¡Ninfas de Manzanares,
felices y adorables semidiosas!
Oíd de mis pesares
los ayes y las quejas lastimosas.
Tantas aguas no lleva vuestro río
como lágrimas vierte el llanto mío.

¡Madrileñas divinas!,
cuya dulzura, halago y genio afable,
cuyas miradas finas
el genio ablandarán más intratable;
si al cielo pide el hombre su consuelo,
yo mi consuelo pido a vuestro cielo.

Algún astro celoso
de la inmensa fortuna que pasaba
mi corazón dichoso,
mis indecibles dichas envidiaba;
y por tanto cortó con golpe airado
mi vuelo, hasta los cielos remontado.

Y si fuisteis diosas
en el castigo acerbo que me disteis,
y mujeres furiosas
por el mal proceder con que lo hicisteis
(pues por un crimen nunca comprobado
fui, antes que convicto, castigado)

volved a ser deidades,
la bondad se vuelva a vuestro pecho.
¡Ah!, cesen las crueldades
con que mi pecho se halla desecho,
así como después que el rayo aterra,
el iris une al cielo con la tierra.

Para que el corazón mío
sus penas olvidando y sus pesares,
llegando a vuestro río,
las orillas besando a Manzanares,
repita ya sin voces lastimosas:
«¡Cuán adorables sois, oh semidiosas!».


Dalmiro. José Cadalso

El semidiós que alzándose a la cumbre
del alto Olimpo, prueba la ambrosía
entre la muchedumbre
de dioses en la mesa del Tonante,
y en copa de diamante
purpúreo néctar bebe
al son de la armonía
de los astros que en torno al cielo mueve;
si desciende algúndía
al mundo, le fastidian los manjares
del huerto, viña, campo, monte y mares.

Desde que el campo elíseo al tierno Orfeo
oyó cantar su amor en tono blando,
y el ardiente deseo
de volver a lograr su dulce esposa
(cuya lira amorosa,
mientras duró sonando,
de Sísifo y de Tántalo un momento
paré todo el tormento),
ya no se admira cuando
algún mortal, al verse en tal delicia,
las gracias canta a su deidad propicia.

Quien vio surcado el mar, minas, gigantes,
sangrientas amazonas, gente extraña
y límites distantes
(de humana audacia no, mas sí del mundo)
y el piélago profundo
hiende con ancha nave;
volviendo rico a España,
en el tranquilo hogar vivir no sabe,
desprecia la cabaña,
la barca y red que le ocupó primero
antes que fuese osado marinero.

El joven que una vez del tracio Marte,
de pálidos cadáveres cercado,
tremoló el estandarte,
y en el carro triunfal fue conducido,
en su patria aplaudido
con bélico trofeo
y júbilo aclamado;
por volver a la lid arde en deseo,
y desdeña el arado,
hijo, esposa, padre, mesa y lecho;
sólo el guerrero honor le llena el pecho.

Y el que al divino Moratín oyere
los metros que el timbreo dios le inspira,
y el brío con que hiere
la cítara de Píndaro sagrada,
ya nunca más le agrada
la humana voz ni sones
de otra cualquiera lira,
por más que suenen ínclitas canciones
que necio el vulgo admira.
Canta, pues, entre todos el primero,
y calle Ercilla, Herrera, Horacio, Homero.

Canción, dile a mi amigo
que me falta el aliento;
y que cuando cantar su gloria intento,
callo mil veces más de lo que digo.


Dalmiro. José Cadalso

¡Ay, si cantar pudiera
los hijos de los dioses, lira de hombre,
y, cual trompa guerrera
de altísona armonía,
que ambos polos atónitos asombre,
resonase la mía,
hijo de Febo, joven prodigioso,
cuál se alzara mi numen orgulloso!

Se alzara por regiones,
astros, esferas, mundos; y a su acento
las célicas mansiones
eco sacro darían,
y los dioses del alto firmamento
a escucharme vendrían.
Anfión y Orfeo no triunfaron tanto
del mar y hórrido reino del espanto.

Creyéndome inspirado
para cantar tus loores dignamente,
mandándomelo el hado,
las musas castellanas,
con lauro coronándome la frente,
vendrían más ufanas
que las de Tebas, cuando el dios del día
a Píndaro portentos influía.

La cítara lesbiana,
que con marfil y pulso a trinar hecho
tañe tu diestra ufana,
en vano dulce amigo
para cantarte aplico al blando pecho:
No resuena conmigo
como en tu mano armónica resuena,
de pompa, majestad y gloria llena.

