Los viajeros del tiempo y del sueño
argonautas de ciudades de uranio
en sus cámaras y cápsulas de puros metalesalienígenas,
nos invitan auspiciosos,
—desollándose vivos,
                       prendidos de eslingas,
escarpias y ganchos adiamantados y asépticos-,
a sacarnos la piel como una vestimenta de hule
móvil,
            mudable,
—en carneviva, exhibiendo sus venas violetas y carnes rosadas—
una monda sanguinolenta que eriza la razón
y mantiene erectos los pelos de la nuca.

Declino la invitación lleno de un mágico espanto.
Y observo y espero:
fumando pequeños pedazos de nada,
pesada
            plomiza,
por boquillas de carbunclo y mangas translúcidas,
vivas substancias vacias, volátiles,
densa antimateria que se cuela hacia el alma.

De súbito llegan milicias seráficas
en una batida de lasers y espadas flamantes;
huímos entonces perseguidos por el aliento
y la sombra, infusos de espanto,
por los corredores de las ciudades de angustia
que pintara Chirico, solísimos claustros.

Despertar…
—Frío sudor de escalpelos-
con un sabor en la lengua y los labios
a terribles e inusitados narcóticos:

El corazón golpeando las sienes con pedernales y rayos.

Edgar E. Ramírez Mella

(En recuerdo del amigo
y poeta LuisCartañá)

Tenía que ser la lluvia
raudal de nubes furiosas
llanto en el viento, canción del norte,
la lluvia cristal, tamborcito de hojalata sobre el techo,
líquida culebra de las cunetas de ciudades hambrientas,
llamando a mi corazón que ávidamente
devora el tiempo como una fruta tierna.

La lluvia enemiga del polvo insistente sobre el librero
cae copiosamente, se instala bajo el sol,
traspasa las suelas de mis botas,
toca mis pies, —eléctrica humedad del aire—,
mientras diseña un arco iris;
la lluvia lija los huesos de los cementerios,
se troca amante de aquellos que partieron
con todos sus velámenes hinchados
por los abscesos del amor,
enfermos por el beso
y su pasión incierta pero clara
como las recién abiertas gardenias del balcón.

La lluvia no sabía yo que traía tus mensajes
y esta tarde me encontré con la noticia:
el loco desenlace que me hace más pobre aún de lo que hesido;
la lluvia no sabía yo
que me traía susurrando tu nombre de poeta;
tus trucos de gitano y saltimbanqui
se quedaron cortos con ésta tu fuga permanente.

¡Oh, viejo amigo!:
nuestras soledades se saludan
todavía frente al mar de Caguabo,
yo corro a la montaña en busca de algún bar con vellonera
que sepulte la historia mientras tú,
quedas solo sobre la roca en la orilla,
como un pequeño príncipe de cuento
llorando por su espada de madera que ha perdido
y su corcel de estrellas.

La lluvia no sabía yo
que hablaba del adiós más duradero:
quedaba absorto y no entendía
ni escuchaba yo tu voz desde tan lejos.
La lluvia no sabía yo que me traía
el eco de tu adiós involuntario,
amante interminable de esos ángeles locos
con que el cielo nos castiga,
y no caía yo que era un telegrama
escrito con la sangre, esa sangre
con que solías escribir cada poema,
un S.O.S. desde el asedio de las soledades.

Dos semanas hace, —me aseguran—,
que marchaste hacia tierras más ligeras
y la lluvia lleva dos semanas golpeando las persianas
y no sabía yo que eran los nudillos de tu mano delíquenes y hierba
y no sabía yo que eran tus brazos de pescador callado
y no sabía yo que era tu alegría
como una manzana y una mandarina ebrias
y no sabía que eran los juglares con laúdes y vihuelas
entonando las canciones olvidadas
y eran de pronto golpetazos sordos
como la muerte de esos humanos dioses
y eran el nardo que crecía vertical en tu jardín
y esos labios gruesos que pusieron límites al mar.

