Por ásperos caminos he llegado a parte que de miedo no me muevo; y si a mudarme a dar un paso pruebo, y allí por los cabellos soy tornado.
Mas tal estoy, que con la muerte al lado busco de mi vivir consejo nuevo; y conozco el mejor y el peor apruebo, o por costumbre mala o por mi hado.
Por otra parte, el breve tiempo mío, y el errado proceso de mis años, en su primer principio y en su medio,
mi inclinación, con quien ya no porfío, la cierta muerte, fin de tantos daños, me hacen descuidar de mi remedio.
Garcilaso de la Vega
Ilustre honor del nombre de Cardona, décima moradora del Parnaso, a Tansillo, a Minturno, al culto Taso sujeto noble de inmortal corona;
si en medio del camino no abandona la fuerza y el espirtu a vuestro Laso, por vos me llevará mi osado paso a la cumbre difícil de Helicona.
Podré llevar entonces, sin trabajo, con dulce son que el curso al agua enfrena, por un camino hasta agora enjuto,
el patrio celebrado y rico Tajo, que del valor de su luciente arena a vuestro nombre pague el gran tributo.
Garcilaso de la Vega
No pierda más quien ha tanto perdido, bástate, amor, lo que ha por mí pasado; válgame agora jamás haber probado a defenderme de lo que has querido.
Tu templo y sus paredes he vestido de mis mojadas ropas y adornado, como acontece a quien ha ya escapado libre de la tormenta en que se vido.
Yo había jurado nunca más meterme, a poder mío y mi consentimiento, en otro tal peligro, como vano.
Mas del que viene no podré valerme; y en esto no voy contra el juramento; que ni es como los otros ni en mi mano.
Garcilaso de la Vega
Amor, amor, un hábito vestí el cual de vuestro paño fue cortado; al vestir ancho fue, más apretado y estrecho cuando estuvo sobre mí.
Después acá de lo que consentí, tal arrepentimiento me ha tomado, que pruebo alguna vez, de congojado, a romper esto en que yo me metí.
Mas ¿quién podrá de este hábito librarse, teniendo tan contraria su natura, que con él ha venido a conformarse?
Si alguna parte queda por ventura de mi razón, por mí no osa mostrarse; que en tal contradicción no está segura.
Garcilaso de la Vega
De aquella vista buena y excelente salen espirtus vivos y encendidos, y siendo por mis ojos recibidos, me pasan hasta donde el mal se siente.
Entránse en el camino fácilmente, con los míos, de tal calor movidos, salen fuera de mí como perdidos, llamados de aquel bien que está presente.
Ausente, en la memoria la imagino; mis espirtus, pensando que la vían, se mueven y se encienden sin medida;
mas no hallando fácil el camino, que los suyos entrando derretían, revientan por salir do no hay salida.
Garcilaso de la Vega
Boscán, vengado estáis, con mengua mía, de mi rigor pasado y mi aspereza con que reprehenderos la terneza de vuestro blando corazón solía.
Agora me castigo cada día de tal salvatiquez y tal torpeza: mas es a tiempo que de mi bajeza correrme y castigarme bien podría.
Sabed que en mi perfecta edad y armado, con mis ojos abiertos me he rendido al niño que sabéis, ciego y desnudo.
De tan hermoso fuego consumido nunca fue corazón: si preguntado soy lo demás, en lo demás soy mudo.
Garcilaso de la Vega
Señora mía, si yo de vos ausente en esta vida turo y no me muero, paréceme que ofendo a lo que os quiero, y al bien de que gozaba en ser presente;
tras éste luego siento otro accidente, que es ver que si de vida desespero, yo pierdo cuanto bien bien de vos espero; y ansí ando en lo que siento diferente.
En esta diferencia mis sentidos están, en vuestra ausencia y en porfía, no sé ya que hacerme en tal tamaño.
Nunca entre sí los veo sino reñidos; de tal arte pelean noche y día, que sólo se conciertan en mi daño.
Garcilaso de la Vega
Pasando el mar Leandro el animoso, en amoroso fuego todo ardiendo, esforzó el viento, y fuese embraveciendo el agua con un ímpetu furioso.
Vencido del trabajo presuroso, contrastar a las ondas no pudiendo, y más del bien que allí perdía muriendo, que de su propia muerte congojoso,
como pudo, esforzó su voz cansada, y a las ondas habló desta manera mas nunca fue su voz de ellas oída:
«Ondas, pues no se excusa que yo muera, dejadme allá llegar, y a la tornada vuestro furor ejecutad en mi vida».
Garcilaso de la Vega
¡Oh dulces prendas, por mí mal halladas, dulces y alegres cuando Dios quería, Juntas estáis en la memoria mía, y con ella en mi muerte conjuradas!
¿Quién me dijera, cuando las pasadas horas que en tanto bien por vos me vía, que me habiáis de ser en algún día con tan grave dolor representadas?
Pues en una hora junto me llevastes todo el bien que por términos me distes, lleváme junto el mal que me dejastes;
si no, sospecharé que me pusistes en tantos bienes, porque deseastes verme morir entre memorias tristes.
Garcilaso de la Vega
Sospechas, que en mi triste fantasía puestas, hacéis la guerra a mi sentido, volviendo y revolviendo el afligido pecho, con dura mano noche y día;
ya se acabó la resistencia mía y la fuerza del alma; ya rendido vencer de vos me dejo, arrepentido de haberos contrastado en tal porfía.
Llevadme a aquel lugar tan espantable, que, por no ver mi muerte allí esculpida, cerrados hasta aquí tuve los ojos.
Las armas pongo ya, que concedida no es tan larga defensa al miserable; colgad en vuestro carro mis despojos.
Garcilaso de la Vega
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