Ángeles malos o buenos,
que no sé,
te arrojaron en mi alma.
  Sola,
sin muebles y sin alcobas,
deshabitada.
  De rondón, el viento hiere
las paredes,
las más finas, vítreas láminas.
  Humedad. Cadenas. Gritos.
Ráfagas.
  Te pregunto:
¿cuándo abandonas la casa,
dime,
qué ángeles malos, crueles,
quieren de nuevo alquilarla?
  Dímelo.

Rafael Alberti

De sombra, sol y muerte, volandera
grana zumbando, el ruedo gira herido
por un clarín de sangre azul torera.

Abanicos de aplausos, en bandadas,
descienden, giradores, del tendido,
la ronda a coronar de los espadas.

Se hace añicos el aire, y violento,
un mar por media luna gris mandado
prende fuego a un farol que apaga el viento.

¡Buen caballito de los toros, vuela,
sin más jinete de oro y plata, al prado
de tu gloria de azúcar y canela!

Cinco picas al monte, y cinco olas
sus lomos empinados convirtiendo
en verbena de sangre y banderolas.

Carrusel de claveles y mantillas
de luna macarena y sol, bebiendo,
de naranja y limón, las banderillas.

Blonda negra, partida por dos bandas,
de amor injerto en oro la cintura,
presidenta del cielo y las barandas,

rosa en el palco de la muerte aún viva,
libre y por fuera sanguinaria y dura,
pero de corza el corazón, cautiva.

Brindis, cristiana mora, a ti, volando,
cuervo mudo y sin ojos, la montera
del áureo espada que en el sol lidiando

y en la sombra, vendido, de puntillas,
da su junco a la media luna fiera,
y a la muerte su gracia, de rodillas.

Veloz, rayo de plata en campo de oro
nacido de la arena y suspendido,
por un estambre, de la gloria, al toro,

mar sangriento de picas coronado,
en Dolorosa grana convertido,
centrar el ruedo manda, traspasado.

Feria de cascabel y percalina,
muerta la media luna gladiadora,
de limón y naranja, remolina

de la muerte, girando, y los toreros,
bajo una alegoría voladora
de palmas, abanicos y sombreros.

Rafael Alberti

   Vírgenes con escuadras
y compases, velando
las celestes pizarras.
   Y el ángel de los números,
pensativo, volando,
del 1 al 2, del 2
al 3, del 3 al 4.
   Tizas frías y esponjas
rayaban y borraban
la luz de los espacios.
   Ni sol, luna, ni estrellas,
ni el repentino verde
del rayo y el relámpago,
ni el aire. Sólo nieblas.
   Vírgenes sin escuadras,
sin compases, llorando.
   Y en las muertas pizarras,
el ángel de los números,
sin vida, amortajado
sobre el 1 y el 2,
sobre el 3, sobre el 4…

Rafael Alberti

  ¡Ah, Miss X, Miss X: 20 años!
  Blusas en las ventanas,
los peluqueros
lloran sin tu melena
—fuego rubio cortado—.
  ¡Ah, Miss X, Miss X sin sombrero,
alba sin colorete,
sola,
tan libre,
tú,
en el viento!
  No llevabas pendientes.
  Las modistas, de blanco, en los balcones,
perdidas por el cielo.
          —¡A ver!
               ¡Al fin!
                    ¿Qué?
                          ¡No!
              Sólo era un pájaro,
              no tú,
              Miss X niña.
El barman, ¡oh, qué triste!
     (Cerveza.
     Limonada.
     Whisky.
     Cocktail de ginebra.)
Ha pintado de negro las botellas.
Y las banderas,
alegrías del bar,
de negro, a media asta.
     ¡Y el cielo sin girar tu radiograma!
  Treinta barcos,
cuarenta hidroaviones
y un velero cargado de naranjas,
gritando por el mar y por las nubes.
Nada.

  ¡Ah, Miss X! ¿Adónde?
  S. M. el Rey de tu país no come.
No duerme el Rey.
Fuma.
Se muere por la costa en automóvil.
  Ministerios,
Bancos del oro,
Consulados,
Casinos,
Tiendas,
Parques,
cerrados.
  Y, mientras, tú, en el viento
—¿te aprietan los zapatos?—,
Miss X, de los mares
  —di, ¿te lastima el aire?—.
  ¡Ah, Miss X, Miss X, qué fastidio!
Bostezo.
        Adiós…
                Good bye…
  (Ya nadie piensa en ti. Las mariposas
de acero,
con las alas tronchadas,
incendiando los aires,
fijas sobre las dalias
movibles de los vientos.
Sol electrocutado.
Luna carbonizada.
Temor al oso blanco del invierno.
  Veda.
Prohibida la caza
marítima, celeste,
por orden del Gobierno.
  Ya nadie piensa en ti, Miss X niña.)

Rafael Alberti

   Te invito, sombra, al aire.
Sombra de veinte siglos,
a la verdad del aire,
del aire, aire, aire.
   Sombra que nunca sales
de tu cueva, y al mundo
no devolviste el silbo
que al nacer te dio el aire,
del aire, aire, aire.
   Sombra sin luz, minera
por las profundidades
de veinte tumbas, veinte
siglos huecos sin aire,
del aire, aire, aire.
   ¡Sombra, a los picos, sombra,
de la verdad del aire,
del aire, aire, aire!

Rafael Alberti

         8

   Se equivocó la paloma,
se equivocaba.

   Por ir al norte, fue al sur.
Creyó que el trigo era agua.
Se equivocaba.

   Creyó que el mar era el cielo;
que la noche, la mañana.
Se equivocaba.

   Que las estrellas rocío;
que la calor, la nevada.
Se equivocaba.

   Que tu falda era tu blusa;
que tu corazón, su casa.
Se equivocaba.

   (Ella se durmió en la orilla.
Tú, en la cumbre de una rama.)

  Vino el que yo quería
el que yo llamaba.
   No aquel que barre cielos sin defensas.
luceros sin cabañas,
lunas sin patria,
nieves.
Nieves de esas caídas de una mano,
un nombre,
un sueño,
una frente.
   No aquel que a sus cabellos
ató la muerte.
   El que yo quería.
   Sin arañar los aires,
sin herir hojas ni mover cristales.
   Aquel que a sus cabellos
ató el silencio.
   Para sin lastimarme,
cavar una ribera de luz dulce en mi pecho
y hacerme el alma navegable.

Rafael Alberti

Las tierras, las tierras, las tierras de España,
las grandes, las solas, desiertas llanuras.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
al sol y a la luna.

¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!

A corazón suenan, resuenan, resuenan
las tierras de España, en las herraduras.
Galopa, jinete del pueblo,
caballo cuatralbo,
caballo de espuma.

¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!

Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie;
que es nadie la muerte si va en tu montura.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
que la tierra es tuya.

¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!

Rafael Alberti

The one I wanted came,
the one I called.

Not the one who sweeps away defenseless skies,
stars without homes,
moons without a country,
snows.
The kind of snows that fall from a hand,
a name,
a dream,
a face.

Not the one who tied death
to his hair.

The one I wanted.

Without scraping air,
without wounding leaves or shaking windowpanes.

The one who tied silence
to his hair.

To scoop out, without hurting me,
a shoreline of sweet light inside my chest
so that my soul could sail.

Rafael Alberti
Translation by A. S. Kline