Yo había salido a buscarte y me decían que ya túno vivías
en tu casa, en nuestra casa de peces voladores,
conchas y abanicos marinos,
en tu casa, en nuestra casa de horizontes de sal
que la luz no cesa aún de golpear…
Yo que estaba planeando nuestro encuentro,
escogiendo el vino… como si fuésemos
dos amantes de novela barata
que el destino alejara mucho tiempo atrás.

La lluvia, raudal de recuerdos agolpados,
alegres, súbitos y crueles;
ahora que me han dicho que la muerte
se enredó con tus cabellos
quedo en silencio escuchando la lluvia
arpa en el viento, clavicordio en el mar,
atento a tu voz humilde como el mimbre
y altiva como la piedra más dura que cayese del cielo.

Edgar E. Ramírez Mella

Guardo el fuego,
lo traslado de asentamiento en asentamiento,
—llevo un tizón ardiente—
lo deposito en el centro,
justo en el medio, donde arderá de nuevo
la hoguera comunal.
Luego se pintarán de luz
los vegetales iglúes del poblado,
de la comunidad del pájaro marino
que pesca en la orilla junto a las rocas.

Edgar E. Ramírez Mella

Pero ya no siembro
ni manejo el curso de los ríos.
Ya nunca más.
Me uno a los bailarines de Dios
(diosmar – dioscolina – diosalbatros)
danzamos hasta el éxtasis y el delirio,
caigo en el lodo,
y siento un olor como el almizcle,
huelo la miel negra
en las entrañas de la tierra,
introduzco mis dedos en la estrecha y obscura cavidad,
madriguera de laboriosas abejas y el dulce,
dulcísimo nectar, me hace olvidar,
la sangre y el dolor;
mientras soy tomado brutalmente,
—desflorado por el Numen—
por todos mis compañeros danzantes,
soy embestido una y otra vez
por sus miembros como pedernales brillantes.

He pasado la iniciación de estío,
de noche, y al fin ya solo, contemplo el guiño
de los ojos en la piel de la noche;
mis compañeros me han dejado,
postrado y exhausto frente al ídolo nuevo del solsticio deverano;
mis compañeros han dejado
cerveza, de dátil y maiz,
en la entrada del nicho en la piedra,
de donde surgiré al alba orgulloso y radiante.

Edgar E. Ramírez Mella

Con armas de obsidiana y topacio
fue atacada la tierra,
acabamos con los árboles.
Herimos mortalmente a Kainga,
la madre, la Pachamama rebosante.
El dios de los ojos coléricos
nos observó impávido
por sus ojos de coral y conchas de ostra.

Los volcanes movidos,
en sus ardientes entrañas,
vomitaron fuego amargo
y rocas incendiadas,
hiriendo al océano gigante,
apagando al sol.
Desde entonces palidecieron
todas nuestras heredades,
los pájaros huyeron de los acantilados,
y hasta el pez Ruhi paralizador
y el tiburón, olvidaron nuestras costas,
tanto fue el dolor ácido de las rocas.

Así fue el comienzo de este languidecer,
este lento y agónico marchitarse
del ombligo del mundo.
Tambores lejanos.
Tambores obscuros, trepidantes tambores.
En la profundidad:
                                    El pulso del sol agonizante.

Edgar E. Ramírez Mella

«Nunca estriste la verdad
lo que notiene es remedio»

Joan M. Serrat

«lunas negras,fuegos terrestres, trombas de leche.»

