Archivo de la categoría: Anonimo

ROMANCE DE DOÑA ALDA

En París está doña Alda,   la esposa de don Roldán,
trescientas damas con ella   para la acompañar:
todas visten un vestido,   todas calzan un calzar,
todas comen a una mesa,   todas comían de un pan,
si no era doña Alda,   que era la mayoral;
las ciento hilaban oro,   las ciento tejen cendal,
las ciento tañen instrumentos   para doña Alda holgar.
Al son de los instrumentos   doña Alda dormido se ha;
ensoñado había un sueño,   un sueño de gran pesar.
Recordó despavorida   y con un pavor muy grande;
los gritos daba tan grandes   que se oían en la ciudad.
Allí hablaron sus doncellas,   bien oiréis lo que dirán:
—¿Qué es aquesto, mi señora?   ¿quién es el que os hizo mal?
—Un sueño soñé, doncellas,   que me ha dado gran pesar:
que me veía en un monte   en un desierto lugar:
do so los montes muy altos   un azor vide volar,
tras dél viene una aguililla   que lo ahínca muy mal.
El azor, con grande cuita,   metióse so mi brial,
el aguililla, con gran ira,   de allí lo iba a sacar;
con las uñas lo despluma,   con el pico lo deshace.
Allí habló su camarera,   bien oiréis lo que dirá:
—Aquese sueño, señora,   bien os lo entiendo soltar:
el azor es vuestro esposo   que viene de allén la mar,
el águila sedes vos,   con la cual ha de casar,
y aquel monte es la iglesia,   donde os han de velar.
—Si así es, mi camarera,   bien te lo entiendo pagar.
Otro día de mañana   cartas de fuera le traen:
tintas venían por dentro,   de fuera escritas con sangre,
que su Roldán era muerto   en caza de Roncesvalles.

Anónimo

ROMANCE DE FERNÁN D´ARIAS

Por aquel postigo viejo   que nunca fuera cerrado,
vi venir pendón bermejo   con trescientos de caballo;
en medio de los trescientos   viene un monumento armado,
y dentro del monumento   viene un ataúd de palo,
y dentro del ataúd   venía un cuerpo finado.
Fernán d´Arias ha por nombre,   hijo de Arias Gonzalo.
Llorábanle cien doncellas,   todas ciento hijasdalgo;
todas eran sus parientas   en tercero y cuarto grado;
las unas le dicen primo,   otras lo llaman hermano,
las otras decían tío,   otras lo llaman cuñado.
Sobre todas lo lloraba    aquesa Urraca Hernando,
¡y cuán bien que la consuela   ese viejo Arias Gonzalo!
—¿Por qué lloráis, mis doncellas?   ¿por qué hacéis tan grande llanto?
No lloréis así, señoras,   que no es para llorarlo,
que si un hijo me han muerto,   ahí me quedaban cuatro.
No murió por las tabernas,   ni a las tablas jugando,
mas murió sobre Zamora,   vuestra honra resguardando;
murió como un caballero   con sus armas peleando.

Anónimo

LA MISA DEL AMOR

Mañanita de San Juan,   mañanita de primor,
cuando damas y galanes   van a oír misa mayor.
Allá va la mi señora,   entre todas la mejor;
viste saya sobre saya,   mantellín de tornasol,
camisa con oro y perlas   bordada en el cabezón.
En la su boca muy linda   lleva un poco de dulzor;
en la su cara tan blanca,   un poquito de arrebol,
y en los sus ojuelos garzos   lleva un poco de alcohol;
así entraba por la iglesia   relumbrando como el sol.
Las damas mueren de envidia,   y los galanes de amor.
El que cantaba en el coro,   en el credo se perdió;
el abad que dice misa,   ha trocado la lición;
monacillos que le ayudan,   no aciertan responder, non,
por decir amén, amén,   decían amor, amor.

Anónimo

ROMANCE DE GERINELDO

Levantóse Gerineldo,   que al rey dejara dormido,
fuese para la infanta   donde estaba en el castillo.
—Abráisme, dijo, señora,   abráisme, cuerpo garrido.
—¿Quién sois vos, el caballero,   que llamáis a mi postigo?
—Gerineldo soy, señora,   vuestro tan querido amigo.
Tomárala por la mano,   en un lecho la ha metido,
y besando y abrazando   Gerineldo se ha dormido.
Recordado había el rey   de un sueño despavorido;
tres veces lo había llamado,   ninguna le ha respondido.
—Gerineldo, Gerinaldo,   mi camarero pulido;
si me andas en traición,   trátasme como a enemigo.
O dormías con la infanta   o me has vendido el castillo.
Tomó la espada en la mano,   en gran saña va encendido,
fuérase para la cama   donde a Gerineldo vido.
El quisiéralo matar,   mas criole de chiquito.
Sacara luego la espada,   entrambos la ha metido,
porque desque recordase   viese cómo era sentido.
Recordado había la infanta   y la espada ha conocido.
—Recordados, Gerineldo,   que ya érades sentido,
que la espada de mi padre   yo me la he bien conocido.

