Così come accadeva, da bambini,
con le magiche gocce di mercurio,
che si moltiplicavano impossibili
in una perturbata geometria, 
rompendosi il termometro, e davano alla febbre
una patina nuova d’irrealtà,
il clima indecifrabile di languidi orologi.

Un fenomeno simile tocca la nostra anima.
In modo inevitabile, ciascuno
è frutto d’infinite moltiplicazioni,
di errori della specie, di conquiste
contro l’oscurità. Un individuo
è nel suo anonimato opera d’arte,
un’atavica mappa del tesoro
tatuata sulla pelle delle genealogie
che porta fino a lui a sangue e fuoco.

        Non c’è nulla che non ci sia trasmesso,
nulla che non lasciamo in eredità.

        C’è una ragione per provare orgoglio
nel mezzo della febbre che non smette.

Siamo depositari di un metallo pesante,
preziose gocce di mercurio amante.


Carlos Marzal
Traduzzione: Andrea Cinquegrana

Llamar amor a lo que tú y yo hacemos
es cometer una sensiblería
indigna de nosotros, que aún somos amantes.
Eso es mejor que lo hagan los demás,
aquéllos que precisan aguar un vino fuerte.
Lo nuestro es un fenómeno distinto,
sin ningún circunloquio, sin grumos literarios.
Se manifiesta en el arrastramiento
recíproco. Consiste en una prospección
para obtener placer y para darlo,
un hurto generoso que se ofrece egoísta.
Es un duro trabajo en las calderas
de nuestra intimidad, un primitivo
cerco en torno al castillo de la vida.
La carne se alimenta de la carne,
de su mutuo veneno jubiloso.
Lo que hacemos tú y yo no es el amor.
A no ser que se entienda por ello un sacrificio
donde nos ofrecemos a los dioses suicidas
que habitan en el pozo de nuestra propia sangre.
Para nombrarlo habría que incurrir
en palabras que algunos consideran obscenas,
aunque la obscenidad tampoco lo define,
porque no pretendemos aleccionar a nadie
ni sobre el impudor, ni sobre la virtud.
Lo que mejor explica, sin agotarla nunca,
la bárbara pureza del deseo recíproco
es una cacería de animales
y el hartazgo feliz en que se sacian,
con los ojos cerrados contra el tiempo,
en el avaro éxtasis de su feroz banquete.
Para la bestia octópoda que engendramos tú y yo,
son una estupidez los términos pacíficos,
un triste deshonor en la batalla.
No hacemos el amor, desvalijamos
con codicia nocturna en la casa del cuerpo.


Carlos Marzal

Chiamare amore quello che tu ed io facciamo
è perpetrare un sentimentalismo
indegno di noi stessi, che siamo ancora amanti.
Questo è meglio lasciarlo fare agli altri,
a coloro che devono diluire un vino forte.
Il nostro è un fenomeno distinto,
né circonlocuzioni, né grumi letterari.
Si manifesta nell’annientamento 
reciproco. Consiste in una prospezione
per avere piacere e per offrirlo,
un furto generoso che si dona egoista.
È un pesante lavoro tra le fiamme
dell’intimità nostra, ed un assedio
primitivo al castello della vita.
La carne si alimenta della carne,
di quel mutuo veleno trionfante.
Ciò che tu e io facciamo non è l’amore.
A meno che si intenda per esso un sacrificio
nel quale ci concediamo agli dei suicidi
che vivono nel pozzo del nostro stesso sangue.
Per nominarlo si dovrebbe incorrere
in parole che alcuni considerano oscene,
benché l’oscenità nemmeno lo chiarisce,
poiché non pretendiamo istruire nessuno
né sull’impudicizia, e né sulla virtù.
Quello che meglio spiega, senza esaurirla mai,
la barbara purezza del mutuo desiderio
è una selvaggia battuta di caccia
e il forte appagamento in cui si sfamano,
tenendo gli occhi chiusi contro il tempo,
nell’estasi egoista di un feroce banchetto.
Per l’ottopoda bestia che tu ed io creiamo,
sono una insensatezza i termini innocenti,
un triste disonore nella lotta.
Non facciamo l’amore, noi deprediamo
con passione notturna nella casa del corpo.


