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ODA VII – PROFECÍA DEL TAJO

Folgaba el Rey Rodrigo
con la hermosa Cava en la ribera
del Tajo, sin testigo;
el río sacó fuera
el pecho, y le habló desta manera:

«En mal punto te goces,
injusto forzador; que ya el sonido
oyo, ya y las voces,
las armas y el bramido
de Marte, de furor y ardor ceñido.

¡Ay! esa tu alegría
qué llantos acarrea, y esa hermosa,
que vio el sol en mal día,
a España ¡ay cuán llorosa!,
y al cetro de los Godos ¡cuán costosa!

Llamas, dolores, guerras,
muertes, asolamientos, fieros males
entre tus brazos cierras,
trabajos inmortales
a ti y a tus vasallos naturales;

a los que en Constantina
rompen el fértil suelo, a los que baña
el Ebro, a la vecina
Sansueña, a Lusitaña:
a toda la espaciosa y triste España.

Ya dende Cádiz llama
el injuriado Conde, a la venganza
atento y no a la fama,
la bárbara pujanza,
en quien para tu daño no hay tardanza.

Oye que al cielo toca
con temeroso son la trompa fiera,
que en África convoca
el moro a la bandera
que al aire desplegada va ligera.

La lanza ya blandea
el árabe crüel, y hiere el viento,
llamando a la pelea;
innumerable cuento
de escuadras juntas veo en un momento.

Cubre la gente el suelo,
debajo de las velas desparece
la mar; la voz al cielo
confusa y varia crece;
el polvo roba el día y le escurece.

¡Ay!, que ya presurosos
suben las largas naves. ¡Ay!, que tienden
los brazos vigorosos
a los remos, y encienden
las mares espumosas por do hienden.

El Éolo derecho
hinche la vela en popa, y larga entrada
por el Hercúleo Estrecho
con la punta acerada
el gran padre Neptuno da a la armada.

¡Ay, triste! ¿y aun te tiene
el mal dulce regazo? ¿Ni llamado
al mal que sobreviene,
no acorres? ¿Ocupado,
no ves ya el puerto a Hércules sagrado?

Acude, acorre, vuela,
traspasa la alta sierra, ocupa el llano;
no perdones la espuela,
no des paz a la mano,
menea fulminando el hierro insano.»

¡Ay, cuánto de fatiga,
ay, cuánto de sudor está presente
al que viste loriga,
al infante valiente,
a hombres y a caballos juntamente!

Y tú, Betis divino,
de sangre ajena y tuya amancillado,
darás al mar vecino
¡cuánto yelmo quebrado,
cuánto cuerpo de nobles destrozado!

El furibundo Marte
cinco luces las haces desordena,
igual a cada parte;
la sexta, ¡ay!, te condena,
¡oh, cara patria!, a bárbara cadena.

Fray Luis de León

A NUESTRA SEÑORA

No viéramos el rostro al padre Eterno
alegre, ni en el suelo al Hijo amado
quitar la tiranía del infierno,
ni el fiero Capitán encadenado;
viviéramos en llanto sempiterno,
durara la ponzoña del bocado,
serenísima Virgen, si no hallara
tal Madre Dios en vos donde encarnara.

Que aunque el amor del hombre ya había hecho
mover al padre Eterno a que enviase
el único engendrado de su pecho,
a que encarnando en vos le reparase,
con vos se remedió nuestro derecho,
hicistes nuestro bien se acrecentase,
estuvo nuestra vida en que quisistes,
Madre digna de Dios, y ansí vencistes.

No tuvo el Padre más, Virgen, que daros,
pues quiso que de vos Cristo naciese,
ni vos tuvistes más que desearos,
siendo el deseo tal, que en vos cupiese;
habiendo de ser Madre, contentaros
pudiérades con serlo de quien fuese
menos que Dios, aunque para tal Madre,
bien estuvo ser Dios el Hijo y Padre.

Con la humildad que al cielo enriquecistes
vuestro ser sobre el cielo levantastes;
aquello que fue Dios sólo no fuistes,
y cuanto no fue Dios, atrás dejastes;
alma santa del padre concebistes,
y al Verbo en vuestro vientre le cifrastes;
que lo que cielo y tierra no abrazaron,
vuestras santas entrañas encerraron.

