Leyendo un claro día
mis bien amados versos,
he visto en el profundo
espejo de mis sueños

  que una verdad divina
temblando está de miedo,
y es una flor que quiere
echar su aroma al viento.

  El alma del poeta
se orienta hacia el misterio.
Sólo el poeta puede
mirar lo que está lejos
dentro del alma, en turbio
y mago sol envuelto.

  En esas galerías,
sin fondo, del recuerdo,
donde las pobres gentes
colgaron cual trofeo

  el traje de una fiesta
apolillado y viejo,
allí el poeta sabe
el laborar eterno
mirar de las doradas
abejas de los sueños.

  Poetas, con el alma
atenta al hondo cielo,
en la cruel batalla
o en el tranquilo huerto,

  la nueva miel labramos
con los dolores viejos,
la veste blanca y pura
pacientemente hacemos,
y bajo el sol bruñimos
el fuerte arnés de hierro.

  El alma que no sueña,
el enemigo espejo,
proyecta nuestra imagen
con un perfil grotesco.

  Sentimos una ola
de sangre, en nuestro pecho,
que pasa… y sonreímos,
y a laborar volvemos.

Antonio Machado

    Desgarrada la nube; el arco iris
brillando ya en el cielo,
y en un fanal de lluvia
y sol el campo envuelto.
    Desperté. ¿Quién enturbia
los mágicos cristales de mi sueño?
Mi corazón latía
atónito y disperso.
    …¡El limonar florido,
el cipresal del huerto,
el prado verde, el sol, el agua, el iris!
¡el agua en tus cabellos!…
Y todo en la memoria se perdía
como una pompa de jabón al viento.

Antonio Machado

  Una clara noche
de fiesta y de luna,
noche de mis sueños,
noche de alegría

  —era luz mi alma
que hoy es bruma toda,
no eran mis cabellos
negros todavía—,

  el hada más joven
me llevó en sus brazos
a la alegre fiesta
que en la plaza ardía.

  So el chisporroteo
de las luminarias,
amor sus madejas
de danzas tejía.

  Y en aquella noche
de fiesta y de luna,
noche de mis sueños,
noche de alegría,

  el hada más joven
besaba mi frente…
con su linda mano
su adiós me decía…

  Todos los rosales
daban sus aromas,
todos los amores
amor entreabría.

Antonio Machado

      Te he visto, por el parque ceniciento
que los poetas aman
para llorar, como una noble sombra
vagar, envuelto en tu levita larga.
      El talante cortés, ha tantos años
compuesto de una fiesta en la antesala,
 —¡qué bien tus pobres huesos
   ceremoniosos guardan!—
      Yo te he visto, aspirando distraído,
con el aliento que la tierra exhala
—hoy, tibia tarde en que las mustias hojas
húmedo viento arranca—,
del eucalipto verde
el frescor de las hojas perfumadas.
Y te he visto llevar la seca mano
a la perla que brilla en tu corbata.

Antonio Machado