Yo escribí de los muertos
sin saber de sus rudas zarabandas nocturnas…

    Fue cuando murió mi primer hijo
y mi novia murió a su manera
y mi madre se quedó sin morir pero no importa
porque ya había barrido gritando de sus ojos la luz…

    Sin invitación
sin desnudez apropiada
sin miedo justo a mi medida
llegué hasta sus territorios terribles
con el cabello roto y el hambre vocinglera:

    Reñían horriblemente, como hermanos.

    Sus uñas de aire rasgaban sus mejillas y suspechos de aire
y su furia caía sobre los hombros de mis ojos
como si la batalla solamente sirviera
para insultarme por vivir…

    De entre todos ellos

    Oolgue hacía brillar como una luna
su ancha ferocidad que merecía el respaldo del mármol
o de la peor espina.

    Golpeaba a los demás y a mi miedo
con más crueldad que un niño,
como si desde el principio del tiempo
hubiese recibido sin quererlo
la espantosa encomienda de vengar a Dios.

    Oh, amigos,
es duro ver matando a los que descansan en paz,
es más grave que quedarse solo
sabiendo que uno no sirve ni para que lo maten!

    Holgué me dejó escapar aquella noche
porque era evidente en mi temblor de manos
el odio por la vida.

    Desde el más allá de la muerte sustenues camaradas
me miraron partir con un desprecio inmenso
absolutamente avergonzado de mi respiración…

    Finaliza  Septiembre. Es hora de decirte
lo difícil que ha sido no morir.

    Por ejemplo, esta tarde
tengo en las manos grises
libros hermosos que no entiendo,
no podría cantar aunque ha cesado ya la lluvia
y me cae sin motivo el recuerdo
del primer perro a quien amé cuando niño.

    Desde ayer que te fuiste
hay humedad y frío hasta en la música.

    Cuando yo muera,
sólo recordarán mi júbilo matutino y palpable,
mi bandera sin derecho a cansarse,
la concreta verdad que repartí desde el fuego,
el puño que hice unánime
con el clamor de piedra que eligió la esperanza.

    Hace frío sin ti. Cuando yo muera,
cuando yo muera
dirán con buenas intenciones
que no supe llorar.

    Ahora llueve de nuevo.
Nunca ha sido tan tarde a las siete menos cuarto
como hoy.

    Siento unas ganas locas de reír
o de matarme.

        Claro es que no tengo en las manos
el derecho a morirme
ni siquiera en las abandonadas tardes de los domingos.

    Por otra parte se debe comprender que la muerte
es una manufactura inoficiosa
y que los suicidas
siempre tuvieron una mortal pereza
de sufrir.

    Además, debo
la cuenta de la luz…

    La luna se me murió
aunque no creo en los ángeles.
La copa final transcurre
antes de la sed que sufro.
La grama azul se ha perdido
huyendo tras tu velamen.

    La mariposa incendiando
su color, fue de ceniza.
La madrugada fusila
rocío y pájaros mudos.
La desnudez me avergüenza
y me hace heridas de niño.

    El corazón sin tus manos
es mi enemigo en el pecho.

    Conozco perfectamente mi dolor:
viene conmigo disfrazado en la sangre
y se ha construido una risa especial
para que no pregunten por su sombra.

    Mi dolor, ah, queridos,
mi dolor, ah, querida,
mi dolor, es capaz de inventaros un pájaro,
un cubo de madera
de esos donde los niños
le adivinan un alma musical al alfabeto,
un rincón entrañable
y tibio como la geografía del vino
o como la piel que me dejó las manos
sin pronunciar el himno de tu ancha desnudez de mar

    Mi dolor tiene cara de rosa,
de primavera personal que ha venido cantando.
Tras ella esconde su violento cuchillo,
su desatado tigre que me rompió las venas desde antes de nacer
y que trazó los días
de lluvia y de ceniza que mantengo.

Amo profundamente mi dolor,
como a un hijo malo.

    Y sin embargo, amor, a través de laslágrimas,
yo sabía que al fin iba a quedarme
desnudo en la ribera de la risa.

    Aquí,
hoy,
digo:
siempre recordaré tu desnudez en mis manos,
tu olor a disfrutada madera de sándalo
clavada junto al sol de la mañana;
tu risa de muchacha,
o de arroyo,
o de pájaro;
tus manos largas y amantes
como un lirio traidor a sus antiguos colores;
tu voz,
tus ojos,
lo de abarcable en ti que entre mis pasos
pensaba sostener con las palabras.

    Pero ya no habrá tiempo de llorar.

    Ha terminado
la hora de la ceniza para mi corazón.

Hace frío sin ti,
pero se vive.

    Las seis de la mañana
partiendo a gritos del reloj: de nuevo
la catedral de luz derribará sus muros
sobre mi caminante corazón
que descansaba.
Odio como a un burgués la fuga de las sábanas.

    No es por el frío, que no existe.
No es por el miedo al ojo agazapado
donde el farol,
anoche,
crucificó la sombra.
Ni siquiera es por ti,
ni por tu sexo que estalla en las manos,
tu descubierta gruta
recién muerta en el agua.

    Es
—oh indeterminación
que un año azul y roto se merece—
la sensación antigua como mi puño izquierdo
o mi añorada comprensión de los pájaros:
el ojo junto al hombro, sin suplicar siquiera,
la mano hacia la cara de nueva piedra que alzo,
la vida que me pide,
la miserable savia que reconozco en mí.

    Habría tenido, digo yo, que venir,
—no al mundo de los títeres, costureros de seda,
rudas botellas de ginebra como hospitales de la sed,
no al mundo que me das o al te doy,
pan deleznable, campo
para el cuchillo de la mermelada—
habría tenido que venir, repito,
como un desnudo incendio
hasta el reseco bosque donde me aterro sin gritar,
como un rudo torrente para la arena débil,
como aquel árbol que exige sangre de la tierra dormida,
reclamo de preñez contra la fuga,
contra la inmóvil lágrima
y la potente desesperación…

    Pero, tempranamente,
vine como soy,
con manos desangrables,
con miedo,
con amor,
con cuatro lunes cada mes.
Y creo
que de no ser por este corazón,
por este palpitante planeta musical,
ya me habría marchado a tratar de morir.
Con todo,
no querría olvidarme de la risa…