Anónimo, 1537

ROMANCE DE FERNÁN D´ARIAS, HIJO DE ARI

Por aquel postigo viejo
que nunca fuera cerrado
vi venir pendón bermejo
con trescientos de caballo,
en medio de los trescientos
viene un monumento armado,
y dentro del monumento
viene un cuerpo de un finado
Fernán d´Arias ha por nombre,
fijo de Arias Gonzalo.

Llorábanle cien doncellas,
todas ciento hijasdalgo;
todas eran sus parientas
en tercero y cuarto grado,
las unas le dicen primo,
otras le llaman hermano,
las otras decían tío
otras lo llaman cuñado.

Sobre todas lo lloraba
aquesa Urraca Hernando,
¡y cuán bien que la consuela
ese viejo Arias Gonzalo!:

—Calledes, hija, calledes,
calledes, Urraca Hernando,
que si un hijo me han muerto,
ahí me quedaban cuatro.

No murió por las tabernas
ni a las tablas jugando,
mas murió sobre Zamora,
vuestra honra resguardando.

Anónimo

ROMANCE NUEVAMENTE REHECHO DE LA FATAL DESENV

De una torre de palacio   se salió por un postigo
la Cava con sus doncellas   con gran fiesta y regocijo.
Metiéronse en un jardín   cerca de un espeso ombrío
de jazmines y arrayanes,   de pámpanos y racimos.
Junto a una fuente que vierte   por seis caños de oro fino
cristal y perlas sonoras   entre espadañas y lirios,
reposaron las doncellas   buscando solaz y alivio
al fuego de mocedad   y a los ardores de estío.
Daban al agua sus brazos,   y tentada de su frío,
fue la Cava la primera   que desnudó sus vestidos.
En la sombreada alberca   su cuerpo brilla tan lindo
que al de todas las demás   como sol ha escurecido.
Pensó la Cava estar sola,   pero la ventura quiso
que entre unas espesas yedras   la miraba el rey Rodrigo.
Puso la ocasión el fuego   en el corazón altivo,
y amor, batiendo sus alas,   abrasóle de improviso.
De la pérdida de España   fue aquí funesto principio
una mujer sin ventura   y un hombre de amor rendido.
Florinda perdió su flor,   el rey padeció el castigo;
ella dice que hubo fuerza,   él que gusto consentido.
Si dicen quién de los dos   la mayor culpa ha tenido,
digan los hombres: la Cava   y las mujeres: Rodrigo.

Anónimo

ROMANCE DE ROSAFRESCA

Rosafresca, Rosafresca,   tan garrida y con amor,
cuando yo os tuve en mis brazos   no vos supe servir, no,
y ahora que os serviría   no vos puedo haber, no.
—Vuestra fue la culpa, amigo,   vuestra fue, que mía no:
enviásteme una carta   con un vuestro servidor
y en lugar de recaudar   él dijera otra razón:
que érades casado, amigo,   allá en tierra de León,
que tenéis mujer hermosa   y hijos como una flor.
—Quien vos lo dijo, señora,   no vos dijo verdad, no,
que yo nunca entré en Castilla   ni allá en tierras de León,
sino cuando era pequeño   que no sabía de amor.

Anónimo

ROMANCE DEL JURAMENTO QUE TOMÓ EL CID

En santa Águeda de Burgos,   do juran los hijosdalgo,
le toman jura a Alfonso   por la muerte de su hermano;
tomábasela el buen Cid,   ese buen Cid castellano,
sobre un cerrojo de hierro   y una ballesta de palo
y con unos evangelios   y un crucifijo en la mano.
Las palabras son tan fuertes   que al buen rey ponen espanto;
—Villanos te maten, Alonso,   villanos, que no hidalgos,
de las Asturias de Oviedo,   que no sean castellanos;
mátente con aguijadas,   no con lanzas ni con dardos;
con cuchillos cachicuernos,   no con puñales dorados;
abarcas traigan calzadas,   que no zapatos con lazo;
capas traigan aguaderas,   no de contray ni frisado;
con camisones de estopa,   no de holanda ni labrados;
caballeros vengan en burras,   que no en mulas ni en caballos;
frenos traigan de cordel,   que no cueros fogueados.
Mátente por las aradas,   que no en villas ni en poblado,
sáquente el corazón   por el siniestro costado;
si no dijeres la verdad   de lo que te fuere preguntando,
si fuiste, o consentiste   en la muerte de tu hermano.
Las juras eran tan fuertes   que el rey no las ha otorgado.
Allí habló un caballero   que del rey es más privado:
—Haced la jura, buen rey,   no tengáis de eso cuidado,
que nunca fue rey traidor,   ni papa descomulgado.
Jurado había el rey   que en tal nunca se ha hallado;
pero allí hablara el rey   malamente y enojado:
—Muy mal me conjuras, Cid,   Cid, muy mal me has conjurado,
mas hoy me tomas la jura,   mañana me besarás la mano.
—Por besar mano de rey   no me tengo por honrado,
porque la besó mi padre   me tengo por afrentado.
—Vete de mis tierras, Cid,   mal caballero probado,
y no vengas más a ellas   dende este día en un año.
—Pláceme, dijo el buen Cid,   pláceme, dijo, de grado,
por ser la primera cosa   que mandas en tu reinado.
Tú me destierras por uno,   yo me destierro por cuatro.
Ya se parte el buen Cid,   sin al rey besar la mano,
con trescientos caballeros,   todos eran hijosdalgo;
todos son hombres mancebos,   ninguno no había cano;
todos llevan lanza en puño   y el hierro acicalado,
y llevan sendas adargas   con borlas de colorado.
Mas no le faltó al buen Cid   adonde asentar su campo.

