La muerte nace con la ambigüedad
incaptable del instante, lo que hace
que florezca la duda de si es o no es.
Surgen lenguas de agua que bajan jugando con tus párpados,formando pequeños ríos que copulan con el nácar detus pechos antes de convertirse en poesía. El infierno se hacecada vez más envolvente y una extraña sensación meobliga a dejar de teclear.
Miro en derredor,
no veo más que sombras,
acechando, mas…
percibo tus efluvios.
Lanzo el cigarrillo por la ventana, aparto mis manos del ordenadorinterrumpiendo mi creación; dejo que la negra lágrima sedeslice por tu pálido rostro mientras se columpia unmohín en tus labios entreabiertos buscando el sutil tacto delequilibrio perdido.
Proyecto mi alma
para que indague
traspasando tu cuerpo,
y observe
la posible afinidad
con mi ser, y si hay
en ti algo más
que un cuerpo fingido.
Acerco mis labios a la pantalla y beso en tus labios mis últimaspalabras escritas, sé que el tramo final de la nocheserá intenso, estéril como el inicio del nuevo amanecerque ya no veré. Se nos rebeló el instante queconstruí entre el llano y la colina, aquel que asesinó elpuente levadizo de nuestros versos en el ángulo obscuro.
Modificaré el término ideal
de una ecuación apasionada
llevada al infinito de tu lágrima,
buscando episodios y baladas,
músicas, vientos y naufragios.
Hay que determinar si la Nada
es cómplice, llanto o astilla
de minúsculas partículas
que resisten el análisis
de la razón subjetiva.
Antonio García Vargas