Carlos Marzal
Traduzzione: Carmela Oliviero

Con la sed más anciana,
arrodillado,
para encontrarle el cauce al agua tuya,
me he bañado de ti,
linfa radiante;
me he prosternado en ti,
nunca más joven.
En la gruta que parte en dos tu cuerpo,
me he marchado por fin de mis orillas,
me he sumido en tus labios,
con mis labios.
Mi saliva te hablaba sin idiomas.
Con la humedad sagrada
he dibujado,
en la pared de sedas de tu sima.
En resina salobre del deseo,
he dispuesto una rosa,
y la he mordido.
Eché a volar un ave,
y la he matado.
Un hombre había en pie,
y ahora no hay nada.


Carlos Marzal

      I

Deberías marcharte. La fiesta ha terminado.
Helada y sucia ya se anuncia el alba
con su oscuro cortejo de presagios.
Tendrías que acostarte, huir de este lugar
antes de que la luz te restituya
esa imagen de ti que ya conoces,
indefensa a tus ojos, lastimosa.

Has tocado por hoy el fondo de tu noche:
las ropas no guardan la corrección de unas horas atrás
y tu lengua está torpe,
has empezado a hurgar en la memoria
y ya no hay quien te fíe.
lo más sensato ahora sería retirarse.

      II

Aquí, con convicción, ya nada te retiene.
Suena de nuevo idéntica la música
y no es fácil andar sobre el untuoso suelo del local.
Ha pasado la hora de raptarse alguna compañía
con quien querer fingir la noche inacabable,
y te será mejor no recurrir
a invitados finales,
errante cada cual en su constelación,
rezumando bebida como paredes húmedas,
dispuestos a cualquier confidencia extemporánea.

Es infame el lugar. Tal vez lo fuera siempre;
pero hasta hace poco era el teatro
idóneo para tus intenciones.
Se trataba de malgastar el tiempo,
uno más entre la turbadora clientela,
regresando al sabor bronco de noches apuradas,
de ti mismo perdido y encontrado.
El azar nos otorga reductos alejados de la severidad,
momentáneos reinos en donde nadie trata
el enojoso tema de la vida,
no importa si a conciencia o ignorantes
de que la vida huye al ser nombrada.
El azar nos obsequia y el azar nos despoja.

Así te ocurre ahora: la fiesta ha terminado,
y con la fiesta terminó el hechizo.

      III

Has apurado el plazo
que la noche te había concedido,
y a quien la luz ha de traer
ya lo conoces.
Si vuelves hacia casa, con tus pasos
volverán sus pasos. Y a tu fatiga
su fatiga habrá de acompañar.
La fiesta ha terminado y queda su enseñanza:
como una vieja deuda contraída,
nada hay más imposible que escapar de nosotros.
Ya se aproxima el alba, y nadie ignora
que todo plazo acaba por cumplirse,
que toda deuda acaba por pagarse.

      IV

Ya ves; eso es lo que te aguarda, si te marchas,
y lo que aquí te espera no es mejor.
Conoces de antemano cuál será tu conducta:
sopesarás los dos ofrecimientos que posees
—la despoblada soledad de una fiesta ya extinta,
la habitual afrenta de estar solo contigo—
y antes de encaminarte hacia la casa
apurarás la noche un poco más.
(Un poco más, a estas torpes alturas de tu vida,
no puede ser muy malo).
La fiesta ha terminado. Y aquí viene la luz,
la vieja hiena.


Carlos Marzal

Mañana escribiré. El poema está hecho.
Se perderán definitivamente
—quizá ya se han perdido—
los hábitos que anteceden al día del dictado:
el capricho con que un tema nos busca,
el hallazgo del metro necesario,
la memorización de los versos finales.
Todo se perderá definitivamente,
Porque ha llegado la hora de escribir.
A esas citas uno acaba acudiendo
tarde o temprano.

Ejercicios idénticos
nos conceden la ilusión de avanzar:
la sagrada violencia del fuego,
relegar al olvido un rostro del amor,
una breve y feliz convalecencia.
Mañana escribiré. Y volverán los hábitos
que acompañan al día del dictado:
el capricho con que un tema se pierde, se transforma,
las dudas sobre el metro necesario,
la modificación de los versos finales.
Después se hará el silencio una vez más,
como si nunca hubiese dicho nada.

Y sabré esperar de nuevo,
soportaré la idea de que toda palabra
bien pudiera ser la última.
Siento nostalgia de momentos antiguos.
La impotencia de escribir, en aquel tiempo,
era capaz de herirme.
Hoy ya sé que a las citas se acude
para poder librarnos de las citas.
Ignoro si soy dichoso o desdichado.
El caso es que mañana escribiré.


