Bate la lluvia la vidriera
Y las rejas de los balcones,
Donde tupida enredadera
Cuelga sus floridos festones.

Bajo las hojas de los álamos
Que estremecen los vientos frescos,
Piar se escucha entre sus tálamos
A los gorriones picarescos.

Abrillántase los laureles,
Y en la arena de los jardines
Sangran corolas de claveles,
Nievan pétalos de jazmines.

Al último fulgor del día
Que aún el espacio gris clarea,
Abre su botón la peonía,
Cierra su cáliz la ninfea.

Cual los esquifes en la rada
Y reprimiendo sus arranques,
Duermen los cisnes en bandada
A la margen de los estanques.

Parpadean las rojas llamas
De los faroles encendidos,
Y se difunden por las ramas
Acres olores de los nidos.

Lejos convoca la campana,
Dando sus toques funerales,
A que levante el alma humana
Las oraciones vesperales.

Todo parece que agoniza
Y que se envuelve lo creado
En un sudario de ceniza
Por la llovizna adiamantado.

Yo creo oír lejanas voces
Que, surgiendo de lo infinito,
Inícianme en extraños goces
Fuera del mundo en que me agito.

Veo pupilas que en las brumas
Dirígenme tiernas miradas,
Como si de mis ansias sumas
Ya se encontrasen apiadadas.

Y, a la muerte de estos crepúsculos,
Siento, sumido en mortal calma,
Vagos dolores en los músculos,
Hondas tristezas en el alma.


Julián del Casal

¡Oh, divina Belleza! Visión casta
      De incógnito santuario,
Ya muero de buscarte por el mundo
      Sin haberte encontrado.

Nunca te han visto mis inquietos ojos,
      Pero en el alma guardo
Intuición poderosa de la esencia
      Que anima tus encantos.

Ignoro en qué lenguaje tú me hablas,
      Pero, en idioma vago,
Percibo tus palabras misteriosas
      Y te envío mis cantos.

Tal vez sobre la Tierra no te encuentre,
      Pero febril te aguardo,
Como el enfermo, en la nocturna sombra,
      Del Sol el primer rayo.

Yo sé que eres más blanca que los cisnes,
      Más pura que los astros,
Fría como las vírgenes y amarga
      Cual corrosivos ácidos.

Ven a calmar las ansias infinitas
      Que, como mar airado,
Impulsan el esquife de mi alma
      Hacia país extraño.

Yo sólo ansío, al pie de tus altares,
      Brindarte en holocausto
La sangre que circula por mis venas
      Y mis ensueños castos.

En las horas dolientes de la vida
      Tu protección demando,
Como el niño que marcha entre zarzales
      Tiende al viento los brazos.

Quizás como te sueña mi deseo
      Estés en mí reinando,
Mientras voy persiguiendo por el mundo
      Las huellas de tu paso.

Yo te busqué en el fondo de las almas
      Que el mal no ha mancillado
Y surgen del estiércol de la vida
      Cual lirios de un pantano.

En el seno tranquilo de la ciencia
      Que, cual tumba de mármol,
Guarda tras la bruñida superficie
      Podredumbre y gusanos.

En brazos de la gran Naturaleza,
      De los que hui temblando
Cual del regazo de la madre infame
      Huye el hijo azorado.

En la infinita calma que se aspira
      En los templos cristianos
Como el aroma sacro de incienso
      En ardiente incensario.

En las ruinas humeantes de los siglos,
      Del dolor en los antros
Y en el fulgor que irradian las proezas
      Del heroísmo humano.

Ascendiendo del Arte a las regiones
      Sólo encontré tus rasgos
De un pintor en los lienzos inmortales
      Y en las rimas de un bardo.

Mas como nunca en mi áspero sendero
      Cual te soñé te hallo,
Moriré de buscarte por el mundo
      Sin haberte encontrado.


Julián del Casal

Como vientre rajado sangra el ocaso,
Manchando con sus chorros de sangre humeante
De la celeste bóveda el azul raso,
De la mar estañada la onda espejeante.

Alzan sus moles húmedas los arrecifes
Donde el chirrido agudo de las gaviotas,
Mezclado a los crujidos de los esquifes,
Agujerea el aire de extrañas notas.