Resuena, cual solía
la de Salicio y Títiro en lo blando
la dulce lira mía.
Parezco al imitarte
pastor que con su avena va imitando
la trompa atroz de Marte,
que el céfiro se ríe y se recrea
y la purpúrea rosa se menea.

Con lascivos arrullos
y los pájaros juntan su armonía,
y el río sus murmullos
siempre manso y tranquilo;
cuando el mundo de horrores temblaría,
del Orinoco al Nilo,
si las ruedas del carro resonaran,
y de Marte la trompa acompañaran.

Fatíganme en lo interno
furias, trasgos y manes, que aparecen
del horrísono infierno
y báratro profundo;
y sol y luna y astros se obscurecen,
y se anonada el mundo
rompiéndose ambos polos con estruendo,
y el caos primero, tímido, estoy viendo.

Cuménides atroces
su fuego en torno esparcen con silbido
y horrendísimas voces,
con víboras, serpientes
y culebras el pelo entretejido:
los brazos relucientes
con lóbrega vislumbre tan siniestra,
que sólo espectros y fantasmas muestra.

La envidia las conmueve
sacándolas del centro del abismo,
y con ardid aleve
en mi pecho las hunde
con fiero ardor contra mi amigo mismo,
porque mil celos funde,
cuando la fama te aclamó poeta
con el son inmortal de su trompeta.

«Conque permite el Hado»
me dice en ronco son la horrible Dea
«que perezca olvidado
tu nombre con tu verso,
y que de Moratín la Musa sea
la que del Universo
haga sonora el uno y otro polo
con cítara que envidie el mismo Apolo».

Dijo, y su pecho lleno
de áspides ponzoñosos y rencores,
me arrojó su veneno.
Ardiose el pecho mío,
cual seca mies del rayo a los ardores
vibrada en el estío;
tu nombre aborrecí con triste ceño,
cual esclavo la mano de su dueño.

Mas la amistad sagrada
con su cándida túnica desciende
de la empírea morada,
de virtudes un coro
la cerca y con su manto te defiende.
Su carro insigne de oro
deslumbra y ciega al monstruo que me irrita,
y al centro del horror le precipita.

Mirándome la diosa
con faz serena y plácida hermosura,
dejó mi alma gozosa,
cual esparce alegría
rosada aurora tras la noche oscura,
dando consuelo el día,
desde el lejano, lúcido horizonte,
al hombre, al bruto, al ave, al campo, al monte.

Mi frente que arrugada
de mi alma mostró el crüel tormento,
con mano regalada
alzó, diciendo: «Vive
con amigo tan ínclito contento;
como tuyo recibe
el justo aplauso y lírica corona
que le da Olimpo, Iberia y Helicona,

Aquellos que yo he unido
con mis vínculos gratos y celestes,
después que hayan cumplido
los días de sus hados,
Cástor y Pólux, Pílades y Orestes,
a Olimpo son llevados;
y Júpiter, llenando mi deseo,
eternos viven Píroto y Teseo.

Deja a las corvas almas
la sátira y rencor, y tus laureles
junta a las sacras palmas
de Moratín divino.
No temen los amigos, si son fieles,
las iras del destino,
y al lado de sus versos asombrosos
se admirarán los tuyos amorosos.

A él le ha dado Apolo
la cítara de Píndaro sonante,
para que cante él solo
de Carlos las hazañas
oyendo desde el punto más distante,
Américas y España,
coronado en cada una de las zonas
y sus virtudes más que sus coronas.

Y el hijo suyo digno
(prole que a España dio próspero el cielo)
y aquel rostro benigno
de Luisa Parmesana,
de quien Castilla aguarda su consuelo,
belleza más que humana;
y de Gabriel y Luis las prendas tales,
que serán con sus versos inmortales.

Y por probarse a veces
cantará de la patria y sus varones
heroicas altiveces.
Escúchale entonando
sagrados himnos, líricas canciones,
y estándole escuchando
suspenso el cielo, quedan sin empleo
espada, rayo, lira y caduceo.

Para él es digno asunto
lo de México, Cuzco y de Pavía,
y Numancia y Sagunto,
San Quintín y Lepanto,
y de Almansa y Brihuega el claro día
¡feliz a España tanto!.
Pero tú, canta céfiros y flores,
arroyos, campos, ecos y pastores»,

dijo, y fuese volando,
dejando mi alma llena de consuelo.
Y un rastro fue dejando
de clara luz sagrada,
desde la humilde tierra al alto cielo;
su corona estrellada
en torno por el aire difundía
etéreo olor de líquida ambrosia.


