El anciano camina sin que nadie en la calle
lo tome en cuenta.
No lleva prisa, quizá porque olvidó el destino.
Quizá porque el destino lo olvidó a él.
El caso es que camina, sin mirar al frente.
Y en su rostro persisten unos párpados caídos
y una piel herida por el paso del tiempo;
pesadilla ambulante de lo que fue.
El anciano camina, de espaldas al sol
y de espaldas al mundo, también.
Juan José Vargas Camejo