Va la sombra extendiendo sus pabellones,
Rodea el horizonte cinta de plata,
Y, dejando las brumas hechas jirones,
Parece cada faro flor escarlata.

Como ramos que ornaron senos de ondinas
Y que surgen nadando de infecto lodo,
Vagan sobre las ondas algas marinas
Impregnadas de espumas, salitre y yodo.

Ábrense las estrellas como pupilas,
Imitan los celajes negruzcas focas
Y, extinguiendo las voces de las esquilas,
Pasa el viento ladrando sobre las rocas.


Julián del Casal

Voz inefable que a mi estancia llega
En medio de las sombras de la noche,
Por arrastrarme hacia la vida brega
Con las dulces cadencias del reproche.

Yo la escucho vibrar en mis oídos,
Como al pie de olorosa enredadera
Los gorjeos que salen de los nidos
Indiferente escucha herida fiera.

¿A qué llamarme al campo del combate
Con la promesa de terrenos bienes,
Si ya mi corazón por nada late
Ni oigo la idea martillar mis sienes?

Reservad los laureles de la fama
Para aquellos que fueron mis hermanos:
Yo, cual fruto caído de la rama,
Aguardo los famélicos gusanos.

Nadie extrañe mis ásperas querellas:
Mi vida, atormentada de rigores,
Es un cielo que nunca tuvo estrellas,
Es un árbol que nunca tuvo flores.

De todo lo que he amado en este mundo
Guardo, como perenne recompensa,
Dentro del corazón, tedio profundo,
Dentro del pensamiento, sombra densa.

Amor, patria, familia, gloria, rango,
Sueños de calurosa fantasía,
Cual nelumbios abiertos entre el fango
Sólo vivisteis en mi alma un día.

Hacia país desconocido abordo
Por el embozo del desdén cubierto:
Para todo gemido estoy ya sordo,
Para toda sonrisa estoy ya muerto.

Siempre el destino mi labor humilla
O en males deja mi ambición trocada:
Donde arroja mi mano una semilla
Brota luego una flor emponzoñada.

Ni en retornar la vista hacia el pasado
Goce encuentra mi espíritu abatido:
Yo no quiero gozar como he gozado,
Yo no quiero sufrir como he sufrido.

Nada del porvenir a mi alma asombra
Y nada del presente juzgo bueno;
Si miro al horizonte todo es sombra,
Si me inclino a la tierra todo es cieno.

Y nunca alcanzaré en mi desventura
Lo que un día mi alma ansiosa quiso:
Después de atravesar la selva oscura
Beatriz no ha de mostrarme el Paraíso.

Ansias de aniquilarme sólo siento
O de vivir en mi eternal pobreza
Con mi fiel compañero, el descontento,
Y mi pálida novia, la tristeza.


Julián del Casal

Como rosadas flechas de aljabas de oro
Vuelan los bambúes finos flamencos,
Poblando de graznidos el bosque mudo,
Rompiendo de la atmósfera los níveos velos.

El disco anaranjado del Sol poniente
Que sube tras la copa de arbusto seco,
Finge un nimbo de oro que se desprende
Del cráneo amarfilado de un bonzo yerto.

Y las ramas erguidas de los juncales
Cabecean al borde de los riachuelos,
Como el soplo del aura sobre la playa
Los mástiles sin velas de esquifes viejos.


Julián del Casal

En el verde jardín del monasterio,
Donde los nardos crecen con las lilas,
Pasea la novicia sus pupilas
Como princesa por su vasto imperio.

Deleitan su sagrado cautiverio
Los chorros de agua en las marmóreas pilas,
El lejano vibrar de las esquilas
Y las místicas notas del salterio.

Sus rizos peina el aura del verano,
Mas la doncella al contemplarlos llora
E, internada en el bosque de cipreses,

Piensa que ha de troncharlos firme mano
Como la hoz de ruda segadora
Las espigas doradas de las mieses.


Julián del Casal

          I

De mi vida misteriosa,
Tétrica y desencantada,
Oirás contar una cosa
Que te deje el alma helada.

Tu faz de color de rosa
Se quedará demacrada,
Al oír la extraña cosa
Que te deje el alma helada.