Dalmiro. José Cadalso

¡Ay, si cantar pudiera
los hijos, de los dioses lira de hombre,
y cual trompa guerrera
de altísima armonía,
que ambos polos atónitos asombre,
resonase la mía,
hijo de Febo, joven prodigioso,
cuál se alzara mi numen orgulloso!

Se alzara por regiones,
astros, esferas, mundos; y a su acento
las célicas mansiones
eco sacro darían,
y los dioses del alto firmamento
a escucharme vendrían.
Anfión y Orfeo no triunfaron tanto
del mar y hórrido reino del espanto.

Creyéndome inspirado
para cantar tus loores dignamente,
mandándomelo el hado,
las musas castellanas,
con lauro coronándome la frente,
vendrían más ufanas
que las de Tebas, cuando el dios del día
a Píndaro portentos influía.

La cítara lesbiana,
que con marfil y pulso a trinar hecho
tañe tu diestra ufana,
en vano, dulce amigo,
para cantarte aplico al blando pecho.
No resuena conmigo
como en tu mano armónica resuena,
de pompa, majestad y gloria llena.

Resuena cual solía
la de Salicio y Títiro en lo blando
la dulce lira mía.
Parezco, al imitarte,
pastor que con su avena va imitando
la trompa atroz de Marte,
que el céfiro se ríe y se recrea,
y la purpúrea rosa se menea.

Con lascivos arrullos
ya los pájaros juntan su armonía,
y el río sus murmullos,
siempre manso y tranquilo;
cuando el mundo de horrores temblaría,
del Orinoco al Nilo,
si las ruedas del carro resonaran,
y de Marte la trompa acompañaran.

Fatíganme en lo interno
furias, trasgos y manes, que aparecen
del horrísono infierno
y báratro profundo;
y sol y luna y astros se oscurecen,
y se anonada el mundo,
rompiéndose ambos polos con estruendo,
y el caos primero, tímido, estoy viendo.

Euménides atroces
su fuego en torno esparcen con silbido
y horrendísimas voces,
con víboras, serpientes
y culebras el pelo entretejido;
los brazos relucientes
con lóbrega vislumbre tan siniestra,
que sólo espectros y fantasmas muestra.

La envidia las conmueve
sacándolas del centro del abismo,
y con ardid aleve
en mi pecho las hunde
con fiero ardor contra mi amigo mismo,
porque mil celos funde,
cuando la fama te aclamó poeta
con el son inmortal de su trompeta.

«¡Con que permite el hado
(me dice en ronco son la horrible dea)
que perezca olvidado
tu nombre con tu verso,
y que de Moratín la musa sea
la que del universo
haga sonar el uno y otro polo
con cítara que envidie el mismo Apolo!»,

dijo, y su pecho lleno
de áspides ponzoñosas y rencores,
me arrojó su veneno.
Ardiose el pecho mío,
cual seca mies del rayo a los ardores
vibrado en el estío;
tu nombre aborrecí con triste ceño,
cual esclavo la mano de su dueño.

Mas la amistad sagrada
con su cándida túnica desciende
de la empírea morada;
de virtudes un coro
la cerca, y con su manto te defiende.
Su carro insigne de oro
deslumbra, y ciega al monstruo que me irrita,
y al centro del horror le precipita.

Mirándome la diosa
con faz serena y plácida hermosura,
dejó mi alma gozosa,
cual esparce alegría
rosada aurora tras la noche oscura,
dando consuelo el día,
desde el lejano, lúcido horizonte,
al hombre, al bruto, al ave, al campo, al monte.

Mi frente que, arrugada,
de mi alma mostró el crüel tormento,
con mano regalada
alzó, diciendo: «Vive
con amigo tan ínclito contento;
como tuyo recibe
el justo aplauso y lírica corona
que le da Olimpo, Iberia y Helicona,

»Aquellos que yo he unido
con mis vínculos gratos y celestes,
después que hayan cumplido
los días de sus hados,
Cástor y Pólux, Pílades y Orestes,
a Olimpo son llevados;
y Júpiter, llenando mi deseo,
eternos viven Píroto y Teseo.

»Deja a las corvas almas
la sátira y rencor, y tus laureles
junta a las sacras palmas
de Moratín divino.
No temen los amigos, si son fieles,
las iras del destino,
y al lado de sus versos asombrosos
se admirarán los tuyos amorosos.

»A él le ha dado Apolo
la cítara de Píndaro sonante,
para que cante él solo
de Carlos las hazañas
(oyendo desde el punto más distante,
Américas y Españas,
coronado en cada una de las zonas)
y sus virtudes más que sus coronas;

»y el hijo suyo digno
(prole que a España dio próspero el cielo)
y aquel rostro benigno
de Luisa parmesana,
de quien Castilla aguarda su consuelo,
belleza más que humana;
y de Gabriel y Luis las prendas tales,
que serán, con sus versos, inmortales.

