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La Nube

  De Teófilo Gautier

En la fuente cristalina
De su jardín solitario,
Se baña la fiel sultana
De hermoso cuerpo rosáceo.

Ya no ocultan finas telas
De su seno los encantos,
Ni la red de hilos de oro
Sus cabellos destrenzados.

El sultán que la contempla,
Tras los vidrios del serrallo,
Dice: —«El eunuco vigila,
Yo solo la  veo en el baño».

—«Yo también, —dice una nube
Que cruza el azul espacio—,
Veo su cuerpo desnudo
De mil perlas inundado».

Pálido Achmed, cual la Luna,
Toma el puñal en su mano
Y mata a la favorita…
Cuando la nube ha volado.


Julián del Casal

NOSTALGIAS

          I

Suspiro por las regiones
Donde vuelan los alciones
      Sobre el mar,
Y el soplo helado del viento
Parece en su movimiento
      Sollozar;

Donde la nieve que baja
Del firmamento, amortaja
      El verdor
De los campos olorosos
Y de ríos caudalosos
      El rumor;

Donde ostenta siempre el cielo,
A través del aéreo velo,
      Color gris;
Es más hermosa la Luna
Y cada estrella más que una
      Flor de lis.

          II

Otras veces sólo ansío
Bogar en firme navío
      A existir
En algún país remoto,
Sin pensar en el ignoto
      Porvenir.

Ver otro cielo, otro monte,
Otra playa, otro horizonte,
      Otro mar,
Otros pueblos, otras gentes
De maneras diferentes
      De pensar.

¡Ah! si yo un día pudiera
Con qué júbilo partiera
      Para Argel,
Donde tiene la hermosura
El color y la frescura
      De un clavel.

Después fuera en caravana
Por la llanura africana
      Bajo el sol
Que, con sus vivos destellos,
Pone un tinte a los camellos
      Tornasol.

Y cuando el día expirara
Mi árabe tienda plantara
      En mitad
De la llanura ardorosa
Inundada de radiosa
      Claridad.

Cambiando de rumbo luego,
Dejara el país del fuego
      Para ir
Hasta el imperio florido
En que el opio da el olvido
      Del vivir.

Vegetara allí contento
De alto bambú corpulento
      Junto al pie,
O aspirando en rica estancia
La embriagadora fragancia
      Que da el té.

De la Luna al claro brillo
Iría al Río Amarillo
      A esperar
La hora en que, el botón rojo,
Comienza la flor de loto
      A brillar.

O mi vista deslumbrara
Tanta maravilla rara
      Que el buril
De artista, ignorado y pobre,
Graba en sándalo o en cobre
      O en marfil.

Cuando tornara el hastío
En el espíritu mío
      A reinar,
Cruzando el inmenso piélago
Fuera a taitiano archipiélago
      A encallar.

A aquel en que vieja historia
Asegura a mi memoria
      Que se ve
El lago en que un hada peina
Los cabellos de la reina
      Pomaré.

Así errabundo viviera
Sintiendo todo quimera
      Rauda huir,
Y hasta olvidando la hora
Incierta y aterradora
      De morir.

          III

Mas no parto. Si partiera
Al instante yo quisiera
      Regresar.
¡Ay! ¿Cuándo querrá el destino
Que yo pueda en mi camino
      Reposar?


Julián del Casal

A UN DICTADOR

Noble y altivo, generoso y bueno
Apareciste en tu nativa tierra,
Como sobre la nieve de alta sierra
De claro día el resplandor sereno.

Torpe ambición emponzoñó tu seno
Y, en el bridón siniestro de la guerra,
Trocaste el suelo que tu polvo encierra
En abismo de llanto, sangre y cieno.

Mas si hoy execra tu memoria el hombre,
No del futuro en la extensión remota
Tus manes han de ser escarnecidos;

Porque tuviste, paladín sin nombre,
En la hora cruel de la derrota,
El supremo valor de los vencidos.


Julián del Casal

Día de Fiesta

Un cielo gris. Morados estandartes
Con escudo de oro; vibraciones
De altas campanas; báquicas canciones;
Palmas verdes ondeando en todas partes;

Banderas tremolando en los baluartes;
Figuras femeninas en balcones;
Estampido cercano de cañones;
Gentes que lucran por diversas artes.

Mas, ¡ay!, mientras la turba se divierte
Y se agita en ruidoso movimiento
Como un mar de embravecidas olas,

Circula por mi ser frío de muerte
Y en lo interior del alma sólo siento
Ansia infinita de llorar a solas.


Julián del Casal

El eco

  Imitación de Coppée

Yo en la soledad he dicho:
—¿Cuándo cesará el dolor
Que me oprime noche y día?
—¡Nunca!—el eco respondió.

—¿Cómo viviré más tiempo,
En tan cruel opresión,
Cual un muerto en su sudario?
—¡Solo!—el eco respondió.

—¡Gracias, oh suerte severa!
¿Cómo de mi corazón
Acallaré los gemidos?
—¡Muere!—el eco respondió.


