Me habían traído hasta allí conlos ojos vendados. Llamas sinuosas corrían sobre el piso delsantuario en ciertos momentos de la noche sepulcral, subían lascolumnas y embellecían la flor exquisita del acanto.
Las cariátides de rostro sereno,sostenían en la mano balanzas emblemáticas ylámparas extintas.
Me propongo dedicar un recuerdo a micompañero de aquellos días de soledad. Era amable yprudente y juntaba los dones más estimados de la naturaleza.Aplazaba constantemente la respuesta de mis preguntas ansiosas. Yo lellevaba unos años.
Él murió a manos de una turbadelirante, enemiga de su piedad. Me había dejado en laignorancia de su origen y de sus servicios.
Yo estuve cerca de abandonarme a ladesesperación. Recuperé el sosiego invocando su nombre,durante una semana, a la orilla del mar y en presencia del solagónico.
Yo retenía un puñado de sus cenizas enla mano izquierda y lo llamaba tres veces consecutivas.