Archivo de la categoría: Carolina Coronado

LA VOZ DE UNA HIJA

Imagen pura, deliciosa y tierna,
constante amiga de mi blando sueño:
tú la que ofreces a la vida mía
          paz y ventura;

Imagen bella de la dulce madre,
que un Dios me diera, de mi bien celoso:
nunca del alma tu inefable hechizo
          viera lejano.

Siempre el amante corazón te abriga;
siempre bendice tu apacible encanto,
y de ternura tu memoria siempre
          viva le inunda.

¡Oh! ¡cuánto el cielo sus preciosos dones,
mi cara madre, y su bondad revela!
Su inmensa gloria en tu sagrada imagen
          luce divina.

Que es una madre la perfecta hechura
con que el Eterno coronó sus obras;
solemne ofrenda a la natura haciendo,
          digno presente.

Que es una madre de la tierra amparo,
supremo alivio de angustiosas penas;
bálsamo santo del pesar amargo,
          tierna delicia.

¡Ay del que huyera el maternal regazo!
¡Ay del que ingrato su amoroso abrigo
desdeña injusto, y la orfandad anhela!
          ¡Ser infelice!

Suerte funesta su vivir preside;
su prez esquiva el indignado cielo;
nunca a sus ojos la benigna aurora
          plácida brilla.

Mas yo dichosa, que a tu lado miro
beber el tiempo mis tranquilas horas,
si lloro, madre, si mi vida empaña
          nube sombría,

Deja en tu seno protector, amigo,
deja que ardiente la mejilla esconda,
que hundir mis penas y enjugar mi llanto
          sabes tú sola.—

Carolina Coronado

A UNA GOLONDRINA

¡Salud, dulce golondrina,
allá en el suelo africano
bella, errante peregrina;
salud, perenne vecina
del ardoroso verano;

Tu cántiga placentera
llevaste a lejanos mares:
la atrevida, la parlera,
bien llegada a estos lugares,
amorosa compañera!

Bien llegada al suelo amigo,
do no errante ni perdida,
te dará a la par conmigo
un mismo techo el abrigo
en blando nido mecida.

Vuelve, amiga, descuidada,
a este recinto sereno
que te guardo regalada;
¡Aún duran de pluma y heno
los restos de tu morada!

Aquí tus amores fueron,
y aquí tu canción amante;
aquí tus hijos nacieron,
y a tu arrullo se adurmieron
bajo el ala palpitante:

Y aquí mi voz se mezclaba
a tu viva cantilena;
y aquí impaciente aguardaba,
esa vuelta que tardaba
de amor y recuerdos llena.

Y eres fiel agradecida,
y no te aguardará en vano;
que nunca fue desmentida
esa tu fe prometida
al ardoroso verano.

¡A cuántos ¡ay! golondrina,
que lealtad y fe cantaron
la ingratitud se avecina!
¡Cuántos con planta mezquina
sus juramentos hollaron!

Mas no tú: fiel y graciosa,
cuando se allega el estío,
vuelves tierna y amorosa
allá de playa arenosa
do te arrojo invierno frío.

No olvidaste, no, los dones
de este suelo bienhechor,
ni las fuentes ni la flor,
ni olvidaste los rincones
de tu asilo protector.

Volvistes enamorada,
a este recinto sereno
que te guardo regalada,
y aquí de plumas y heno
formarás nueva morada.

Cantaremos, golondrina,
mis recuerdos y tu amor
mientras que el sol ilumina;
sin que entibie la neblina
ni sus luces, ni su ardor.

Carolina Coronado

LA NUEVA INFANTIL

Emilio, ¿qué ha sucedido?
¿qué me tienes que decir?
¿qué ha pasado? ¿qué has oído?
¿dónde anduviste perdido?
¿cómo tardaste en venir?

¡Nada tienes que contarme!
¡no tiene, Emilio, tu boca
un tierno beso que darme!
¡Emilio, quieres quitarme
ese beso que me toca!

¿Que en tu boquita sencilla
busquen un mismo placer
dos almas te maravilla?
¿No van a la fuentecilla
dos pájaros a beber?

