Bostezó Floris, y su mano hermosa,
Cortésmente tirana y religiosa,
Tres cruces de sus dedos celestiales
Engastó en perlas y cerró en corales,
Crucificando en labios carmesíes,
O en puertas de rubíes,
Sus dedos de jazmín y casta rosa.

Yo, que alumbradas de sus vivas luces
Sobre claveles rojos vi tres Cruces,
Hurtar quise el engaste de una de ellas,
Por ver si mi delito o mi fortuna,
Por mal o buen Ladrón, me diera una;
Y fuera buen Ladrón, robando Estrellas.

Mas no pudiendo hurtarlas,
Y mereciendo apenas adorarlas,
Divino Humilladero
De toda libertad, dije, «Yo muero,
Si no en Cruces, por ellas, donde veo
Morir virgen y mártir mi deseo».

Francisco de Quevedo y Villegas

Yo diría de vos tan altamente
que el mundo viese en vos lo que yo veo,
si tal fuese el decir cual el deseo.
Mas si fuera del más hermoso cielo,
acá en la mortal gente,
entre las bellas y preciadas cosas,
no hallo alguna que os semeje un pelo,
sin culpa queda aquel que no os atreve.
El blanco, el cristal, el oro y rosas,
los rubís, y las perlas, y la nieve,
delante vuestro gesto comparadas,
son ante cosas vivas, las pintadas.
Ante vos las estrellas,
como delante el sol, son menos bellas.
El sol es más lustroso,
mas a mi parescer no es tan hermoso.
¡Qué puedo, pues, decir, si cuanto veo,
todo ante vos es feo!
Mudaos el nombre, pues, señora mía:
vos os llamad beldad, beldad María.

Gutierre de Cetina