Hoy recibí tu carta. La he leído
con asombro, pues dices que regresas,
y aún de la sorpresa no he salido
¡Hace tanto que vivo sin sorpresas!

«Que por fin vas a verme que tan larga
fue la separación». Te lo aconsejo,
no vengas, sufrirías una amarga
desilusión: me encontrarías viejo.

Y como un viejo, ahora, me he llamado
a quietud, y a excepción ¡Siempre el pasado!
De uno que otro recuerdo que en la frente

me pone alguna arruga de tristeza,
no me puedo quejar: tranquilamente
fumo mi pipa y bebo mi cerveza.

Evaristo Carriego

¡Ah, por fin sola! Te dejaron
las buenas amigas, las locas
de siempre.
¡Qué alegres se fueron!,
¡Qué risas las suyas!
¡La zonza!,
Te dijeron al irse. ¡Es claro,
parecías tan triste!
Bueno.
Por fin estás sola No hay nadie,
todas las amigas se fueron
y se halla en silencio la casa.
La abuela descansa, y los chicos
en el distante comedor
juegan despacio, sin dar gritos.
Apenas si afuera, en la calle,
persiste un rumor apagado
de voces. Estás sola, sola,
en la paz grave de tu cuarto.
Vela un momento, y cuando tengas
el corazón bien en reposo
duerme como no duermes hace
mucho: con un sueño de novia.
La última noche de novia
Llegó pronto, ¿Verdad? Mañana
adiós cuartito de soltera,
adiós camita, adiós almohada
del sueño lejano y querido
que no volverá
¿Te sorprende
pensar en eso? Tan sereno,
tan dulce que ahora parece.
¡Por fin vino el novio! Fue larga,
muy larga la espera, ¿Recuerdas?,
Pasaban los años y nada,
ninguno ¡Quedarte soltera!
¡Ay!, Bien lo temías.
En vano
los tiernos coloquios. ¡Qué rabia!,
Aquellas preguntas del primo,
¡Torpe, ciego!
¿Cuándo te casas?
Por fin vino el novio, y por fin
la última noche de novia.
Llegó pronto, ¿Verdad? ¡Tan pronto!
Mañana, mañana
¡Bah! ¿Lloras?

Evaristo Carriego

Como nada consigue siendo prudente,
del montón de curiosos que han hecho rueda
esperando a los novios, vuelve el agente
a disolver los grupos de la vereda.

Que después del desorden que hace un momento
se produjo, interviene de rato en rato:
cada cinco minutos cae el sargento
y, con razón, no quiere pagar el pato

En la acera de enfrente varias chismosas
que se hallan al tanto de lo que pasa,
aseguran que para ver ciertas cosas
mucho mejor sería quedarse en casa.

Alejadas del cara de presidiario
que sugiere torpezas, unas vecinas
pretenden que ese sucio vocabulario
no debieran oírlo las chiquilinas.

Aunque tal acontece todo es posible,
sacando consecuencias poco oportunas,
lamenta una insidiosa la incomprensible
suerte que, por desgracia, tienen algunas

Y no es el primer caso Si bien le extraña
que haya salido un zonzo pues en enero
del año que transcurre, si no se engaña,
dio que hablar con el hijo del carnicero.

Con los coches que asoman, la gritería
de los muchachos dicen las intenciones
del común movimiento de simpatía
traducido en ruidosas demostraciones.

Una vez dentro, es claro, no se comenta
sino la ceremonia muy festejada,
bien que por otra parte les impacienta
el reciente bochinche de la llegada.

Como los retardados no han sido tantos
y sobran bailarines en ese instante,
se va a empezar la cosa, salvo unos cuantos,
que se reservan para más adelante.

El tío de la novia, que se ha creído
obligado a fijarse si el baile toma
buen carácter, afirma, medio ofendido,
que no se admiten cortes, ni aún en broma.

Que, la modestia a un lado, no se la pega
ninguno de esos vivos seguramente.
La casa será pobre, nadie lo niega:
todo lo que se quiera, pero decente.

Y continuando, entonces, del mismo modo
prohibe formalmente los apretones:
compromisos, historias y, sobre todo,
conversar sin testigos en los rincones.

La polka de la silla dará motivo
a serios incidentes, nada improbables:
nunca falta un rechazo despreciativo
que acarrea disgustos irremediables.

Ahora, casualmente, se ha levantado
indignada la prima del guitarrero,
por el doble sentido, mal arreglado,
del piropo guarango del compañero.

La discusión acaba con las violentas
porfías del padrino, que se resiste
a las observaciones de las parientas
que le impiden que haga papel tan triste

El vigilante amigo, que en la parada
cumpliendo la consigna diaria se aburre,
dice que de regreso de una llamada
vino a echar su vistazo, por si algo ocurre

Como es inexplicable que se permitan
horrores que no deben ser achacados
a los íntimos, varios padres le invitan
a proceder en forma con los colados.