Carlos Marzal

Cuando deje las sábanas, mañana,
pensaré que mi sueño de la noche
no ha sido sólo un sueño
y que lo que me aguarda no es la huraña
mañana de mañana.
Acogeré mi cuerpo esperanzado,
como un feliz presagio inmerecido,
y si hay un cuerpo al lado,
será maravilloso descubrirlo,
saber que las monedas que he pagado
(y las monedas con que me ha comprado)
han sido las monedas del amor,
que pagamos con gusto y por el gusto,
locos de amor los dos.
Y amar, esa mañana, extrañamente,
será la redención de nuestros actos
pasados y futuros,
y el hecho del amor, en su presente,
será como la historia sin la historia,
un cuento que contamos con los cuerpos
y que tiene sentido,
lleno de ruido y furia compartidos.
Y si despierto solo,
despertaré contento de estar solo,
por la simple razón de estar conmigo,
que soy el viejo amigo
de algunos buenos ratos que he vivido.
Se inundará la casa con el sol,
y si no hay sol se inundará de gris,
un gris reconfortante, de París,
que es la ciudad que tiene un gris más sol.
Haré mis abluciones matinales
y haré la colación,
y respecto al milagro
de que los alimentos alimenten
haré una reflexión
profunda, sorprendente, que alimente
las estancias del alma y que dé calma
a un alma que ama la contemplación.
Para el resto del día tendré planes
y hasta tendré esperanzas,
que ya es tener bastante un mismo día,
y en un claro derroche de energía
tendré la convicción de que los planes
y hasta las esperanzas
no son la más completa tontería.
Naceré a mi ciudad,
como si fuese la primera vez
que nazco y que la veo,
contento de nacer y de fundar,
igual que un gran viajero, mi ciudad,
quizá un lugar tranquilo junto al mar,
donde esperar consiste en encontrar
una buena razón para esperar
el paso de los días.
Ya la ciudadanía,
que, comúnmente, es una porquería,
una viciosa tropa indiferente,
habré de comprenderla, y, comprendiéndola,
comprenderé toda su indiferencia,
su desprecio, porque tendré conciencia
de que quien más quien menos (y me incluyo)
tiene una innoble historia que contar,
lo cual, si no inocentes,
nos vuelve dignos de algo de piedad.
Seré un huésped del tiempo, un invitado
que aspira a estar contento y al cuidado
de las horas, hasta lograr que el tiempo
sea por fin mi líquido elemento,
y no un andén desierto en que aguardar
trenes de paso hacia ningún lugar,
cansado, el pensamiento, de sentir,
y de pensar, cansado el sentimiento.
Toda la peor vida de la vida,
que a veces es la única que ocurre,
le habrá ocurrido a un yo que no conozco,
un yo que a fuerza de desconocido
convierte en no vivido lo vivido,
y el yo que reconozco, el que comparte
la vida preferida
(ésa que ha estado siempre en otra parte)
sera mi yo más mío.
Y la vida que venga será fácil,
o lo parecerá (que más me da)
será la dulce vida,
y por dulzura y por facilidad
será una eternidad mientras me dura,
aunque sólo me dure un día más.
Por eso, más que un día,
mi día de mañana es el proyecto
de un tiempo por llegar:
es el pluscuamperfecto de futuro.
Ya sólo hay que aprenderlo a conjugar.


Carlos Marzal

Deseo lo que habrá de venir, pero aún deseo más
que lo que haya de ser sea un recuerdo,
otro nuevo episodio que permita, en un breve futuro,
distintas noches previas al día de partida,
puesto que en esas horas el vivir se descubre
con una fuerza extraña que el viaje no conoce,
y que el deseo nunca podría contener.

La vida antes del viaje no parece vida,
sino un ofrecimiento
imposible de ser ya defraudado.
Nuestras fieles rutinas no conciernen
a quien se marchará, y el día de mañana,inabarcable,
excita los sentidos, aviva la esperanza
y nos impide el sueño. El tiempo cotidiano,
aunque nos pertenezca, en el recuerdo es torpe,
y ese distinto tiempo que se aguarda
tiene un lugar para creer posible
que otra será la vida que suceda.
Más próxima a la idea que tenemos
La noche antes del viaje.

Todavía unas horas demoran la partida
y ya quiero volver para esperar de nuevo.


Carlos Marzal