Eran años de estudio. Sabía muchos de linguales.
y palatales en eólico clásico. Mucho de Clementealejandrino
y Juan de la lengua de oro… Densos, afilados estudios…
Por eso ahora -al atardecer- abandonaba los viejos
libros e iba a las cuevas de billares de rock,
antros de cerveza y sortijas de plata, botas rudas,
y pelo cortado hasta un extremo paramilitar…
Primero le miraron asustados e irónicos, luego
vagamente agradecidos: ¿Quéte ha dicho el marchoso?
Miraba el juego y ensoñaba. Imaginaba lo que nunca,
imposiblemente sería suyo. Hablaban lenguas
distintas, sintaxis descoyuntadas, pronunciaciones violentas.
Salvajes cálidos de un ritmo con pastillas y mais.
Miraba la vida que no era su vida, sino vivir muy puro.
Por eso dijo una tarde: Quiero que me acompañes,
Bur, y puedes ganarte quince talegos.
Y enrojeció su pelo en lo hondo del parque.
Y le tiznó el cuerpo desnudado de verde.
Y con un spray le aguzó el pene incandescente.
Grita, Bur, grita y salta. Grita comosi fueses
a matar a alguien, corriendo entrelos árboles…
Era una imagen dorada en el ocaso, una imagen
joven de carne salvaje y de sangre limpia.
Por la noche, solo en la libresca cueva,
el maestro escribió en griego ptolemaico:
Vió al sátiro. Vió al nictálopesátiro.
Soñó en la ebria edad de Pan, libérrima.
algún día matará. Y fenecerá este mundo,extenuado.

Entonces hubiera gritado:
¡Señor, salva a Juan!
He visto deshacerse muchas bellezas;
sería bueno que quedase
una como emblema de nuestro
tiempo, un licor joven
que —contra el uso— no
envejeciera nunca…
Aún es hoy como monda
de naranja, y sonríe,
y un aroma delgado
aún llena el aire…
Pero no, tampoco mi oración
obtuvo respuesta