En el comedor, donde se bebe a gusto,
casi lamenta el novio que no se pueda
correr la de costumbre pues, y esto es justo,
la familia le pide que no se exceda.

Y lo que es él, ahora tiene derecho
a desdeñar, sin duda, las perrerías
de aquellos envidiosos, cuyo despecho
fuera causa de tales habladurías

Respecto de aquel otro desengañado,
es opinión de muchos en verdad cabe
suponer que, si es cierto que anda tomado,
comete una locura de las que él sabe.

La madrina, a quien eso no le parece
sino una soberana maldad, se encarga
de chantarle unas frescas, según merece
ese desocupado tan lengua larga

Entre los invitados, una comadre
narra cómo ha podido venirse sola:
¡Se le antojó a su chico seguir al padre
a traer la familia de don Nicola!

¿Su cuñada? ¡Qué cambio! Parece cuento,
siempre encuentra disculpas, y hasta le ruega
no insistir, pretextando su retraimiento
desde que la hermanita se quedó ciega.

Las mujeres distraen, de cuando en cuando,
a la vieja que anoche, no más, reía
fingiéndose conforme pero dudando:
al fin era la ayuda que ella tenía.

La afligen los apuros. Llora, temiendo
las estrecheces de antes, ¡Y con qué pena!
Piensa en el hijo ausente que está cumpliendo
los tres años, tan largos, de su condena

La crítica se muestra muy indulgente:
Las personas han sido mejor tratadas
que otras veces, sintiendo, naturalmente,
que hayan habido algunas bromas pesadas

En cuanto a las muchachas ¡Con unos aires!
Como si trabajasen de señoritas
¡Han dejado la fama de sus desaires
llenas de pretensiones las pobrecitas!

Sin entrar en detalles sobre el odioso
golpe de circunstancias, alguien se queja
preguntando a los hombres quién fue el gracioso
que se llevó a los novios de la bandeja.

En el patio, dos mozos arman cuestiones,
y sin ninguna clase de miramientos
se dirigen airadas reconvenciones,
resabios de distantes resentimientos

Como el guapo es amigo de evitar toda
provocación que aleje la concurrencia,
ha ordenado que apenas les sirvan soda
a los que ya borrachos buscan pendencia.

Y, previendo la bronca, después del gesto
único en él, declara que aunque le cueste
ir de nuevo a la cárcel, se halla dispuesto
a darle un par de hachazos al que proteste

Y en medio del bullicio, que pronto cesa,
las guitarras anuncian estar cercano
el aguardado instante de la sorpresa
preparada en secreto desde temprano

Que, deseosos de aplausos y de medirse
de nuevo, recordando sus anteriores
tenaces contrapuntos sin definirse,
van a verse las caras dos payadores.

Evaristo Carriego

A veces, miro un poco entristecido
la fiel evocación de ese retrato
donde estás viva, aunque hace mucho rato,
digo bien, mucho rato que te has ido.

¡Y apenas la impresión que nada deja!
Tal vez he preferido más perderte
que haber seguido amándote, hasta verte
con la vergüenza de sentirte vieja.

Y, sin embargo, acaso mentiría,
si quisiera decir que todavía
no he cesado de oírte junto al piano

que nadie ha vuelto a abrir, como en ninguna
emoción de aquel tiempo tan lejano
cuando aún eras prima de la luna.

Evaristo Carriego

¿No te da tristeza? Bueno,
a mí no sé qué me da
¡Se van los viejos! Los pobres
poquito a poco se van.
Y se van tan despacito
que ni lo sienten, ¿Será
el consuelo de saber
que se habrán de ir en paz?
¡Ah! Todo es inútil: nada
los detendrá: ¿Pasarán
este otoño, o el invierno
otra vez los hallará
contándonos por las noches
cosas de la mocedad?
Y cuando no estén, ¿Durante
cuánto tiempo aún se oirá
su voz querida en la casa
desierta?
¿Cómo serán
en el recuerdo las caras
que ya no veremos más?
¡Que ya no veremos! ¿Nunca
se te ha ocurrido pensar
en el silencio que dejan
aquellos que se nos van?
Y en nosotros mismos, piensas
alguna vez, ¿Es verdad?
En nosotros, que también
nos tendremos que callar.
Cuando nos llegue la hora
como a los viejos, ¿Habrá
para nosotros la dulce
confortación familiar
que tanto alivia? ¿Qué labio
piadoso nos besará?
¿Nos sentiremos muy solos?
¿Y nos iremos en paz?

Evaristo Carriego

Como ya en el barrio corrió la noticia,
algunos vecinos llegan consternados,
diciendo en voz baja toda la injusticia
que amarga la suerte de los desdichados

A principios de año, repentinamente
murió el mayorcito ¡Si es para asustarse:
apenas lo entierran, cuando fatalmente
la misma desgracia vuelve a presentarse!