Antonin Artaud (La Revolución surrealista 1925)

    1

Es triste, es verdad…
infinitas formas hay de entrar al mundo:
cegado por su densa obscuridad y sin gritar
como quién no quiere la cosa,

rodando debajo del mostrador
de un puesto de mercado
entre pútridos pescados y pasadas viandas;

arrojando un puñado de relámpagos
en medio del blanco y frío salón de las llegadas
—de los dados a la luz—,

rompiendo con dientes invisibles las entrañas
calientes del vientre maternal que ya no nos cobija,
bailando una sardana o el pas de deux del lago de los cisnes,
fornicando encima de la luna neón del whiskie bar celeste,

con cuatro metralletas bajo el ala
entrando a saco a todo quisqui,
masturbándose publicamente como querido hubiera yo
ante el espanto de abuelos, padres, tías…y todo el vecindario;
rezando la tierna oración de San Francisco de Asís
o invocando tristísimos demonios invisibles,…

Es triste, es verdad
infinitas formas hay para caer
en la orilla de este mundo
piedra que rueda
engarzada en un collar de estrellas y planetas:

o mueres con ese pequeño petirrojo
enredado al corazón que canta intermitente,
o con aquel martinete en extinción que separa la ola de la playa
con sus ágiles patas y grácil pico de lapislázuli,
o con aquellas mariposas amarillas y limalimón
en las blancas barbas de Walt Whitman,
o te vas a tomar por culo a las iglesias de tu pueblo provincial ychico.

Tal vez te abruman las moscas en los ojazos azabache
de esos niños famélicos, y en las paupérrimastetas de sus madres
que aún así dibujan la sonrisa con el pellejo del hambre,
de sabe dios que ciudad en este loco y cruento paraíso.

Es triste, es verdad
pero esperas a tus amigos de fin de semana
pa´ fumar y bailar y beberrrr,
antes que se corte el hilo
nifear ese corto tiempo que han dejado para tí.

Sí,
ya sé,
lo he leido,
lo he visto en la pantalla
de todos los televisores en las salas del planeta…

(—La forma de volver a comenzar está tan lejos de mis fuerzas—.)

Aún así me sabe a pis
todo ese amanecer que mienten los vanales
débiles y tontos funcionarios de la onu
y los cantantes de moda del mtv
y la ciega pedorra de la esquina y su marido bugarrón
y mi madre que trabaja y trabaja sin sueldo
y trabaja y trabaja y trabaja
y los niños crueles y traviesos que no paran de joder y joder
—es triste, es verdad, deviene uno corajiento y gruñidor,
pasando la antorcha a los de ahora,
como quién dice: ahí nos vemos pués-,
es verdad,
    es triste
esta nada suficiente que nos toca,
matándonos y amándonos,
hasta que esta piedra redonda salga de su órbita,
caiga
    o la exploten con tanto veneno,
tanta mala leche y tanta bomba.

    2

«Acariciándolo todo, destruyéndolo todo,
hundiendo sucabeza de espada en el pasmo del Ser
sabiendo deantemano que nada es la respuesta.
En lo alto delFaro.
La voz delpoeta.
Incansableholocausto.»

Miguel Labordeta

Apenas unos labios
acaso el estertor
de un corazón transatlántico
mundial o sideral,
la arena que rueda en la yema
digital del animal que me contiene
¿A dónde voy?
        ¿A dónde Vas?

Los niños masacrados han traido un aguinaldo,
los hombres los miran con sus huevos en la mano
y las mujeres siniestramente respaldándolos
tocan panderetas debajo del balcón.

Hay un perturbador olor a sobaco
perfumado con tibias feronómas tropicales
y anos deslumbrados como mustias violetas.

El papa viajero expide una bula de cruzada hoy a los ejércitos,
los tanques vuelan los ojos de los ángeles,
la noche es una mofeta alucinada
por los analfabetas que gustan de Chopin.

Paisaje abismal: Levitabismal…,
acaso casa significa casa
amor: amor
acaso dignidad…

La noche es tan larga,
prendo otro cigarrillo
—no hay con quién hablar.
Y ya estoy harto de comparar y escudriñar los mitos
en los mocos, la bilis, los orines, todos los grafitis
y las heces, en todas las esquinas de La Tierra.

Edgar E. Ramírez Mella