¿Y dime qué más supiste?
¿Tú le miraste muy fijo
y estaba, Emilio, muy triste?
¿Eso pasó? ¿Y qué más dijo?
¿Y tú que le respondiste?…

¿Tú también le acariciaste?
¡Conque me amabas así!-
¿Un abrazo? ¿Y le besaste?
Y luego en fin le dejaste
para contármelo a mí…

¡Deja que te sienta unido
por esa dichosa nueva
contra el pecho y comprimido,
y que los labios te beba
en el beso que te pido!

Ermita de Bótoa, 1845

Carolina Coronado

UN PAISAJE

Yo vi lucir los albores
de esa purísima atmósfera,
y brotar las claras aguas
de aquella ribera hermosa,
y nacer de su arboleda
una por una las hojas.

Yo he visto esas altas sierras
ir subiendo entre las sombras,
y alzarse el puente y la torre
y las casas y las rocas,
y surgir el barquichuelo
entre las plácidas ondas,
y aparecer en la orilla
esa gente pescadora.

¡Que la gran naturaleza
años tarde en esas obras
y tu mano las acabe
solamente en doce horas!
Despacio, pintor, despacio,
que son las venturas pocas.

¿Por qué has hecho esa ribera
tan risueña y deliciosa
que mis ojos embelesa
y el pensamiento me roba?
¿Por qué has dado al firmamento
esa tinta ardiente y roja
que lo mismo que el reflejo
del sol deslumbra y sofoca?

¿No ves que fija en la orilla
de esa ribera frondosa
en contemplarla me llevo
unas tras otras las horas?
¡Ay! ¿no ves que doble pena
sentirá el alma angustiosa
cuando por siempre se aleja
de esa ribera que adora…?

Despacio, pintor, despacio,
que son las venturas pocas.
¿Es culpa tuya que tenga
el puente romanas formas
y la torre arquitectura
árabe, morisca y gótica?

¿Es culpa tuya que vaya
la mano tan perezosa,
y que tus ojos cansados
de mirar piedras y rocas
en otras miradas fijen
las suyas fascinadoras?…
Aprisa, pintor, aprisa,
aunque las dichas son pocas.

Adiós; hermosa ribera,
cielo puro, árboles, rocas:
la mano que os ha formado
para siempre os abandona,
y los ojos que os han visto
aparecer entre sombras
ya cuantas veces os miren
llorarán vuestras memorias,
¡que son las penas tan largas
como las venturas cortas!

Ermita de Bótoa, 1845

Carolina Coronado

BONDAD DE DIOS

¡Cuán grande, cuán hermosa
es la lumbre del sol que abarca el mundo,
y cuán maravillosa
es la estrella copiosa!
¡Cuán ancho es el espacio, cuán profundo!

Como a impulso violento
granos de arena círculos describen
en derredor del viento,
de astros miles sin cuento
así en la inmensidad girando viven.

Como esa luna breve
que los azules aires cruzar vemos
por los ámbitos leve,
con giro igual se mueve
esta espaciosa tierra en que nacemos.

Los mares procelosos,
los montes de volcanes coronados,
los pueblos populosos
ruedan majestuosos
por la atmósfera en globo transformados.

¿Quién hacia el sol lo envía,
lo acerca, lo separa, lo sostiene,
su ruta marca y guía,
y en perfecta armonía
la prodigiosa máquina mantiene?

¿Quién es tan poderoso
que allá desde el lucero más lejano
que rige misterioso
la tierra cuidadoso,
tan bien gobierna por su propia mano?

¡Cómo a la flor atiende!
¡Cómo al insecto presta forma y vida!
¡Cómo el agua suspende
en la nube que hiende
el aire y baja en lluvia convertida!

¡Cómo enciende y sustenta
el alma pura que en nosotros vive,
y su fuerza acrecienta,
la sostiene y alienta,
cuando el dolor, cuando el placer recibe!

¡Cómo nos da alegría
en la niñez, y en juventud más fuerte
el amor y poesía,
y para la sombría
dolorida vejez nos da la muerte!

Ignorada tu esencia,
ignorado, señor, será tu nombre,
tu divina existencia,
pero tu omnipotencia
en su propio existir comprende el hombre.

