En un campo florido en que retoñan
Al Sol de abril las campanillas blancas,
Un coro de hombres jóvenes espera
                 A sus novias gallardas.

Tiembla el ramaje, canta y aletean
Los pájaros: las silvias de su nido
Salen, a ver pasar las lindas mozas
                 En sus blancos vestidos.

Ya se van en parejas por lo oscuro
Susurrando los novios venturosos:
Volverán, volverán dentro de un año
                 Más felices los novios.

Sólo uno, el más feliz, uno sombrío,
Con un traje más blanco que la nieve,
Para nunca volver, llevaba al brazo
                 La novia que no vuelve.

12 Mayo, 87

José Martí

Quieren, oh mi dolor, que a tu hermosura
De su ornamento natural despoje,
Que el árbol pode, que la flor deshoje,
Que haga al manto viril broche y cintura:

Quieren que el verso arrebatado en dura
Cárcel sonante y apretada aherroje,
Cual la espiga deshecha en la alta troje
O en el tosco lagar la vid madura.

No, vive Dios! La cómica alquilada
El paso ensaye y el sollozo en donde
Betunosa la faz, gime e implora:—

El gran dolor, el alma desolada,
Ni con carmín su lividez esconde,
Ni se trenza el cabello cuando llora.

José Martí

Contra el verso retórico y ornado
El verso natural. Acá un torrente:
Aquí una piedra seca. Allá un dorado
Pájaro, que en las ramas verdes brilla,
Como una marañuela entre esmeraldas-
Acá la huella fétida y viscosa
De un gusano: los ojos, dos burbujas
De fango, pardo el vientre, craso, inmundo.
Por sobre el árbol, más arriba, sola
En el ciclo de acero una segura
Estrella; y a los pies el horno,
El horno a cuyo ardor la tierra cuece
Llamas, llamas que luchan, con abiertos
Huecos como ojos, lenguas como brazos,
Savia como de hombre, punta aguda
Cual de espada: ¡la espada de la vida
Que incendio a incendio gana al fin, la tierra!
Trepa: viene de adentro: ruge: aborta:
Empieza el hombre en fuego y para en ala.
Y a su paso triunfal, los maculados,
Los viles, los cobardes, los vencidos,
Como serpientes, como gozques, como
Cocodrilos de doble dentadura
De acá, de allá, del árbol que le ampara,
Del suelo que le tiene, del arroyo
Donde paga la sed, del yunque mismo
Donde se forja el pan, le ladran y echan
El diente al pie, al rostro el polvo y lodo,
Cuanto cegarle puede en su camino.
Él, de un golpe de ala, barre el mundo
Y sube por la atmósfera encendida
Muerto como hombre y como sol sereno.
Así ha de ser la noble poesía:
Así como la vida: estrella y gozque;
La cueva dentellada por el fuego,
El pino en cuyas ramas olorosas
A la luz de la luna canta un nido,
Canta un nido a la lumbre de la luna.

José Martí

Tonos de orquesta y música sentida
Tiene mi voz, ¿qué céfiro ha pasado
Que el salterio sangriento y empolvado
Con soplo salvador vuelve a la vida?

Te lo diré: La arena de colores
Del páramo sediento
Tiembla, sube revuelta, y cae en flores
Nuevas y extrañas cuando pasa el viento.

En las teclas gastadas y frías
Del clave en el desván arrimado
Con sus manos de luz toca armonías
Sublimes un querube enamorado.

José Martí

                 Bien: yo respeto
A mi modo brutal, un modo manso
Para los infelices e implacable
Con los que el hambre y el dolor desdeñan,
Y el sublime trabajo; yo respeto
La arruga, el callo, la joroba, la hosca
Y flaca palidez de los que sufren.
Respeto a la infeliz mujer de Italia,
Pura como su cielo, que en la esquina
De la casa sin sol donde devoro
Mis ansias de belleza, vende humilde
Piñas dulces y pálidas manzanas.
Respeto al buen francés, bravo, robusto,
Rojo como su vino, que con luces
De bandera en los ojos, pasa en busca
De pan y gloria al Istmo donde muere.

