Aún se estremece y se yergue y amenaza con su espada
cubre el pecho destrozado su rojo y mellado escudo
hunde en la sombra infinita su mirada
y en sus labios expirantes cesa el canto heroico y rudo.

Los dos Cuervos silenciosos ven de lejos su agonía
y al guerrero las sombras alas tienden
y la noche de sus alas, a los ojos del guerrero, resplandece como eldía
y hacia el pálido horizonte reposado vuelo emprenden.

Ricardo Jaimes Freyre

Bebe ¡oh Dios! Entre los bosques, al través de la espesura,
los feroces jabalíes han huido,
y en la mitad de su carrera puso término a su insólitapavura
rayo ardiente y luminoso, de mi aljaba desprendido.

Bebe ¡oh Dios! Para tu copa dieron mieles las abejas
de los huertos del Palacio blanco y oro;
ya del Lobo y la Serpiente la medrosa vista alejas
y vierte la lengua de Orga su sacro raudal sonoro.

Cuando tu aliento se cierne sobre el campo de batalla,
ríe el guerrero a la Muerte que le acecha;
si en el espacio infinito, con el trueno, tu potente voz estalla
se hunde en el cuello la lanza y en el corazón la flecha.

Ricardo Jaimes Freyre

Canta Lok en la oscura región desolada,
y hay vapores de sangre en el canto de Lok.
El Pastor apacienta su enorme rebaño de hielo,
que obedece, —gigantes que tiemblan—, la voz del Pastor.
Canta Lok a los vientos helados que pasan,
y hay vapores de sangre en el canto de Lok.

Densa bruma se cierne. Las olas se rompen
en las rocas abruptas, con sordo fragor.
En su dorso sombrío se mece la barca salvaje
del guerrero de rojos cabellos, huraño y feroz.
Canta Lok a las olas rugientes que pasan,
y hay vapores de sangre en el canto de Lok.

Cuando el himno del hierro se eleva al espacio
y a sus ecos responde siniestro clamor,
y en el foso, sagrado y profundo, la víctima busca,
con sus rígidos brazos tendidos, la sombra de Dios,
canta Lok a la pálida Muerte que pasa
y hay vapores de sangre en el canto de Lok.

Ricardo Jaimes Freyre

Con sus rubias cabelleras luminosas,
en la sombra se aproximan. Son las Hadas.
A su paso los abetos de la selva,
como ofrenda tienden las crujientes ramas.

    Con sus rubias cabelleras luminosas
    se acercan las Hadas.

Bajo un árbol, en la orilla del pantano,
yace el cuerpo de la virgen. Su faz blanca,
su faz blanca, como un lirio de la selva;
dormida en sus labios la postrer plegaria.

    Con sus rubias cabelleras luminosas
    se acercan las Hadas.

A lo lejos por los claros de los bosques,
pasa huyendo tenebrosa cabalgata,
y hay ardientes resoplidos de jaurías
y sonidos broncos de trompas de caza.

    Con sus rubias cabelleras luminosas
    se acercan las Hadas.

Bajo el árbol en la orilla del pantano,
sobre el cuerpo de la virgen inclinadas,
posan, suaves como flores que se besan,
sus labios purpúreos en la frente blanca.

    Y en los ojos apagados de la muerta
    brilla la mirada.

    Con sus rubias cabelleras luminosas
    se alejan las Hadas.

A su paso, los abetos de la selva,
como ofrenda tienden las crujientes ramas.

    Con su rubia cabellera luminosa
    va la virgen blanca.

Ricardo Jaimes Freyre

«Crespas olas adheridas a las crines
de los ásperos corceles de los vientos;
alumbradas por rojizos resplandores
cuando en yunque de montañas su martillo bate el trueno.

»Crespas olas que las nubes oscurecen
con sus cuerpos desgarrados y sangrientos,
que se esfuman lentamente en los crepúsculos.
Turbios ojos de la noche, circundados de misterio.

»Crespas olas que cobijan los amores
de los monstruos espantables en su seno,
cuando entona la gran voz de las borrascas
su salvaje epitalamio como un himno gigantesco.

»Crespas olas que se arrojan a las playas
coronadas por enormes ventisqueros,
donde turban con sollozos convulsivos
el silencio indiferente de la noche de los hielos.

»Crespas olas que la quilla despedaza
bajo el rayo de los ojos del guerrero,
que ilumina las entrañas palpitantes
del Camino de los Cisnes para el Rey del Mar abierto»

Ricardo Jaimes Freyre

Envuelta en sangre y polvo la jabalina,
en el tronco clavada de añosa encina,
a los vientos que pasan cede y se inclina
envuelta en sangre y polvo la jabalina.