Y aunque sois Madre, sois Virgen entera,
hija de Adán, de culpa preservada,
y en orden de nacer vos sois primera,
y antes que fuese el cielo sois criada.
Piadosa sois, pues la seriente fiera
por vos vio su cabeza quebrantada;
a Dios de Dios bajáis del cielo al suelo,
del hombre al hombre alzáis del suelo al cielo.

Estáis agora, Virgen generosa,
con la perpetua Trinidad sentada,
do el Padre os llama Hija, el Hijo Esposa,
y el Espíritu Santo dulce Amada.
De allí con larga mano y poderosa
nos repartís la gracia, que os es dada;
allí gozáis, y aquí para mi pluma,
que en la esencia de Dios está la suma.

Fray Luis de León (Atribuido)

DEL MUNDO Y SU VANIDAD

Los que tenéis en tanto
la vanidad del mundanal ruïdo,
cual áspide al encanto
del Mágico temido,
podréis tapar el contumaz oído.

Porque mi ronca musa,
en lugar de cantar como solía,
tristes querellas usa,
y a sátira la guía
del mundo la maldad y tiranía.

Escuchen mi lamento
los que, cual yo, tuvieren justas quejas,
que bien podrá su acento
abrasar las orejas,
rugar la frente y enarcar las cejas.

Mas no podrá mi lengua
sus males referir, ni comprehendellos,
ni sin quedar sin mengua
la mayor parte dellos,
aunque se vuelven lenguas mis cabellos.

Pluguiera a Dios que fuera
igual a la experiencia el desengaño,
que daros le pudiera,
porque, si no me engaño,
naciera gran provecho de mi daño.

No condeno del mundo
la máquina, pues es de Dios hechura;
en sus abismos fundo
la presente escritura,
cuya verdad el campo me asegura.

Inciertas son sus leyes,
incierta su medida y su balanza,
sujetos son los reyes,
y el que menos alcanza,
a miserable y súbita mudanza.

No hay cosa en él perfecta;
en medio de la paz arde la guerra,
que al alma más quieta
en los abismos cierra,
y de su patria celestial destierra.

Es caduco, mudable,
y en sólo serlo más que peña firme;
en el bien variable,
porque verdad confirme
y con decillo su maldad afirme.

Largas sus esperanzas
y, para conseguir, el tiempo breve;
penosas las mudanzas
del aire, sol y nieve,
que en nuestro daño el cielo airado mueve.

Con rigor enemigo
las cosas entre sí todas pelean,
mas el hombre consigo;
contra él todas se emplean,
y toda perdición suya desean.

La pobreza envidiosa,
la riqueza de todos envidiada;
mas ésta no reposa
para ser conservada,
ni puede aquélla tener gusto en nada.

La soledad huida
es de los por quien fue más alabada,
la trápala seguida
y con sudor comprada
de aquellos por quien fue menospreciada.

Es el mayor amigo
espejo, día, lumbre en que nos vemos;
en presencia testigo
del bien que no tenemos,
y en ausencia del mal que no hacemos.

Pródigo en prometernos
y, en cumplir tus promesas, mundo, avaro,
tus cargos y gobiernos
nos enseñan bien claro
que es tu mayor placer, de balde, caro.

Guay del que los procura,
pues hace la prisión, a do se queda
en servidumbre dura,
cual gusano de seda,
que en su delgada fábrica se enreda.

Porque el mejor es cargo,
y muy pesado de llevar agora,
y después más amargo,
pues perdéis a deshora
su breve gusto que sin fin se llora.

Tal es la desventura
de nuestra vida, y la miseria della,
que es próspera ventura
nunca jamás tenella
con justo sobresalto de perdella.

¿De dó, señores, nace
que nadie de su estado está contento,
y más le satisface
al libre el casamiento,
y al que es casado el libre pensamiento?

«¡Oh, dichosos tratantes!»,
ya quebrantado del pegado hierro,
escapado denantes
por acertado yerro,
dice el soldado en áspero destierro,

«que pasáis vuestra vida
muy libre ya de trabajosa pena,
segura la comida
y mucho más la cena,
llena de risa y de pesar ajena».

«¡Oh, dichoso soldado!»,
responde el mercader del espacioso
mar en alto llevado,
«que gozas de reposo
con presta muerte o con vencer glorioso».

El rústico villano
la vida con razón invidia y ama
del consulto tirano,
que desde la su cama
oye la voz del consultor que llama;

el cual, por la fianza
del campo a la ciudad por mal llevado,
llama, sin esperanza
del buey y corvo arado,
al ciudadano bienaventurado.