Y si con tal desvelo
proteges amoroso a las criaturas,
¿no has de tener un cielo
donde con tierno anhelo
suban a verte, al fin, las almas puras?

Ermita de Bótoa, 1845

Carolina Coronado

LAS TORMENTAS DE 1848

¿También aquí, Señor, en las entrañas
del solitario monte a los oídos
vienen a resonar voces extrañas,
gritos de guerra y ecos de gemidos?
Negra sombra desciende a las cabañas:
lanza el perro medroso hondos aullidos,
y claridad fantástica ilumina
el trémulo ramaje de la encina.

Y suena por los valles la campana
de la vecina ermita; el ronco acento
del fiel pastor, que los jarales gana
de la espantada cabra en seguimiento;
y otro gemir, que imita voz humana,
y es canto de mortal presentimiento
que exhala un ave, inmóvil tenazmente
entre la yerba, al pie de la corriente.

Y oigo el aire silbar, y de la tierra
por la pesada gota removida
la exhalación percibo, y de la sierra
el gas de la cantera humedecida;
y oigo del lobo, que en el monte yerra
tras de la res cansada y perseguida,
el sordo aullar, que en confusión lejana
se pierde con el trueno y la campana.

Veo la lluvia correr, abrir los lagos,
despeñada rodar por las pendientes,
y henchir de los arroyos las crecientes.
Y entrar en la cabaña haciendo estragos;
y oigo el viento arreciar, y oigo las gentes
campesinas gritar en ecos vagos,
y a un pájaro en las ramas intranquilo
buscar en las más altas nuevo asilo.

Veo caer los árboles floridos
sobre el agua, la mies y los corderos;
por el valle los fresnos más erguidos
hundirse en la arriada los postreros,
y flotar de las tórtolas los nidos,
y el hato del pastor, y los aperos
del labrador revueltos zozobrando,
y a los bueyes pasar sobrenadando.

¿Adónde estás, clarísima ribera,
en que la luz del sol no se escondía,
sino un instante en la azulada esfera
cuando la blanca nube aparecía?
¡Ah, que ya te perdí, luz pasajera!
ya nunca te veré… nube sombría
se esparce en este pálido horizonte,
y truena por los ámbitos del monte.

¿Pero será también, lirio florido,
ciclo de claro sol que te has nublado?
¿Será que de las balas el ruido
por tu serena atmósfera ha tronado?
¿Será que en vez de lluvia, sangre ha sido
la que regó tu valle sosegado?
¡Será verdad, Señor, que en ciega saña
cayeron, como el árbol, los de España!

Y ¿es verdad que cayeron los del Sena
y los hijos del Po y los del Duna,
cual remolinos de caliente arena
bajo la lluvia?… ¡almas sin fortuna!
Y ¿el sol esclareció con faz serena
de sangre aquella vívida laguna
de muerte aquella palpitante alfombra,
o estaba el cielo así velado en sombra?

¿Los viste tú? ¿oíste los gemidos
de las llorosas madres abrazadas
a los jóvenes cuerpos, divididos
por el golpe mortal de las espadas?
¿No asordó como el trueno los oídos,
no cegó como el rayo las miradas…
al estallar un cetro en cien pedazos,
brillando entre humeantes cañonazos?…

Y ¿es verdad que las tímidas doncellas
ciñen el casco, vibran los aceros,
y ven caer bajo sus manos bellas
impávidas los muertos caballeros?
Y ¿es verdad que irritando las querellas
y las venganzas de los odios fieros,
ostentan en su sien con vanagloria
el fúnebre laurel de la victoria?

Y ¿es verdad que en la plácida comarca
do el glorioso Virgilio está durmiendo,
se levantan un pueblo y un monarca
a turbar su reposo con su estruendo?
¡Que del amante y casto y fiel Petrarca
las sagradas cenizas removiendo,
huellan sus palmas con los duros callos
sobre su misma tumba los caballos!

¡Mas qué nuevo fragor!… El norte truena.
¡Triste Alemania, pueblos desgraciados!…
Ya están los ojos de mirar cansados,
ya no puedo, Señor, con tanta pena;
yo me torno a la ermita, donde suena
la campana, y que truenen los nublados;
yo buscaré el reposo de mi alma:
no quiero tempestad, quiero la calma.

