el animal diente-quebrado,
culo-quemado,
se ahogó en la laguna
buceando el queso de la luna.
Y allí comienza su gloria
donde su pena termina!

También así murió
Li-Tai-Po,
poeta de la China.

José Coronel Urtecho

No busques nada nuevo, ¡oh mi canción!;
nada hay oculto bajo el rascacielo,
nada en la máquina que sube al cielo,
nada ha cambiado desde Salomón.

Es muy antiguo el hombre y su pasión,
guarda en el nuevo día el viejo anhelo,
bajo la nueva noche igual desvelo
y el mismo palpitar del corazón.

No te engañen los nuevos continentes,
con sus plantas, sus bestias y sus gentes,
ni sus canciones con su nuevo acento.

Todo lo que dice algo ya está dicho:
sólo nos queda el aire y su capricho
de vagos sones que se lleva el viento.

José Coronel Urtecho