Anónimo

ROMANCE DE GERINELDO Y LA INFANTA

—Gerineldo, Gerineldo,   paje del rey más querido,
quién te tuviera esta noche   en mi jardín florecido.
Válgame Dios, Gerineldo,   cuerpo que tienes tan lindo.
—Como soy vuestro criado,   señora, burláis conmigo.
—No me burlo, Gerineldo,   que de veras te lo digo.
—¿Y cuándo, señora mía,   cumpliréis lo prometido?
—Entre las doce y la una   que el rey estará dormido.
Media noche ya es pasada.   Gerineldo no ha venido.
«¡Oh, malhaya, Gerineldo,   quien amor puso contigo!»
—Abráisme, la mi señora,   abráisme, cuerpo garrido.
—¿Quién a mi estancia se atreve,   quién llama así a mi postigo?
—No os turbéis, señora mía,   que soy vuestro dulce amigo.
Tomáralo por la mano   y en el lecho lo ha metido;
entre juegos y deleites   la noche se les ha ido,
y allá hacia el amanecer   los dos se duermen vencidos.
Despertado había el rey   de un sueño despavorido.
«O me roban a la infanta   o traicionan el castillo.»
Aprisa llama a su paje   pidiéndole los vestidos:
«¡Gerineldo, Gerineldo,   el mi paje más querido!»
Tres veces le había llamado,   ninguna le ha respondido.
Puso la espada en la cinta,   adonde la infanta ha ido;
vio a su hija, vio a su paje   como mujer y marido.
«¿Mataré yo a Gerineldo,   a quien crié desde niño?
Pues si matare a la infanta,   mi reino queda perdido.
Pondré mi espada por medio,   que me sirva de testigo.»
Y salióse hacia el jardín   sin ser de nadie sentido.
Rebullíase la infanta   tres horas ya el sol salido;
con el frior de la espada   la dama se ha estremecido.
—Levántate, Gerineldo,   levántate, dueño mío,
la espada del rey mi padre   entre los dos ha dormido.
—¿Y adónde iré, mi señora,   que del rey no sea visto?
—Vete por ese jardín   cogiendo rosas y lirios;
pesares que te vinieren   yo los partiré contigo.
—¿Dónde vienes, Gerineldo,   tan mustio y descolorido?
—Vengo del jardín, buen rey,   por ver cómo ha florecido;
la fragancia de una rosa   la color me ha devaído.
—De esa rosa que has cortado   mi espada será testigo.
—Matadme, señor, matadme,   bien lo tengo merecido.
Ellos en estas razones,   la infanta a su padre vino:
—Rey y señor, no le mates,   mas dámelo por marido.
O si lo quieres matar   la muerte será conmigo.

Anónimo

ROMANCE DE ROSAFLORIDA

En Castilla está un castillo,   que se llama Rocafrida;
al castillo llaman Roca,   y a la fonte llaman Frida.
El pie tenía de oro   y almenas de plata fina;
entre almena y almena   está una piedra zafira;
tanto relumbra de noche   como el sol a mediodía.
Dentro estaba una doncella   que llaman Rosaflorida;
siete condes la demandan,   tres duques de Lombardía;
a todos les desdeñaba,   tanta es su lozanía.
Enamoróse de Montesinos   de oídas, que no de vista.
Una noche estando así,   gritos da Rosaflorida;
oyérala un camarero,   que en su cámara dormía.
—«¿Qu´es aquesto, mi señora?   ¿Qu´es esto, Rosaflorida?
»O tenedes mal de amores,   o estáis loca sandía».
—«Ni yo tengo mal de amores,   ni estoy loca sandía,
»mas llevásesme estas cartas   a Francia la bien guarnida;
»diéseslas a Montesinos,   la cosa que yo más quería;
»dile que me venga a ver   para la Pascua Florida;
»darle he siete castillos   los mejores que hay en Castilla;
»y si de mí más quisiere   yo mucho más le daría:
»darle he yo este mi cuerpo,   el más lindo que hay en Castilla,
»si no es el de mi hermana,   que de fuego sea ardida».

Anónimo