Julián del Casal

UN TORERO

Tez morena encendida por la navaja,
Pecho alzado de eunuco, talle que aprieta
Verde faja de seda, bajo chaqueta
Fulgurante de oro cual rica alhaja.

Como víbora negra que un muro baja
Y a mitad del camino se enrosca quieta,
Aparece en su nuca fina coleta
Trenzada por los dedos de amante maja.

Mientras aguarda oculto tras un escaño
Y cubierta la espada con rojo paño
Que, mugiendo, a la arena se lance el toro,

Sueña en trocar la plaza febricitante
En purpúreo torrente de sangre humeante
Donde quiebre el ocaso sus flechas de oro.


Julián del Casal

PAISAJE DE VERANO

Polvo y moscas. Atmósfera plomiza
Donde retumba el tabletear del trueno
Y, como cisnes entre inmundo cieno,
Nubes blancas en cielo de ceniza.

El mar sus ondas glaucas paraliza,
Y el relámpago, encima de su seno,
Del horizonte en el confín sereno
Traza su rauda exhalación rojiza.

El árbol soñoliento cabecea,
Honda calma se cierne largo instante,
Hienden el aire rápidas gaviotas,

El rayo en el espacio centellea,
Y sobre el dorso de la tierra humeante
Baja la lluvia en crepitantes gotas.


Julián del Casal

TRAS UNA ENFERMEDAD

Ya la fiebre domada no consume
El ardor de la sangre de mis venas,
Ni el peso de sus cálidas cadenas
Mi cuerpo débil sobre el lecho entume.

Ahora que mi espíritu presume
Hallarse libre de mortales penas,
Y que podrá ascender por las serenas
Regiones de la luz y del perfume,

Haz, ¡oh, Dios!, que no vean ya mis ojos
La horrible Realidad que me contrista
Y que marche en la inmensa caravana,

O que la fiebre, con sus velos rojos,
Oculte para siempre ante mi vista
La desnudez de la miseria humana.


Julián del Casal

PÁGINAS DE VIDA

En la popa desierta del viejo barco
Cubierto por un toldo de frías brumas,
Mirando cada mástil doblarse en arco,
Oyendo los fragores de las espumas;

Mientras daba la nave, tumbo tras tumbo,
Encima de las ondas alborotadas,
Cual si ansiosa estuviera de emprender rumbo
Hacia remotas aguas nunca surcadas;

Sintiendo ya el delirio de los alcohólicos,
En que ahogaba su llanto de despedida,
Narrábame, en los tonos más melancólicos,
Las páginas secretas de nuestra vida.

—Yo soy como esas plantas que ignota mano
Siembra un día en el surco por donde marcha,
Ya para que la anime luz de verano,
Ya para que la hiele frío de escarcha.

Llevado por el soplo del torbellino,
Que cada día a extraño suelo me arroja,
Entre las rudas zarzas de mi camino,
Si no dejo un capullo, dejo una hoja.

Mas como nada espero lograr del hombre,
Y en la bondad divina mi ser confía,
Aunque llevo en el alma penas sin nombre
No siento la nostalgia de la alegría.

¡Ígnea columna sigue mi paso cierto!
¡Salvadora creencia mi ánimo salva!
Yo sé que tras las olas me aguarda el puerto
Yo sé que tras la noche surgirá el alba.

Tú, en cambio, que doliente mi voz escuchas,
Sólo el hastío llevas dentro del alma;
Juzgándote vencido, por nada luchas,
Y de ti se desprende siniestra calma.

Tienes en tu conciencia sinuosidades
Donde se extraviaría mi pensamiento,
Como al surcar del éter las soledades
El águila en las nubes del firmamento.

Sé que ves en el mundo cosas pequeñas
Y que por algo grande siempre suspiras;
Mas no hay nada tan bello como lo sueñas,
Ni es la vida tan triste como la miras.

Si hubiéramos más tiempo juntos vivido
No nos fuera la ausencia tan dolorosa.
¡Tú cultivas tus males, yo el mío olvido!
¡Tú lo ves todo en negro, yo todo en rosa!

Quisiera estar contigo largos instantes,
Pero a tu ardiente súplica ceder no puedo:
¡Hasta tus verdes ojos relampagueantes,
Si me inspiran cariño, me infunden miedo!

Genio errante, vagando de clima en clima,
Sigue el rastro fulgente de un espejismo,
Con el ansia de alzarse siempre a la cima,
Mas también con el vértigo que da el abismo.

Cada vez que en él pienso la calma pierdo,
Palidecen los tintes de mi semblante,
Y en mi alma se arraiga su fiel recuerdo
Como en fosa sombría cardo punzante.

Doblegado en la tierra, luego de hinojos,
Miro cuanto a mi lado gozoso existe;
Y pregunto, con lágrimas en los ojos,
¿Por qué has hecho, ¡oh, Dios mío!, mi almatan triste?


Julián del Casal