Y no sólo sujetos
los hombres viven a miserias tales,
que por ser más perfetos
lo son todos sus males,
sino también los brutos animales.

Del arado quejoso,
el perezoso buey pide la silla,
y el caballo brioso
(mirad qué maravilla)
querría más arar que no sufrilla.

Y lo que más admira,
mundo cruel, de tu costumbre mala,
es ver cómo el que aspira
al bien, que le señala
su misma inclinación, luego resbala.

Pues no tan presto llega
al término por él tan deseado,
cuando es de torpe y ciega
voluntad despreciado,
o de fortuna en tierno agraz cortado.

Bastáranos la prueba
que en otros tiempos ha la muerte hecho,
sin la funesta nueva,
de don Juan, cuyo pecho
alevemente della fue deshecho.

Con lágrimas de fuego,
hasta quedar en ellas abrasado
o, por lo menos, ciego,
de mí serás llorado,
por no ver tanto bien tan malogrado.

La rigurosa muerte,
del bien de los cristianos invidiosa,
rompió de un golpe fuerte
la esperanza dichosa,
y del infiel la pena temerosa.

Mas porque de cumplida
gloria no goce —de morir tal hombre—
la gente descreída,
tu muerte les asombre
con sólo la memoria de tu nombre.

Sientan lo que sentimos;
su gloria vaya con pesar mezclada;
recuérdense que vimos
la mar acrecentada
con su sangre vertida y no vengada.

La grave desventura
del Lusitano, por su mal valiente,
la soberbia bravura
de su bisoña gente,
desbaratada miserablemente,

siempre debe llorarse,
si, como manda la razón, se llora;
mas no podrá jactarse
la parte vencedora,
pues reyes dio por rey la gente mora.

Ansí que nuestra pena
no les pudo causar perpetua gloria,
pues, siendo toda llena
de sangrieta memoria,
no se pudo llamar buena vitoria.

Callo las otras muertes
de tantos reyes en tan pocos días,
cuyas fúnebres suertes
fueron anatomías,
que liquidar podrán las peñas frías.

Sin duda cosas tales, 
que en nuestro daño todas se conjuran,
de venideros males
muestras nos aseguran
y al fin universal nos apresuran.

¡Oh, ciego desatino!,
que llevas nuestras almas encantadas
por áspero camino,
por partes desusadas,
al reino del olvido condenadas.

Sacude con presteza
del leve corazón el grave sueño
y la tibia pereza,
que con razón desdeño,
y al ejercicio aspira que te enseño.

Soy hombre piadoso
de tu misma salud, que va perdida;
sácala del penoso
trance do está metida:
evitarás la natural caída,

a la cual nos inclina
la justa pena del primer bocado;
mas en la rica mina
del inmortal costado,
muerto de amor, serás vivificado.

Fray Luis de León (Atribuido)

ODA X – A FELIPE RUIZ

¿Cuándo será que pueda,
libre desta prisión volar al cielo,
Felipe, y en la rueda,
que huye más del suelo,
contemplar la verdad pura sin duelo?

Allí a mi vida junto,
en luz resplandeciente convertido,
veré distinto y junto
lo que es y lo que ha sido,
y su principio propio y ascondido.

Entonces veré cómo
la soberana mano echó el cimiento
tan a nivel y plomo,
dó estable y firme asiento
posee el pesadísimo elemento.

Veré las inmortales
columnas do la tierra está fundada;
las lindes y señales
con que a la mar hinchada
la Providencia tiene aprisionada;

por qué tiembla la tierra;
por qué las hondas mares se embravecen,
dó sale a mover guerra
el cierzo, y por qué crecen
las aguas del Océano y descrecen;

de dó manan las fuentes;
quién ceba y quién bastece de los ríos
las perpetuas corrientes;
de los helados fríos
veré las causas, y de los estíos;

las soberanas aguas
del aire en la región quién las sostiene;
de los rayos las fraguas,
dó los tesoros tiene
de nieve Dios, y el trueno dónde viene.

¿No ves cuando acontece
turbarse el aire todo en el verano?
El día se ennegrece,
sopla el gallego insano,
y sube hasta el cielo el polvo vano;

y entre las nubes mueve
su carro Dios, ligero y reluciente;
horrible son conmueve,
relumbra fuego ardiente,
treme la tierra, humíllase la gente;

la lluvia baña el techo;
invían largos ríos los collados;
su trabajo deshecho,
los campos anegados,
miran los labradores espantados.