Yo, Señor, el cobarde pensamiento,
al contemplar del mundo los horrores,
en mi cabeza fatigada siento,
y quiero refugiarme en mis amores;
quiero en mi corazón buscar aliento,
de la tormenta huyendo los furores…
mas ¡ah Señor! ¡¡también ronca yviolenta
dentro del corazón hallo tormenta!!

¿Cómo olvidé, mirando por el monte
las frentes de los árboles hundidas,
que el nublado que envuelve mi horizonte
hundió mis esperanzas más queridas?
¿Cómo dejo que el alma se remonte
allá por las ciudades combatidas;
si yo en mi corazón, fiero enemigo,
tengo la tempestad, que va conmigo?

¿Llora el pastor su choza destrozada?
¿Gime el rey su palacio arrebatado?
También mi corazón una morada
tuvo, y la tempestad la ha derribado;
también una mansión bella y dorada
y el sañudo huracán se la ha llevado…
Con él fueron mis chozas, mis ciudades:
¿quién me consuela a mí en mis tempestades?

Señor, de mi tormenta oscura, ardiente,
nadie ve el rayo ni percibe el trueno;
pero mi oído rebramar la siente;
pero la siente batallar mi seno;
pero consume dolorosamente
mi corazón, cuando a mis solas peno,
¿dónde la paz? si el cielo, si la tierra
si el corazón la tempestad encierra.

¿Será en la luna que hacia el monte asoma
entre la nube que al Oriente avanza?
¿Va a dar consuelo a la abrasada Roma,
viene a dar a nosotros esperanza?
¿Es, Señor, de los cielos la paloma
que en esta tempestad tu mano lanza,
y vuela, entre las nubes fugitiva,
con el ramo pacífico de oliva?

Yo no quiero su luz, recuerdo amargo
de mi perdido bien, su luz me ofende,
y hace en la noche el padecer más largo
cuando en vagos delirios me suspende,
¡Ay! que es cruel del alma en el letargo
si una memoria hermosa nos sorprende;…
no más luz que tu luz, Señor, deseo,
ya a ti en la oscuridad siempre te veo.

Pero que alumbre por el monte oscuro
para mostrar la senda a los pastores:
que a merced de la luna alcen seguro
resguardo los campestres moradores;
que desparezcan, a su rayo puro,
las sombras, la tristeza, los temores,
y que, otra vez, los campos sosegados
brillen por su fulgor iluminados.

Pero que extienda sus celestes alas
sobre el pueblo que gime moribundo;
que esparza el resplandor que le regalas
aplacando la cólera del mundo;
sobre el estrago horrible de las balas,
que hace de Europa el genio furibundo,
¡que ilumine, Señor, y que ella sea
paz en los odios, tregua en la pelea!

Ermita de Bótoa, 1848

Carolina Coronado

A HERMINIA

¿No ves qué tierra, qué cielo,
uno azul, otra florida?
¿No ves qué estrellas, mi vida,
no ves qué luna, qué sol?
¿No ves qué hermoso es el suelo
donde Dios te ha confinado?
Es fecundo, es dilatado,
es soberbio, es…. ¡español!

Yo no vi de ese paisaje
sino el rincón por su extremo;
mas no hay duda que es supremo
cual su tinta su pincel;
pues, el lugar más salvaje
de nuestra bella comarca
forma, en los valles que abarca,
a España rico dosel.

Por cada grano de tierra
brota en ella una semilla;
no hay extranjera avecilla
que no nos la venga a hurtar:
los pueblos nos mueven guerra
por sólo pisar a España,
cual transeúnte cabaña
lamiendo el suelo al pasar.

Cuando sacuda tu mente
de la infancia los ensueños,
estos campos tan risueños
y riquísimos al ver;
¿por qué dirás esa gente,
que ha marchado a mi venida,
pasó la preciosa vida
en quejas de padecer?