José Martí

                           Hay un derecho
Natural al amor: ¿reside acaso,
Chianti, en tu áspera gota, en tu mordente
Vino, que habla y engendra, o en la justa sabia
Unión de la hermosura y el deseo?
Cuanto es bello, ya es mío: no cortejo,
Ni engaño vil, ni mentiroso adulo:
De los menores es el amarillo
Oro que entre las rocas serpentea,
De los menores: para mí es el oro
Del vello rubio y de la piel trigueña.
Mi título al nacer puso en mi cuna,
El sol que al cielo consagró mi frente.
Yo sólo sé de amor. Tiemblo espantado
Cuando, como culebras, las pasiones
Del hombre envuelven tercas mi rodilla;
Ciñen mis muslos, y echan a mis alas,—
Lucha pueril, las lívidas cabezas:—
Por ellas tiemblo, no por mí, a mis alas
No llegarán jamás: antes las cubro
Para que ni las vean: el bochorno
Del hombre es mi bochorno: mis mejillas
Sufren de la maldad del Universo:
Loco es mi amor, y, como el sol, revienta
En luz, pinta la nube, alegra la onda.
Y con suave calor, como la amiga
Mano que al tigre tempestuoso aquieta,
Dorna la sombra, y pálido difunde
Su beldad estelar en las negruzcas
Sirtes, tremendas abras, alevosos
Despeñaderos, donde el lobo atisba,
Arropado en la noche, al que la espanta
Con el fulgor de su alba vestidura.

José Martí

Envilece, devora, enferma, embriaga
La vida de ciudad: se come el ruido,
Como un corcel la yerba, la poesía.
Estréchanse en las casas la apretada
Gente, como un cadáver en su nicho:
Y con penoso paso por las calles
Pardas, se arrastran hombres y mujeres
Tal como sobre el fango los insectos,
Secos, airados, pálidos, canijos.

Cuando los ojos, del astral palacio
De su interior, a la ciudad convierte
El alma heroica, no en batallas grandes
Piensa, ni en templos cóncavos, ni en lides
De la palabra centelleante: piensa
En abrazar, como un haz, los pobres
Y adonde el aire es puro, y el sol claro
Y el corazón no es vil, volar con ellos.

José Martí

De mis tristes estudios, de mis sombras
Nauseabundas y bárbaras, resurjo
Lleno el pecho jovial de un amor loco
Por la mujer hermosa y la poesía:
¡Siempre juntas las dos! Dos ojos negros,
A mí que no ando en cuerpos, o ando apenas
Como una antorcha en las tinieblas, vuelven
A mi aterrado espíritu la vida:
¡Dos ojos negros, que entreví, pasando,
Ya hacia la noche, ante una puerta oscura!

José Martí

Sin pompa falsa ¡oh árabe! saludo
Tú libertad, tu tienda y tu caballo.
Como se ven desde la mar las cumbres
De la tierra, tal miro en mi memoria
Mis instantes felices: sólo han sido
Aquellos en que, a solas, a caballo
Vi el alba, salvé el riesgo, anduve el monte,
Y al volver, como tú, fiero y dichoso
Solté las bridas, y apuré sediento
Una escudilla de fragante leche.

Los hombres, moro mío,
Valen menos que el árbol que cobija
Igual a rico y pobre, menos valen
Que el lomo imperial de tu caballo.

Sombra da el árbol, y el caballo asiento:
El hombre, como el guao,
Padre a los que se acogen a su sombra.

Oh, ya no viene el verso cual solía
Corno un collar de rosas, o a manera
De caballero de la buena espada
Toda de luz vestida la figura:
Viene ya corno un buey, cansado y viejo
De halar de la pértiga en tierra seca.

José Martí

¡Vivir en sí, qué espanto!
Salir de sí desea
El hombre, que en su seno no halla modo
De reposar, de renovar su vida,
En roerse a sí propia entretenida.—
La soledad ¡qué yugo!
Del aire viene al árbol alto el jugo:—
De la vasta, jovial naturaleza
Al cuerpo viene el ágil movimiento
Y al alma la anhelada fortaleza.—
¡Cambio es la vida! Vierten los humanos
De sí el fecundo amor: y luego vierte
La vida universal entre sus manos
Modo y poder de dominar la Muerte.
Como locos corceles
En el cerebro del poeta vagan
Entre muertos y pálidos laureles,
Ansias de amor que su alma recia estragan
De anhelo audaz de redimir repleto
Buscar en el aire bueno a su ansia objeto
Y vive el triste, pálido y sombrío,
Como gigante fiero
A un negro poste atado,
Con la ración mezquina de un jilguero
Por mano de un verdugo alimentado.—
¡Fauce hambrienta y voraz, un alma amante!
Y aquí, enredado entre sus hierros, rueda
Y el polvo muerde, el aire tasca y queda
Atado al poste el mísero gigante.

José Martí