Y de allí levantado,
veré los movimientos celestiales,
ansí el arrebatado
como los naturales,
las causas de los hados, las señales.

Quién rige las estrellas
veré, y quién las enciende con hermosas
y eficaces centellas;
por qué están las dos Osas
de bañarse en el mar siempre medrosas.

Veré este fuego eterno,
fuente de vida y luz, dó se mantiene;
y por qué en el invierno
tan presuroso viene,
quien en las noches largas se detiene.

Veré sin movimiento
en la más alta esfera las moradas
del gozo y del contento,
de oro y luz labradas,
de espíritus dichosos habitadas.

Fray Luis de León

DEL CONOCIMIENTO DE SÍ MISMO

    Canción

En el profundo del abismo estabas
del no ser encerrado y detenido,
sin poder ni saber salir afuera,
y todo lo que es algo en mí faltaba,
la vida, el alma, el cuerpo y el sentido;
y en fin, mi ser no ser entonces era,
y así de esta manera
estuve eternamente
nada visible y sin tratar con gente,
en tal suerte que aun era muy más buena
del ancho mar la más menuda arena;
y el gusanillo de la gente hollado
un rey era, conmigo comparado.

Estando, pues, en tal tiniebla oscura,
volviendo ya con curso presuroso
el sexto siglo el estrellado cielo,
miró el gran Padre, Dios de la natura,
y viome en sí benigno y amoroso,
y sacóme a la luz de aqueste suelo,
vistióme de este velo,
de flaca carne y güeso,
mas diome el alma, a quien no hubiera peso,
que impidiera llegar a la presencia
de la divina e inefable Esencia,
si la primera culpa no agravara
su ligereza y alas derribara

¡Oh culpa amarga, y cuánto bien quitaste
al alma mía! ¡Cuánto mal hiciste!
Luego que fue criada y junto infusa,
tú de gracia y justicia la privaste,
y al mismo Dios contraria la pusiste;
ciega, enemiga, sin favor, confusa,
por ti siempre rehúsa
el bien, y la molesta
la virtud, y a los vicios está presta;
por ti la fiera muerte ensangrentada,
por ti toda miseria tuvo entrada,
hambre, dolor, gemido, fuego, invierno,
pobreza, enfermedad, pecado, infierno.

Así que en los pañales del pecado
fui, como todos, luego al punto envuelto
y con la obligación de eterna pena,
con tanta fuerza y tan estrecho atado,
que no pudiera de ella verme suelto
en virtud propia ni en virtud ajena,
sino de aquella (llena
de piedad tan fuerte)
bondad, que con su muerte a nuestra muerte
mató, y gloriosamente hubo deshecho,
rompiendo el amoroso y sacro pecho,
de donde mana soberana fuente
de gracia y de salud a toda gente.

En esto plugo a la bondad inmensa
darme otro ser más alto que tenía,
bañándome en el agua consagrada;
quedó con esto limpia de la ofensa,
graciosísima y bella el alma mía,
de mil bienes y dones adornada;
en fin, cual desposada
con el Rey de la gloria,
¡oh, cuán dulce y suavísima memoria!,
allí la recibió por cara Esposa,
y allí le prometió de no amar cosa
fuera de él o por él, mientras viviese.
¡Oh, si, de hoy más siquiera, lo cumpliese!

Crecí después y fui en edad entrando;
llegué a la discreción, con que debiera
entregarme a quien tanto me había dado,
y, en vez de esto la lealtad quebrando,
que en el bautismo sacro prometiera
y con mi propio nombre había firmado,
aún no hubo bien llegado
el deleite vicioso
del cruel enemigo venenoso,
cuando con todo di en un punto al traste.
¿Hay corazón tan duro en sí, que baste
a no romperse dentro en nuestro seno,
de pena el mío, de lástima el ajeno?

Más que la tierra queda tenebrosa,
cuando su claro rostro el sol ausenta
y a bañar lleva al mar su carro de oro;
más estéril, más seca y pedregosa,
que cuando largo tiempo está sedienta,
quedó mi alma sin aquel tesoro,
por quien yo plaño y lloro,
y hay que llorar contino,
pues que quedé sin luz del Sol divino,
y sin aquel rocío soberano,
que obraba en ella el celestial verano;
ciega, disforme, torpe y a la hora
hecha una vil esclava de señora.