¿Por qué las tiernas mujeres,
que a mi llegar se alejaron,
tantas lágrimas lloraron
vertidas del corazón?
Si tiene el mundo placeres
y la vida tal encanto,
¿por qué se ha dolido tanto
la muerta generación?

Prende fuego en la montaña
y devasta la pradera;
mas oye a la primavera,
la yerba vegeta más:
así en la guerra de España
que estos seres encendimos
de cenizas os servimos
a los que venís detrás.

¿Sabes tú para que puedas
alcanzar luz en tus días
qué de noches tan sombrías
estamos pasando aquí?
¡Tú que en el valle te quedas
cuando nosotras nos vamos
no sabes cómo le hallamos
al venir antes de ti!

De laureles, de riqueza
de altos honores cargados,
son, Herminia, desgraciados
los hombres de nuestra edad;
de brillantes, de belleza
y de amores circundadas
mujeres muy desdichadas
son las de esta sociedad.

Pero tú que has retardado
más que aquellos tu venida,
vas a encontrar en la vida
más placer, menos dolor;
pues que de España han cruzado
tantos otros el camino,
que sufre ya el peregrino
sus asperezas mejor.

Ya nuestro campo no vemos
salpicado y reteñido
con la sangre que ha vertido
la guerrera juventud;
y ya tranquilos podemos
elevar nuestras canciones,
sin que vengan los cañones
a atronar nuestro laúd.

Ni ya rechazan del coro
a las cantoras mujeres;
pues al fin que somos seres
de la especie racional,
en este siglo sonoro
los españoles declaran…
¡Qué indulgencia!… y nos preparan…
¡Qué dicha!… lauro inmortal.

Pero es tarde, Herminia mía,
tarde ya para esta gente,
que ha pasado tristemente
lo mejor de su vivir;
esa naciente alegría
que en nuestro pueblo resuena
no basta a calmar la pena
que venimos de sufrir.

De las pasadas tormentas
naves nosotras heridas,
vamos a quedar sumidas
presto en el revuelto mar;
pero tú, que apenas cuentas,
Herminia, trescientos soles,
a los puertos españoles
logras a tiempo arribar.

¡Quiera Dios que la bonanza
con que empieza tu fortuna
como te mima en la cuna
te mime en la juventud!
Cada niña una esperanza
de placer es para el mundo:
¡quiera Dios que tú fecundo
manantial seas de virtud!

Que los dulcísimos nombres
que te da el materno anhelo
de serafín y de cielo
vayan de tu vida en pos.
Que embelesados los hombres
al exclamar —«¡qué hermosura!»
añadan siempre:—«¡y qué pura!
¡Bendígate, Herminia, Dios!»

Badajoz, 1845

Carolina Coronado

A LUIS FELIPE DESTRONADO

¿A dónde vas ¡o rey! con tus pesares?
¿No sabes que en los mares
aun la roca inmortal de Santa Elena
te brinda con su asilo?
¿que allí lecho tranquilo
tienes guardado en la caliente arena?

Aun hallarás la arena removida
con la huella atrevida
de otro Napoleón, que destronado
fue también a esa tierra;
aun su lauro de guerra
los trópicos allí no han marchitado.

Tú no fuiste a insultar con tus trofeos
los muertos Ptolomeos,
ni entre el eco marcial de los cañones
ligero cabalgando,
cadáveres hollando,
has llevado el terror a las naciones.

Mas tú, sin esgrimir hierro iracundo,
dabas leyes al mundo,
y a una mirada sola que lanzaban
tus ojos indignados,
los tercios espantados
el acero a tus plantas humillaban.

Y ¿piensas tú que el mundo te perdona
que unas genio y corona
y gobernando sin temor ni traba,
des a tu antojo, leyes
y domines los reyes,
y a Europa tengas de tu mente esclava?

…Ve, rey, a descansar. Londres te espera
como una hambrienta fiera
para tragar de Francia los despojos;
ella que hundió en la tierra
vuestro genio de guerra,
también a ti te cerrará los ojos.

Rivales en lo eterno ambas naciones
con dos Napoleones,
de la guerra y la paz a ti te halaga
¡oh Francia! la fortuna;
mas ¡ay! tú eres su cuna
e Inglaterra es la tumba que los traga.

