Prepara ufano a César victorioso el tirano de Menfis inclemente la temida cabeza que al Oriente tuvo al son de sus armas temeroso.
No pudo dar el corazón piadoso enjutos ojos ni serena frente al don funesto; mas gimió impaciente de tal crueldad, y repitió lloroso;
«Tú, gran Pompeyo, en la fatal caída serás ejemplo de la humana gloria y cierto aviso de su fin incierto.
»¡Cuánto se debe a tu virtud crecida! ¡Cuán costosa en tu muerte es mi victoria! Vivo te aborrecí, y te lloro muerto».
Juan de Arquijo
A ti, de alegres vides coronado, Baco, gran padre, domador de Oriente, he de cantar; a ti que blandamente tiemplas la fuerza del mayor cuidado
Ora castigues a Licurgo airado o a Penteo en tus aras insolente, ora te mire la festiva gente en sus convites dulce y regalado,
O ya de tu Ariadna al alto asiento subas ufano la inmortal corona, ven fácil, ven humano al canto mío;
Que si no desmerezco el sacro aliento mi voz penetrará la opuesta zona, y el Tibre envidiará al hispalio río.
Juan de Arquijo
Yo vi del rojo sol la luz serena turbarse, y que en un punto desaparece su alegre faz, y en torno se oscurece el cielo, con tiniebla de horror llena.
El Austro proceloso airado suena, crece su furia, y la tormenta crece, y en los hombros de Atlante se estremece el alto Olimpo, y con espanto truena;
Mas luego vi romperse el negro velo deshecho en agua, y a su luz primera restituirse alegre el claro día,
Y de nuevo esplendor ornado el cielo miré, y dije: ¿Quién sabe si le espera igual mudanza a la fortuna mía?
Juan de Arquijo
Pudo quitarte el nuevo atrevimiento, bello hijo del Sol, la dulce vida; la memoria no pudo, qu´extendida dejó la fama de tan alto intento.
Glorioso aunque infelice pensamiento desculpó la carrera mal regida; y del paterno carro la caída subió tu nombre a más ilustre asiento.
En tal demanda al mundo aseguraste que de Apolo eras hijo, pues pudiste alcanzar dél la empresa a que aspiraste.
Término ponga a su lamento triste Climente, si la gloria ganaste excede al bien que por osar perdiste.
Juan de Arquijo
Castiga el cielo a Tántalo inhumano, que en impia mesa su rigor provoca, medir queriendo en competencia Ioca saber divino con engaño humano.
Agua en las aguas busca, y con la mano el árbol fugitivo casi toca; huye el copioso Erídano a su boca y en vez de fruta aprieta el aire vano.
Tú, qu´espantado de su pena admiras qu´el cercano manjar en largo ayuno al gusto falte y a la vista sobre,
¿Cómo de muchos Tántalos no miras ejemplo igual? Y si cudicias uno, mira al avaro en sus riquezas pobre.
Juan de Arquijo
Viví, y en dura piedra convertida, labrada por la mano artificiosa de Praxíteles, Niobe hermosa, vuelvo segunda vez a tener vida.
A todo me dejó restituida, mas no al sentido, l´arte poderosa; que no le tuve yo, cuando furiosa los altos dioses desprecié atrevida.
¡Ay triste! Cuán en vano me consuelo, si ardiente llanto mana el mármol frío sin que mi antigua pena el tiempo cure;
Pues ha querido el riguroso cielo, porque fuese perpetuo el dolor mío, que faltándome l´alma, el llanto dure.
Juan de Arquijo
El griego vencedor que tantos años vio contra sí constante la fortuna; el que pudo, sagaz, de la importuna Circe vencer los mágicos engaños;
El que en nuevas regiones y en extraños mares temer no supo vez alguna; el que bajando a la infernal laguna libre volvió de los eternos daños,
Los ojos cubre y cierra los oídos de las Sirenas a la vista y canto y se manda ligar a un mástil duro.
Y negando al objeto los sentidos, la engañosa belleza y fuerte encanto huyendo vence, y corta el mar seguro.
Juan de Arquijo
Crece el insano ardor, crece el engaño del que en las aguas vio su imagen bella; y él, sola causa en su mortal querella, busca el remedio y acrecienta el daño.
Vuelve a verse en la fuente ¡caso extraño!: del´agua sale el fuego; mas en ella templarlo piensa, y la enemiga estrella sus ojos cierra al fácil desengaño.
Fallecieron las fuerzas y el sentido al ciego amante amado, que a su suerte la costosa beldad cayó rendida.
Y ahora, en flor purpúrea convertido, l´agua, que fue principio de su muerte, hace que crezca, y prueba a darle vida.
Juan de Arquijo
No temas, o bellísimo troyano, viendo que arrebatado en nuevo vuelo con corvas uñas te levanta al cielo la feroz ave por el aire vano.
¿Nunca has oído el nombre soberano del alto Olimpo, la piedad y el celo de Júpiter, que da la pluvia al suelo y arma con rayos la tonante mano;
A cuyas sacras aras humillado gruesos toros ofrece el Teucro en Ida, implorando remedio a sus querellas?
El mismo soy. No al´águila eres dado en despojo; mi amor te trae. Olvida tu amada Troya y sube a las estrellas.
Juan de Arquijo
A tu divina frente ¡oh poderoso Niño! una venda con trabajo y arte tejí de oro y colores, donde parte retraté de tu triunfo glorioso.
En ella se ve atado al victorioso carro el gran Febo, que la luz reparte, preso Mercurio, encadenado Marte, y Vulcano con muestras de celoso.
No se pudo librar con las reales insignias Jove; mal pudiera Psique resistir, si a éstos rinde tu fiereza.
Agravan mi prisión mayores males, pues es fuerza que a un niño sacrifique mi firme amor, y a un ciego mi belleza.
Juan de Arquijo
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