En la clave del arco ruinoso
cuyas piedras el tiempo enrojeció,
obra de cincel rudo campeaba
el gótico blasón.

Penacho de su yelmo de granito,
la yedra que colgaba en derredor
daba sombra al escudo en que una mano
tenía un corazón.

A contemplarle en la desierta plaza
nos paramos los dos;
—Y ese —me dijo— es el cabal emblema
de mi constante amor.

¡Ay! Es verdad lo que me dijo entonces;
verdad que el corazón
lo llevará en la mano…, en cualquier parte…
pero en el pecho, no.

Gustavo Adolfo Bécquer

Mi vida es un erial,
flor que toco se deshoja;
que en mi camino fatal
alguien va sembrando el mal
para que yo lo recoja.

Gustavo Adolfo Bécquer

En la imponente nave
del templo bizantino,
vi la gótica tumba a la indecisa
luz que temblaba en los pintados vidrios.

Las manos sobre el pecho,
y en las manos un libro,
una mujer hermosa reposaba
sobre la urna, del cincel prodigio.

Del cuerpo abandonado,
al dulce peso hundido,
cual si de blanda pluma y raso fuera
se plegaba su lecho de granito.

De la sonrisa última
el resplandor divino
guardaba el rostro, como el cielo guarda
del sol que muere el rayo fugitivo.

Del cabezal de piedra
sentados en el filo,
don ángeles, el dedo sobre el labio,
imponían silencio en el recinto.

No parecía muerta;
de los arcos macizos
parecía dormir en la penumbra,
y que en sueños veía el paraíso.

Me acerqué de la nave
al ángulo sombrío
con el callado paso que llegamos
junto a la cuna donde duerme un niño.

La contemplé un momento,
y aquel resplandor tibio,
aquel lecho de piedra que ofrecía
próximo al muro otro lugar vacío,

en el alma avivaron
la sed de lo infinito,
el ansia de esa vida de la muerte
para la que un instante son los siglos…

                     *

Cansado del combate
en que luchando vivo,
alguna vez me acuerdo con envidia
de aquel rincón oscuro y escondido.

De aquella muda y pálida
mujer me acuerdo y digo:
—¡Oh, qué amor tan callado, el de la muerte!
¡Qué sueño el del sepulcro, tan tranquilo!

Gustavo Adolfo Bécquer

Te vi un punto y, flotando ante mis ojos,
la imagen de tus ojos se quedó,
como la mancha oscura orlada en fuego
que flota y ciega si se mira al sol.

Adondequiera que la vista clavo,
torno a ver las pupilas llamear;
mas no te encuentro a ti, que es tu mirada,
unos ojos, los tuyos, nada más.

De mi alcoba en el ángulo los miro
desasidos fantásticos lucir;
cuando duermo los siento que se ciernen,
de par en par abiertos sobre mí.

Yo sé que hay fuegos fatuos que en la noche
llevan al caminante a perecer;
yo me siento arrastrado por tus ojos,
pero adónde me arrastran, no lo sé.

Gustavo Adolfo Bécquer

Asomaba a sus ojos una lágrima
y a mi labio una frase de perdón;
habló el orgullo y se enjugó su llanto,
y la frase en mis labios expiró.

Yo voy por un camino; ella, por otro;
pero, al pensar en nuestro mutuo amor,
yo digo aún: —¿Por qué callé aquel día?
Y ella dirá: —¿Por qué no lloré yo?

Gustavo Adolfo Bécquer

Me ha herido recatándose en las sombras,
sellando con un beso su traición.
Los brazos me echó al cuello y por la espalda
partióme a sangre fría el corazón.

Y ella prosigue alegre su camino,
feliz, risueña, impávida. ¿Y por qué?
Porque no brota sangre de la herida.
Porque el muerto está en pie.

Gustavo Adolfo Bécquer

In the imposing nave
of that Byzantine temple
I saw the Gothic tomb in the uncertain
light that trembled in the stained-glass windows.

Her hands were on her breast,
and in her hands a book,
and this most beautiful woman was lying
on the urn, a miracle of carving.

Sinking under the weight
of her sweet abandoned body
her granite bed was creased as if made
of the softness of feathers and of satin.

Of her last sweet smile
her face preserved the divine
radiance, just as the heavens preserve
the fleeting rays of the dying sun.

Sitting at the edge
of her pillow of stone
two angels with fingers on their lips
enjoined silence all around.

She did not seem dead;
she seemed to be asleep
in the shadow of the massive arches,
and seeing paradise in her slumber.

I approached the darkness
at the corner of the nave
as someone walking on quiet feet
would approach the cradle where a child is asleep.

I looked at her for a moment
as she glowed there brightly,
and at her bed of stone that offered
another, empty, space by the wall,

and they revived in my soul
the thirst for the infinite,
the yearning for that life in death
for which the centuries are but a moment.

Weary of the battle
I fight all through my life
sometimes I recall with envy
that retreat so dark and hidden.

I recall that pale
and silent woman, and say:
«What a silent love is that of death!
What a peaceful sleep is that of the grave!»