Sevilla, 1848

Carolina Coronado

A ELISA

En buen hora llegaste, compañera,
la desdeñosa irónica sonrisa
que tan amarga para el alma era
cesa ya de afligir a la poetisa;
rompimos el concierto muy aprisa
sin aguardar compás en nuestra era
y las damas cerraron los oídos
y el sexo fuerte prorrumpió en silbidos.

«¡Extraño caso! ¡una mujer que canta!
Tan sólo oímos la mujer que llora».
Eso gritaron los que aplauden ora
con tanto bravo y con palmada tanta:
¡fuerza de la opinión cómo quebranta
la ley de muchos siglos triunfadora
y lo que ayer fue arroyo es hoy torrente
marchando de los tiempos la corriente!

No conquistó Pizarro el pueblo de oro
con más fatiga, con mayor quebranto
que de elevar al aire el pobre canto
la libertad nuestro sencillo coro;
sonó la voz pero sonó entre lloro,
porque al fin de las hembras es el llanto,
y cantar sin gemir, cantar placeres
es propio de varón, no de mujeres.

Porque lo sabes ¡ay! nuestra es la pena;
el mayor infortunio en las naciones
herencia de mujer, no de varones,
no podrán usurparnos la cadena;
ven conmigo a gemir en hora buena
y a defender, amiga, estos blasones
de tristeza y sentir y mala suerte
que no nos puede hurtar el sexo fuerte.

¿Cómo formar jamás esa armonía
de gracioso contraste, compañera,
si la mujer humilde no gimiera
mientras el hombre soberano ría?
Canta la vida triste, amiga mía,
que ellos deben cantar la placentera,
y pues que suyos son placer y risa
que le dejen el llanto a la poetisa.

No ha de mudar la ley volcar el trono
de las dolientes hembras el gemido,
ni el gobierno en los hombres repartido
ha de ceder el mundo en nuestro abono;
¡ni le plegue el Señor! en abandono
quede primero el sexo y confundido
que en la palestra pública lanzado
intrigante, ambicioso, arrebatado.

Para oprimir al pueblo el hombre hasta;
no los yerros del mundo acrecentemos,
no en la tribuna ni en la lid busquemos
renombre duro a nuestra blanda casta;
de la bandera nacional el asta
en los brazos endebles que tenemos
presto al suelo con nos diera y consigo
dejando el reino libre al enemigo.

¡Oh no! jamás. —En la modesta casa
por toda gloria nuestro canto alcemos
y del soberbio dueño conquistemos
el privilegio de llorar sin tasa;
que siempre habrá de ser la vena escasa
por mucho, compañera, que lloremos
para gemir del hombre el cruel dominio
sus ímpetus de sangre y de exterminio.

¡Ojalá cuando en guerra desastrada
se despedazan cual salvajes hienas,
pudieran estas lágrimas serenas
su mejilla bañar seca y tostada!
¡Ojalá cuando, en ley desesperada,
lanzan al reo bárbaras condenas
sobre el peligro al tender rasgo inhumano,
regarán estas lágrimas su mano.

Cuando nos oigan, cuando el loco orgullo
ceda del hombre en nuestro siglo ciego,
no estéril ha de ser el dulce riego
que hoy brota en melancólico murmullo;
nueva generación, ora en capullo,
crecerá, se alzará, brillará al fuego
del maternal amor; sol refulgente
que aun anublado está en la edad presente.

Badajoz, 1846

Carolina Coronado

EN UN ÁLBUM DONDE HALLÉ LA FIRMA DE HARTZENBU

Huéspeda en la risueña Andalucía,
hoy hallo con placer inesperado
tu nombre, buen maestro, aquí grabado
con el sello inmortal de tu poesía:

Y del pájaro igual no es la alegría
si solo, triste, incierto, fatigado,
por las ardientes zonas abrasado
halla una palma en la mitad del día.

Como en mi libro, protector me sea
tu nombre aquí, y en ánimo tranquilo
aguardaré al curioso que me lea:

Pues que podemos escoger asilo
entre estas hojas y a ninguno agravio,
quiero elegir la vecindad de un sabio.

Carolina Coronado