»Y por probarse a veces
cantará de la patria y sus varones
heroicas altiveces.
Escúchale entonando
sagrados himnos, líricas canciones,
y estándole escuchando
suspenso el cielo, quedan sin empleo
espada, rayo, lira y caduceo.

»Para él es digno asunto
lo de México, Cuzco y de Pavía,
y Numancia y Sagunto,
San Quintín y Lepanto,
y de Almansa y Brihuega el claro día
(¡feliz a España tanto!).
Pero tú… canta céfiros y flores,
arroyos, campos, ecos y pastores»,
 
dijo, y fuese volando,
dejando mi alma llena de consuelo.
Y un rastro fue dejando
de clara luz sagrada,
desde la humilde tierra al alto cielo;
su corona estrellada
en torno por el aire difundía
etéreo olor de líquida ambrosia.


Dalmiro. José Cadalso

A la nave en que se embarcó Ortelio en Bilbao para Inglaterra

Ya deja Ortelio la paterna casa,
ya le recibes, navecilla humilde,
ya queda lejos la jamás domada
                           cántabra gente.

Nave que llevas tan amable vida,
céfiro grato llévete sereno,
hasta que pongas a la amiga costa 
                           áncora firme.

Alce Neptuno el húmido tridente,
abra las ondas para darte paso,
salgan en coros ninfas y tritones
                           para guiarte.

Ni toques costa, ni movible arena,
ni sople hinchado contra tu velamen,
gúmena y jarcia, desde el alto polo
                           hórrido norte.

Las naves altas de cañón tremendo,
con la bandera del amado Carlos,
no te abandonen al atroz pirata
                           que África cría.

Ni temas golpes de la suerte aleve.
Yo pido al cielo para ti bonanza,
y al que le ruega por su dulce amigo,
                           Júpiter oye.


Dalmiro. José Cadalso

De amores me muero,
mi madre, acudid,
si no llegáis pronto,
vereisme morir.

GLOSA

Catorce años tengo,
ayer los cumplí,
que fue el primer día
del florido abril;
y chicas y chicos
me suelen decir:
«¿Por qué no te casan,
Mariquilla, di?».

De amores me muero,
mi madre, acudid,
si no llegáis pronto,
vereisme morir.

Y a fe, madre mía,
que allá en el jardín,
estando a mis solas,
despacio me vi
en el espejito
que me dio en Madrid
las ferias pasadas
el mi primo Luis.

De amores me muero,
mi madre, acudid,
si no llegáis pronto,
vereisme morir.

Mireme y mireme
cien veces y mil,
y dije llorando:
«¡Ay pobre de mí!,
¿por qué se malogra
mi dulce reír
y tierna mirada?».
¡Ay niña infeliz!

De amores me muero,
mi madre, acudid,
si no llegáis pronto,
vereisme morir.

Y luego en mi pecho
una voz oí,
cual cosa de encanto,
que empezó a decir:
«¿La niña soltera
de qué ha de servir?
La vieja casada
aun es más feliz».

De amores me muero,
mi madre, acudid,
si no llegáis pronto,
vereisme morir.

Si por ese mundo
no quisiereis ir
buscándome un novio,
dejádmelo a mí,
que yo hallaré tantos
que pueda elegir,
y de nuestra calle
yo no he de salir.

De amores me muero,
mi madre, acudid,
si no llegáis pronto,
vereisme morir.

Al lado vive uno
como un serafín,
que la misma misa
que yo suele oír.
Si voy sola, llega
muy cerca de mí;
y se pone lejos
si también venís.

De amores me muero,
mi madre, acudid,
si no llegáis pronto,
vereisme morir.

Me mira, le miro.
Si me vio le vi,
se pone más rojo
que el mismo carmín.
Y si esto le pasa
al pobre, decid:
«¿Qué queréis, mi madre,
que me pase a mí?»

De amores me muero,
mi madre, acudid,
si no llegáis pronto
vereisme morir.

Enfrente vive otro,
taimado y sutil,
que suele de paso
mirarme y reír.
Y disimulado
se viene tras mí,
y a ver dónde llego
me suele seguir.

De amores me muero,
mi madre, acudid,
si no llegáis pronto,
vereisme morir.

Otro hay que pasea
con aire gentil
la calle cien veces,
y aunque diga mil,
y a nuestra criada
la suele decir:
«Bonita es tu ama,
¿te habla de mí?».

De amores me muero,
mi madre, acudid,
si no llegáis pronto,
vereisme morir.


Dalmiro. José Cadalso