Archivo de la categoría: Rafael Alberti

CANCIÓN 8

Hoy las nubes me trajeron,
volando, el mapa de España.
¡Qué pequeño sobre el río,
y qué grande sobre el pasto
la sombra que proyectaba!

Se le llenó de caballos
la sombra que proyectaba.
Yo, a caballo, por su sombra
busqué mi pueblo y mi casa.

Entré en el patio que un día
fuera una fuente con agua.
Aunque no estaba la fuente,
la fuente siempre sonaba.
Y el agua que no corría
volvió para darme agua.

Rafael Alberti

LO QUE DEJÉ POR TI

Dejé por ti mis bosques, mi perdida
arboleda, mis perros desvelados,
mis capitales años desterrados
hasta casi el invierno de la vida.

Dejé un temblor, dejé una sacudida,
un resplandor de fuegos no apagados,
dejé mi sombra en los desesperados
ojos sangrantes de la despedida.

Dejé palomas tristes junto a un río,
caballos sobre el sol de las arenas,
dejé de oler la mar, dejé de verte.

Dejé por ti todo lo que era mío.
Dame tú, Roma, a cambio de mis penas,
tanto como dejé para tenerte.

Rafael Alberti

DESAHUCIO

  Ángeles malos o buenos,
que no sé,
te arrojaron en mi alma.
  Sola,
sin muebles y sin alcobas,
deshabitada.
  De rondón, el viento hiere
las paredes,
las más finas, vítreas láminas.
  Humedad. Cadenas. Gritos.
Ráfagas.
  Te pregunto:
¿cuándo abandonas la casa,
dime,
qué ángeles malos, crueles,
quieren de nuevo alquilarla?
  Dímelo.

Rafael Alberti

CORRIDA DE TOROS

De sombra, sol y muerte, volandera
grana zumbando, el ruedo gira herido
por un clarín de sangre azul torera.

Abanicos de aplausos, en bandadas,
descienden, giradores, del tendido,
la ronda a coronar de los espadas.

Se hace añicos el aire, y violento,
un mar por media luna gris mandado
prende fuego a un farol que apaga el viento.

¡Buen caballito de los toros, vuela,
sin más jinete de oro y plata, al prado
de tu gloria de azúcar y canela!

Cinco picas al monte, y cinco olas
sus lomos empinados convirtiendo
en verbena de sangre y banderolas.

Carrusel de claveles y mantillas
de luna macarena y sol, bebiendo,
de naranja y limón, las banderillas.

Blonda negra, partida por dos bandas,
de amor injerto en oro la cintura,
presidenta del cielo y las barandas,

rosa en el palco de la muerte aún viva,
libre y por fuera sanguinaria y dura,
pero de corza el corazón, cautiva.

Brindis, cristiana mora, a ti, volando,
cuervo mudo y sin ojos, la montera
del áureo espada que en el sol lidiando

y en la sombra, vendido, de puntillas,
da su junco a la media luna fiera,
y a la muerte su gracia, de rodillas.

Veloz, rayo de plata en campo de oro
nacido de la arena y suspendido,
por un estambre, de la gloria, al toro,

mar sangriento de picas coronado,
en Dolorosa grana convertido,
centrar el ruedo manda, traspasado.

Feria de cascabel y percalina,
muerta la media luna gladiadora,
de limón y naranja, remolina

de la muerte, girando, y los toreros,
bajo una alegoría voladora
de palmas, abanicos y sombreros.