Los elfos de la oscura selva vecina
buscan la venerable, sagrada encina.
Y juegan. Y a su peso cede y se inclina
envuelta en sangre y polvo la jabalina.

Con murmullos y gritos y carcajadas
llena la alegre tropa las enramadas,
y hay rumores de flores y hojas holladas,
y murmullos y gritos y carcajadas.

Se ocultan en los árboles sombras calladas,
en un rayo de luna pasan las hadas:
llena la alegre tropa las enramadas
y hay rumores de flores y hojas holladas.

En las aguas tranquilas de la laguna,
más que en el vasto cielo, brilla la luna;
allí duermen los albos cisnes de Iduna,
en la margen tranquila de la laguna.

Cesa ya la fantástica ronda importuna,
su lumbre melancólica vierte la luna;
y los elfos se acercan a la laguna
y a los albos, dormidos cisnes de Iduna.

Se agrupan silenciosos en el sendero,
lanza la jabalina brazo certero;
de los dormidos cisnes hiere al primero
y los elfos lo espían desde el sendero.

Para oír al divino canto postrero
blandieron el venablo del caballero,
y escuchan, agrupados en el sendero,
el moribundo, alado canto postrero.

Ricardo Jaimes Freyre

Eres la rosa ideal
que fue la princesa-rosa,
en la querella amorosa
de un menestral provenzal.

Si tú sus trovas quisieras,
llegarían, como un ruego,
los serventesios de fuego
en armoniosas hogueras.

Darías al vencedor
los simbólicos trofeos,
en los galantes torneos
de la ciencia del amor.

Incensado por el aura
de la dulce poesía
en tus manos dejaría
su cetro Clemencia Isaura.

              * * *

Serías el lirio humano
que halló un rey bajo su tienda,
en la brumosa leyenda
de un minnesinger riniano.

En ti vería el guerrero
perlas y rocío, como
en el tesoro del gnomo
que descubrió un hechicero.

Tendrías un camarín
por las hadas adornado,
en un palacio encantado
de las márgenes del Rhin.

Y en las noches de las citas,
bajo el rayo de la luna,
envidiaran tu fortuna
Loreleys y Margaritas.

              * * *

Mientras pensativo y triste,
junto a la cruz de un sendero,
estrechara un caballero
la banda azul que le diste,

en tu ventana ojival
dulcemente reclinada,
oirías la balada
del ardido Parsifal.

Y de un juglar, que ha traído
su arpa cubierta de flores,
la historia de los amores,
de Crimilda y de Sigfrido.

En tu blanco camarín
por las hadas adornado,
resonaría el sagrado
cántico de Lohengrín…

Ya mi pálida quimera
se ha enredado, como una ave
en la onda, crespa y suave,
de tu blonda cabellera.

Ricardo Jaimes Freyre

Llamé una vez a la visión
                                          y vino.
Y era pálida y triste, y sus pupilas
ardían, como hogueras de martirios.

  Y era su boca como un ave negra
de negras alas.
                          En sus largos rizos
había espinas. En su frente arrugas.
Tiritaba.
Y me dijo:
                —¿Me amas aún?
                                              Sobre sus negros labios
posé los labios míos;
en sus ojos de fuego hundí mis ojos,
y acaricié la zarza de sus rizos.
Y  uní mi pecho al suyo, y en su frente
apoyé mi cabeza.
                                Y sentí el frío
que me llegaba al corazón y el fuego
en los ojos.
                     Entonces
se emblanqueció mi vida como un lirio.

Ricardo Jaimes Freyre

Peregrina paloma imaginaria
que enardeces los últimos amores;
alma de luz, de música y de flores
peregrina paloma imaginaria.

Vuele sobre la roca solitaria
que baña el mar glacial de Los dolores;
haya, a tu peso, un haz de resplandores,
sobre la adusta roca solitaria…

Vuele sobre la roca solitaria
peregrine paloma, ala de nieve
como divino hostia, ala tan leve…

Como un copo de nieve; ala divino,
copo de nieve, lirio, hostia, neblina,
peregrine paloma imaginaria…

Ricardo Jaimes Freyre

Por las blancas estepas
se desliza el trineo;
los lejanos aullidos de los lobos
se unen al jadeante resoplar de los perros.

Nieva.
Parece que el espacio se envolviera en un velo,
tachonado de lirios
por las alas del cierzo.

El infinito blanco…
sobre el vasto desierto
flota una vaga sensación de angustia,
de supremo abandono, de profundo y sombrío desaliento.

Un pino solitario
dibújase a lo lejos,
en un fondo de brumas y de nieve,
como un largo esqueleto.

Entre los dos sudarios
de la tierra y el cielo,
avanza en el naciente,
el helado crepúsculo de invierno…

Ricardo Jaimes Freyre