Mas sé para mí piadosa,
Si de mi vida ignorada,
Cuando yo duerma en la fosa,
Oyes contar una cosa
Que te deje el alma helada.

          II

Quizás sepas algún día
El secreto de mis males,
De mi honda melancolía
Y de mis tedios mortales.

Las lágrimas a raudales
Marchitarán tu alegría,
Si a saber llegas un día
El secreto de mis males.

          III

Quisiera de mí alejarte,
Porque me causa la muerte
Con la tristeza de amarte
El dolor de comprenderte.

Mientras pueda contemplarte
Me ha de deparar la suerte,
Con la tristeza de amarte
El dolor de comprenderte.

Y sólo ansío olvidarte,
Nunca oírte y nunca verte,
Porque me causa la muerte
Con la tristeza de amarte
El dolor de comprenderte.


Julián del Casal

Como galeón de izadas banderolas
Que arrastra de la mar por los eriales
Su vientre hinchado de oro y de corales,
Con rumbo hacia las playas españolas,

Y, al arrojar el áncora en las olas
Del puerto ansiado, ve plagas mortales
Despoblar los vetustos arrabales
Vacío el muelle y las orillas solas;

Así al tornar de costas extranjeras,
Cargado de magnánimas quimeras,
A enardecer tus compañeros bravos,

Hallas sólo que luchan sin decoro
Espíritus famélicos de oro
Imperando entre míseros esclavos.


Julián del Casal

Frente al balcón de la vidriera roja
Que incendia el Sol de vivos resplandores,
Mientras la brisa de la tarde arroja,
Sobre el tapiz de pálidos colores,
Pistilos de clemátides fragantes
Que agonizan en copas opalinas
Y esparcen sus aromas enervantes
De la regia mansión en las cortinas,
Está el Infante en su sitial de seda,
Con veste azul, flordelisada de oro,
Mirando divagar por la alameda
Niños que juegan en alegre coro.
Como un reflejo por oscura brasa
Que se extingue en dorado pebetero,
Por sus pupilas nebulosas pasa
La sombra de un capricho pasajero
Que, encendiendo de sangre sus mejillas
Más pálidas que pétalos de lirios,
Hace que sus nerviosas manecillas
Muevan los dedos, largos como cirios,
Encima de sus débiles rodillas.

—¡Ah!, quién pudiera, en su interior exclama,
Abandonar los muros del castillo;
Correr del campo entre la verde grama
Como corre ligero cervatillo;
Sumergirse en la fresca catarata
Que baja del palacio a los jardines,
Cual alfombra lumínica de plata
Salpicada de nítidos jazmines;
Perseguir con los ágiles lebreles,
Del jabalí las fugitivas huellas
Por los bosques frondosos de laureles;
Trovas de amor cantar a las doncellas,
Mezclarse a la algazara de los rubios
Niños que, del poniente a los reflejos,
Aspirando del campo los efluvios,
Veo siempre jugar, allá a lo lejos,
Y a cambio del collar de pedrería
Que ciñe a mi garganta sus cadenas,
Sentir dentro del alma la alegría
Y ondas de sangre en las azules venas.

Habla, y en el asiento se incorpora,
Como se alza un botón sobre su tallo;
Mas, rendido de fiebre abrasadora,
Cae implorando auxilio de un vasallo,
Y para disipar los pensamientos
Que, como enjambre súbito de avispas
Ensombrecen sus lánguidos momentos,
Con sus huesosos dedos macilentos
Las perlas del collar deshace en chispas.


Julián del Casal

Monstruo de piedra, elévase el castillo
Rodeado de coposos limoneros,
Que sombrean los húmedos senderos
Donde crece aromático el tomillo.

Alzadas las cadenas del rastrillo
Y enarbolando fúlgidos aceros,
Seguido de sus bravos halconeros
Va de caza el señor de horca y cuchillo.

Al oír el clamor de las bocinas,
Bandadas de palomas campesinas
Surgen volando de las verdes frondas,

Y de los ríos al hendir las brumas
Dibujan con la sombra de sus plumas
Cruces de nieve en las azules ondas.


Julián del Casal