Rafael Alberti

EL ÁNGEL DE LOS NÚMEROS

   Vírgenes con escuadras
y compases, velando
las celestes pizarras.
   Y el ángel de los números,
pensativo, volando,
del 1 al 2, del 2
al 3, del 3 al 4.
   Tizas frías y esponjas
rayaban y borraban
la luz de los espacios.
   Ni sol, luna, ni estrellas,
ni el repentino verde
del rayo y el relámpago,
ni el aire. Sólo nieblas.
   Vírgenes sin escuadras,
sin compases, llorando.
   Y en las muertas pizarras,
el ángel de los números,
sin vida, amortajado
sobre el 1 y el 2,
sobre el 3, sobre el 4…

Rafael Alberti

A MISS X, ENTERRADA EN EL VIENTO DEL OESTE

  ¡Ah, Miss X, Miss X: 20 años!
  Blusas en las ventanas,
los peluqueros
lloran sin tu melena
—fuego rubio cortado—.
  ¡Ah, Miss X, Miss X sin sombrero,
alba sin colorete,
sola,
tan libre,
tú,
en el viento!
  No llevabas pendientes.
  Las modistas, de blanco, en los balcones,
perdidas por el cielo.
          —¡A ver!
               ¡Al fin!
                    ¿Qué?
                          ¡No!
              Sólo era un pájaro,
              no tú,
              Miss X niña.
El barman, ¡oh, qué triste!
     (Cerveza.
     Limonada.
     Whisky.
     Cocktail de ginebra.)
Ha pintado de negro las botellas.
Y las banderas,
alegrías del bar,
de negro, a media asta.
     ¡Y el cielo sin girar tu radiograma!
  Treinta barcos,
cuarenta hidroaviones
y un velero cargado de naranjas,
gritando por el mar y por las nubes.
Nada.

  ¡Ah, Miss X! ¿Adónde?
  S. M. el Rey de tu país no come.
No duerme el Rey.
Fuma.
Se muere por la costa en automóvil.
  Ministerios,
Bancos del oro,
Consulados,
Casinos,
Tiendas,
Parques,
cerrados.
  Y, mientras, tú, en el viento
—¿te aprietan los zapatos?—,
Miss X, de los mares
  —di, ¿te lastima el aire?—.
  ¡Ah, Miss X, Miss X, qué fastidio!
Bostezo.
        Adiós…
                Good bye…
  (Ya nadie piensa en ti. Las mariposas
de acero,
con las alas tronchadas,
incendiando los aires,
fijas sobre las dalias
movibles de los vientos.
Sol electrocutado.
Luna carbonizada.
Temor al oso blanco del invierno.
  Veda.
Prohibida la caza
marítima, celeste,
por orden del Gobierno.
  Ya nadie piensa en ti, Miss X niña.)

Rafael Alberti

INVITACIÓN AL AIRE

   Te invito, sombra, al aire.
Sombra de veinte siglos,
a la verdad del aire,
del aire, aire, aire.
   Sombra que nunca sales
de tu cueva, y al mundo
no devolviste el silbo
que al nacer te dio el aire,
del aire, aire, aire.
   Sombra sin luz, minera
por las profundidades
de veinte tumbas, veinte
siglos huecos sin aire,
del aire, aire, aire.
   ¡Sombra, a los picos, sombra,
de la verdad del aire,
del aire, aire, aire!

Rafael Alberti

METAMORFOSIS DEL CLAVEL

         8

   Se equivocó la paloma,
se equivocaba.

   Por ir al norte, fue al sur.
Creyó que el trigo era agua.
Se equivocaba.

   Creyó que el mar era el cielo;
que la noche, la mañana.
Se equivocaba.

   Que las estrellas rocío;
que la calor, la nevada.
Se equivocaba.

   Que tu falda era tu blusa;
que tu corazón, su casa.
Se equivocaba.

   (Ella se durmió en la orilla.
Tú, en la cumbre de una rama.)

EL ÁNGEL BUENO

  Vino el que yo quería
el que yo llamaba.
   No aquel que barre cielos sin defensas.
luceros sin cabañas,
lunas sin patria,
nieves.
Nieves de esas caídas de una mano,
un nombre,
un sueño,
una frente.
   No aquel que a sus cabellos
ató la muerte.
   El que yo quería.
   Sin arañar los aires,
sin herir hojas ni mover cristales.
   Aquel que a sus cabellos
ató el silencio.
   Para sin lastimarme,
cavar una ribera de luz dulce en mi pecho
y hacerme el alma navegable.

Rafael Alberti