Archivo de la categoría: Evaristo Carriego

TUS MANOS

Me obseden tus manos exangües y finas,
¡Tus manos!, Puñales de heridas ajenas,
cuando en el teclado predicen, en notas,
las inapelables deseadas condenas

Tus manos, amores de nardos y rosas,
cuya Histeria tiene sangre de Pasiones,
como aquellas suaves que guardan ocultas
en venas azules sombrías traiciones.

Como las nerviosas manos de mi amada,
que, en largas teorías de gestos cordiales,
devotas del dulce crimen amatorio,
¡Degüellan mis mansos corderos pascuales!

Evaristo Carriego

BAJO LA ANGUSTIA

Dijo anoche, su canto de muerte
la canción de la tos en tu pecho,
y, al mojarse en las notas rojizas,
mostró flores de sangre el pañuelo.

¡Pobrecitas las carnes pacientes,
consumidas por fiebres de fuego,
para ellas las buenas, las tristes,
tiene un blanco sudario el invierno!

Mira: abrígate bien, hermanita,
mira, abrígate bien, yo no quiero
ver que cierre tus ojos la Bruja
de los flacos y frígidos dedos

Hermanita, ¡Me viene una pena!
Si te escucho gemir, que presiento
las nocturnas postreras heladas:
las temidas del árbol enfermo.

¡Si supieras! Blandones sombríos,
me parecen tus ojos ¡Tan negros!,
Y tu lívida faz taciturna
un fatídico heraldo de duelo.

¡Si supieras! A ratos me asaltan
tus visiones sangrientas. No duermo
al pensar, siempre alerta el oído,
que te pasas la noche tosiendo

Al pensar en tu vida deshecha,
cuando miro esfumarse en mi ensueño
tus nerviosos esguinces cansados,
y moverse y cruzar tu esqueleto

¡Hermanita: hace frío, ya es hora
de los suaves calores del lecho,
pero cambia la colcha: esa blanca
me recuerda el ajuar de los muertos!

Evaristo Carriego

EL SILENCIOSO QUE VA A LA TRASTIENDA

Francamente, es huraña la actitud de este obrero
que, de la alegre rueda casi siempre apartado,
se pasa así las horas muertas, con el sombrero
sobre la pensativa frente medio inclinado.

Sin asegurar nada, dice el almacenero
que, por momentos, muchas veces le ha preocupado
ver con qué aire tan raro se queda el compañero
contemplando la copa que apenas ha probado.

Como a las indirectas se hace el desentendido,
el otro día el mozo, que es un entrometido,
y de lo más cargoso que se pueda pedir,

se acercó a preguntarle no sabe qué zoncera
y le clavó los ojos, pero de una manera
que tuvo que alejarse sin volver a insistir.

Evaristo Carriego

AQUELLA VEZ EN EL LAGO

La góndola volvía. Frente a frente
estábamos, en esa inolvidable
vieja tarde de otoño, purpurada
por la sangre del sol en el poniente.

Y porque te mostrabas displicente
a tu mismo abandono abandonada,
se me antojó decir, sin decir nada,
lo que quiero ocultar inútilmente.

Callaste, y como al agitar el rico
blasonado marfil de tu abanico
hubo una muda negación sencilla

en la leve ironía de tu boca,
yo me quedé pensando en una loca
degollación de cisnes en la orilla.

Evaristo Carriego

TE VAS

Ya lo sabemos. No nos digas nada.
Lo sabemos: ahórrate la pena
de contarnos sonriendo lo que sufres
desde que estás enferma.
¡Ah, te vas sin remedio,
te vas, y sin embargo, no te quejas:
jamás te hemos oído una palabra
que no fuera serena,
serena como tú, como el cariño
de hermanita mayor con que nos besas,
de hermanita mayor que por nosotros
se olvidó de ser novia!
No te quejas,
no quieres afligirnos, pero lloras
cuando nadie te mira, y tu tristeza
silenciosa no tiene una amargura
¿Por qué serás tan buena?

Evaristo Carriego

Exótica

Tiene un rico sabor de canela
el encanto andaluz que derrama
ese hermoso donaire flamenco,
que trajiste del barrio de Triana.

En su patio de sol, vio Sevilla
adornarse por ti las guitarras,
hoscos ceños de majos celosos
y torneos de fieras navajas.

A tu lado, me envuelve en perfumes
la mantilla que cubre tus gracias,
y tu sangre, de ardor y misterio,
su bravía pasión me contagia.

Y me pongo a pensar en heridas
de claveles y frutas moradas,
cuando se abre la flor de tus labios
en el carmen de todas las ansias.

Y me llenan de luz la cabeza,
yo no sé qué canciones bizarras
de tu tierra de amor y alegría,
y deseo aventuras extrañas,

aventuras rarísimas, cuando
como un vaso de néctar de Málaga
en la copa mortal de tus besos
bebo un vino de sangre gitana.

Evaristo Carriego

DETRÁS DEL MOSTRADOR

Ayer la vi, al pasar, en la taberna,
detrás del mostrador, como una estatua
Vaso de carne juvenil que atrae
a los borrachos con su hermosa cara.

Azucena regada con ajenjo,
surgida en el ambiente de la crápula,
florece como muchas en el vicio
perfumado ese búcaro de miasmas.

¡Canción de esclavitud! Belleza triste
belleza de hospital ya disecada
quién sabe por qué mano que la empuja
casi siempre hasta el sitio de la infamia

Y pasa sin dolor así inconsciente
su vida material de carne esclava:
¡Copa de invitaciones y de olvido
sobre el hastiado bebedor volcada!

Evaristo Carriego

FRENTE A FRENTE

Anoche la enferma se fue de la vida,
por fin libertada de todos sus males.
Se fue sin angustias, como en un olvido,
sonriendo en sus hondos momentos finales.

Las madres del barrio musitan plegarias,
y, ahuyentando el sueño posible, la velan
con cara de luto, mientras las solícitas
a los pobrecitos huérfanos consuelan

La robusta moza de la otra buhardilla,
dio a luz esta tarde. Contempla gozosa
la flor de sus noches: ese diminuto
amor, amasado con carne radiosa.

El marido, alegre, parece un chiquillo
dueño del regalo que al fin le llegara,
y, en un amplio fuerte gesto, para nuevas
viriles conquistas los brazos prepara.

¡Inviolables Hembras! Las dos frente a frente.
Irreconciliables las dos bienhechoras:
derramando siempre sus oscuras larvas
en el intangible vientre de las horas

¡Qué triste está el cielo! ¡Cómo mecontagia
las últimas penas de la luz vencida!
¡Canta, amada nuestra, la canción triunfante,
la canción eterna de la eterna vida!

Evaristo Carriego

EL SUICIDIO DE ESTA MAÑANA

En medio del gentío ya no hay quien pueda
pasar, pues andan sueltos los pisotones
que han promovido algunas serias cuestiones
entre los ocupantes de la vereda.

En la puerta, un travieso chico remeda
la jerga de un vecino que a manotones
logró llegar al grupo de los mirones
que, una vez en el patio, formaran rueda.

Una buena comadre, casi afligida,
cuenta a una costurera muy vivaracha
que, a estar a lo que dicen, era el suicida

un borracho perdido, según oyó
el marido de aquella pobre muchacha
que a fines de este otoño lo abandonó.

Evaristo Carriego