¡Oh, Padre inmenso, que inmovible estando
das a las cosas movimiento y vida,
y las gobiernas tan süavemente!,
¿qué amor detuvo tu justicia, cuando
mi alma tan ingrata y atrevida,
dejando a ti, del bien eterno fuente,
con ansia tan ardiente
en aguas detenidas
de cisternas corruptas y podridas,
se echó de pechos ante tu presencia?
¡Oh, divina y altísima clemencia,
que no me despeñases al momento
en el largo profundo del tormento!

Sufrióme entonces tu piedad divina
y sacóme de aquel hediondo cieno,
do, sin sentir aún el hedor, estaba
con falsa paz el ánima mezquina,
juzgando por tan rico y tan sereno
el miserable estado que gozaba,
que sólo deseaba
perpetuo aquel contento;
pero sopló a deshora un manso viento
del Espíritu eterno, y, enviando
un aire dulce al alma, fue llevando
la espesa niebla que la luz cubría,
dándole un claro y muy sereno día.

Vio luego de su estado la vileza,
en que, guardando inmundos animales,
de su tan vil manjar aún no se hartara;
vio el fruto del deleite y de torpeza
ser confusión, y penas tan mortales;
temió la recta y no doblada vara,
y la severa cara
de aquel juez sempiterno;
la muerte, juicio, gloria, fuego, infierno,
cada cual acudiendo por su parte,
la cercan con tal fuerza y de tal arte,
que, quedando confuso y temeroso,
temblando estaba sin hallar reposo.

Ya que, en mí vuelto, sosegué algún tanto,
en lágrimas bañando el pecho y suelo,
y con suspiros abrasando el viento:
«Padre piadoso, dije, Padre santo,
benigno Padre, Padre de consuelo,
perdonad, Padre, aqueste atrevimiento;
a vos vengo, aunque siento,
de mí mismo corrido,
que no merezco ser de vos oído;
mas mirad las heridas que me han hecho
mis pecados, cuán roto y cuán deshecho
me tienen, y cuán pobre y miserable,
ciego, leproso, enfermo, lamentable.

Mostrad vuestras entrañas amorosas
en recebirme agora y perdonarme,
pues es, benigno Dios, tan propio vuestro
tener piedad de todas vuestras cosas;
y si os place, Señor, de castigarme,
no me entreguéis al enemigo nuestro;
a diestro y a siniestro
tomad vos la venganza,
herid en mí con fuego, azote y lanza;
cortad, quemad, romped; sin duelo alguno
atormentad mis miembros de uno a uno,
con que, después de aqueste tal castigo,
volváis a ser mi Dios, mi buen amigo».

Apenas hube dicho aquesto, cuando
con los brazos abiertos me levanta
y me otorga su amor, su gracia y vida,
y a mis males y llagas aplicando
la medicina soberana y santa,
a tal enfermedad constituida,
me deja sin herida,
de todo punto sano,
pero con las heridas del tirano
hábito, que iba ya en naturaleza
volviéndose, y con una tal flaqueza,
que, aunque sané del mal y su accidente,
diez años ha que soy convaleciente.

Fray Luis de León (Atribuido)

ODA XI – AL LICENCIADO JUAN DE GRIAL

Recoge ya en el seno
el campo su hermosura, el cielo aoja
con luz triste el ameno
verdor, y hoja a hoja
las cimas de los árboles despoja.

Ya Febo inclina el paso
al resplandor egeo; ya del día
las horas corta escaso;
ya Éolo al mediodía,
soplando espesas nubes nos envía;

ya el ave vengadora
del Íbico navega los nublados
y con voz ronca llora,
y, el yugo al cuello atados,
los bueyes van rompiendo los sembrados.

El tiempo nos convida
a los estudios nobles, y la fama,
Grial, a la subida
del sacro monte llama,
do no podrá subir la postrer llama;

alarga el bien guiado
paso y la cuesta vence y solo gana
la cumbre del collado
y, do más pura mana
la fuente, satisfaz tu ardiente gana;

no cures si el perdido
error admira el oro y va sediento
en pos de un bien fingido,
que no ansí vuela el viento,
cuanto es fugaz y vano aquel contento;

escribe lo que Febo
te dicta favorable, que lo antiguo
iguala y pasa el nuevo
estilo; y, caro amigo,
no esperes que podré atener contigo,

que yo, de un torbellino
traidor acometido y derrocado
del medio del camino
al hondo, el plectro amado
y del vuelo las alas he quebrado.

Fray Luis de León