En medio del cuadro de caras llorosas
que llena el ambiente de recogimiento,
el padre recibe las frases piadosas
con que lo acompañan en el sentimiento

Los íntimos quieren llevárselo afuera,
pues presienten una decisión sombría
en su mirar fijo: de cualquier manera
con desesperarse nada sacaría

Porque hay que ser hombre, cede a las instancias
de los allegados, que fingen el gesto
de cansancio propio de las circunstancias:
Paciencia, por algo Dios lo habrá dispuesto.

La forma expresiva de las condolencias
narra lo sincero de las aflicciones,
que recién en estas duras emergencias
se aprecian las pocas buenas relaciones.

Entre los amigos que han ido a excusarse,
uno que otro padre de familia pasa
a cumplir, sintiendo no poder quedarse:
¡Ellos también tienen enfermos en casa!

Encuentran el golpe realmente sensible,
aunque irreparable, saben que sus puestos
están allí, pero les es imposible
al fin crían hijos y se hallan expuestos

Como habla del duelo todo el conventillo,
vienen comentarios desde la cocina,
mientras el teclado de un ronco organillo
más ronco y más grave solloza en la esquina.

Las muchas vecinas que desde temprano
fueron a brindarse, siempre cumplidoras,
están asombradas ¡El era bien sano,
y en tan corto tiempo: cuarenta y ocho horas!

¡Parece mentira! ¡Pobre finadito!
Nunca, jamás daba que hacer a la gente:
¡Había que verlo, ya tan hombrecito,
tan fino en sus modos y tan obediente!

La angustiada madre, que llorando apura
el cáliz que el justo Señor le depara,
muestra a las visitas la vieja figura
con que la noche antes él aún jugara.

Y, afanosamente, buscando al acaso,
halla entre las vueltas de una serpentina
aquel desteñido traje de payaso
que le regalase su santa madrina.

Y la rubia imagen a la cual rezaba
truncas devociones de rezos tardíos,
¡Ah, qué unción la suya, cuando comenzaba:
«Jesús Nazareno, rey de los judíos!»

Como esas benditas cosas no la dejan,
y ella torna al mismo fúnebre relato
y va siendo tarde, todas la aconsejan
cariñosamente recostarse un rato.

Muchas de las que hace tiempo permanecen
con ella, se marchan, pues no les permite
quedarse la hora, pero antes se ofrecen
para algo de apuro que se necesite

Las de «compromiso» van abandonando
silenciosamente la pieza mortuoria:
sólo las parientes se aguardan, orando
por el angelito que sube a la Gloria.

La crédula hermana se acerca en puntillas,
a ver, nuevamente, «si ya está despierto»,
y le llama y pone sus frescas mejillas
sobre la carita apacible del muerto.

En el otro cuarto se tocan asuntos
de interés notorio: programas navales,
cuestiones, alarmas, crisis y presuntos
casos de conflictos internacionales.

Mientras corre el mate, se insinúan datos
sobre las carreras y las elecciones,
y «la fija, al freno», de los candidatos
es causa de algunas serias discusiones.

Como no es posible que en esos instantes,
y habiendo muchachas, puedan sostenerse
sin ningún motivo temas semejantes,
los juegos de prendas van a proponerse.

Varios se retiran como pesarosos
de no acompañarlos: no hay otro remedio,
quizás esperasen, sin duda gustosos,
si fuerzas mayores que están de por medio

Y, al dejar al padre menos afligido,
a las susurradas frases de la breve
triste despedida, sigue el convenido
casi misterioso: «Mañana a las nueve».

Evaristo Carriego

Las rosas del balcón eran celosas
novias bajo el agravio de la fina
ironía falaz de una vecina
que se ponía a reír de ciertas cosas.

Tu perdón desdeñoso fue a las rosas
y tus labios a mí. La muselina
de la suave penumbra vespertina
te envolvió en no sé qué ansias misteriosas.

Dijo el piano motivos pasionales,
al temblar tus magnolias pectorales
con miel de invitaciones al pecado

de tu posible ruego incomprendido
terminó la canción con un gemido
de alondra torturada en el teclado.

Evaristo Carriego

Reíd mucho, hermanitas, reíd con esa risa
tan fresca y tan sonora, con esa risa fuerte
que llena nuestra casa de salud. La sonrisa
no es para vosotras todavía: ¡Qué suerte!

Que vuestra risa sea como una, y vierta
su chorro alegre sobre nuestra melancolía,
sea como una caja de música que abierta
perennemente suena desde que empieza el día.

Hermanas: reíd de una vez toda vuestra sana
alegría de dueñas del patio, que mañana
¡Ah, mañana! Quién sabe si os habremos de oír.

¡Ay, hermanas, hermanas juguetonas!, ¡Ay, locas
rabietas de la abuela!, ¿Cuál de esas lindas bocas
será la que primero dejará de reír?

Evaristo Carriego