Sol espléndido y radiante
en la ancha esfera sujeto;
no te pregunto el secreto
de tu esplendor rutilante.

Ni por qué, nube distante
tiñes de ópalo y rubí;
pero perdóname si
te pregunto en mi querella,
¿si estará pensando en mí
como estoy pensando en ella?

Luna, brillante topacio
que, entre nebuloso tul,
cruzas la techumbre azul
de las alas del espacio.

Si se fijaron despacio
sus bellos ojos en ti,
y si la miraste, di
si estaba doliente y bella,
si estaba pensando en mí
como estoy pensando en ella.

Mar inmenso que te agitas
sobre tu lecho de arena,
y que ora en bonanza plena
tus olas no precipitas;

tú que bañas las benditas
riberas donde viví,
los sitios donde la vi
tan pura, tan dulce y bella,
responde, si piensa en mí,
como estoy pensando en ella.

Brisa, que acaso pasando
jugaste con sus cabellos,
tú que besaste su cuello
su mejilla acariciando,

Y que luego murmurando
te fuiste lejos de allí,
si eres la misma que aquí
pasas sin marcar tu huella,
responde, si piensa en mí,
como estoy pensando en ella.

Noche apacible y serena
por más que te cause enojos,
que sean más bellos sus ojos
y más negra su melena,

Presta un consuelo a mi pena
ya que sufriendo viví,
y pues no llega hasta aquí
el resplandor de esa estrella,
responde, si piensa en mí,
como estoy pensando en ella.

Nubes que en blanco celaje
bordáis el manto del cielo,
cual aves que alzan el vuelo
sobre el inmenso paisaje,

decidme si en vuestro viaje
lejos, muy lejos de aquí,
llegasteis a verla, y si
respondéis a mi querella,
si estaba pensando en mí,
como estoy pensando en ella.

Sol y luna, mar y viento,
nubes y noche, ayudadme,
y en vuestro idioma contadme
si es mío su pensamiento;

si es igual su sentimiento
a este que mi pecho hiere,
decid si mi amor prefiere
a la calma que perdió;
¡decidme, en fin, si me quiere
lo mismo que la amo yo!

1868

José Gautier Benítez, 1868

¡Borinquen!, nombre al pensamiento grato
como el recuerdo de un amor profundo;
bello jardín de América el ornato,
siendo el jardín América del mundo.

Perla que el mar de entre su concha arranca
al agitar sus ondas placenteras;
garza dormida entre la espuma blanca
del níveo cinturón de tus riberas.

Tú que das a la brisa de los mares
al recibir el beso de su aliento
la garzota gentil de tus palmares;

Qué pareces en medio de la bruma
al que llega a tus playas peregrinas,
una ciudad fantástica de espumas
que formaron jugando las ondinas;

Un jardín encantado
sobre las aguas de la mar que domas;
un búcaro de flores columpiado
entre espuma y coral, perlas y aromas;

Tú, que en las tardes sobre el mar derramas,
con los colores que tu ocaso viste,
otro océano de flotantes llamas;

Tú que me das el aire que respiro
y vida al ritmo que en mi lira brota,
cuando la inspiración en raudo giro
con sus alas flamígeras azota
la frente del cantor, ¡Oye mi acento!

El santo amor que entre mi pecho guardo
te pintará su rústica armonía;
por ti lo lanzo a la región del viento,
tu amor lo dicta al corazón del bardo
y el bardo en él su corazón de envía.

¡Óyelo, patria! El último sonido
será, tal vez, de mi laúd; muy pronto
partiré a las regiones del olvido.

Mi juventud efímera se merma
y ya en su carcel habitar no quiere
el alma melancólica y enferma.

Antes que llegue mi postrero día
y mi cantar se extinga con mi aliento,
toma ¡Patria!, mi última poesía;
¡Ella es de mi amor el testamento!
¡Ella el adiós que tu cantor te envía!

José Gautier Benítez

Cuando no reste ya ni un solo grano
de mi existencia en el reloj de arena,
al conducir mi gélido cadáver,
no olvidéis esta súplica postrera:

no lo encerréis en los angostos nichos
que llenan la pared formando hileras,
que en la lóbrega, angosta galería
jamás el sol de mi país penetra.

El campo recorred del cementerio,
y en el suelo cavad mi pobre huesa;
que el sol la alumbre y la acaricie el aura,
y que broten allí flores y hierbas.

Que yo pueda sentir, si allí se siente,
a mi alrededor y sobre mí, muy cerca,
el vivo rayo de mi sol de fuego
y esta adorada borinqueña tierra.

José Gautier Benítez

Puerto Rico, Patria mía,
la de los blancos almenares,
la de los verdes palmares,
la de la extensa bahía:

¡Qué hermosa estás en las brumas
del mar que tu playa azota,
como una blanca gaviota
dormida entre las espumas!

En vano, patria, sin calma,
muy lejos de ti suspiro:
yo siempre, siempre te miro
con los ojos de mi alma:

En vano me trajo Dios
a un suelo extraño y distante:
en vano está el mar de adelante
interpuesto entre los dos:

En vano se alzan los montes
con su manto de neblina:
en vano pardas colinas
me cierran los horizontes:

con un cariño profundo
en ti la mirada fijo:
¡para el amor de tu hijo
no hay distancia en el mundo!

Y brota a mi deseo
como espléndido miraje,
ornada con el ropaje
del amor con que te veo.

Te miro, si, placentera
de la Isla separada,
como una barquilla anclada
muy cerca de la ribera.

Do el viento sobre las olas
te lleva en son lastimero,
del errante marinero
las sentidas barcarolas;

Y céfiros voladores
que bajan de tus montañas,
los murmullos de tus cañas,
los perfumes de tus flores.

El mar te guarda, te encierra
en un círculo anchuroso,
y es que el mar está celoso
del cariño de la tierra;

Y yo, patria, que te quiero,
yo que por tu amor deliro,
que lejos de ti suspiro,
que lejos de ti me muero.

Tengo celos del que mira
tus alboradas serenas,
del que pisa tus arenas,
del que tu aliento respira.

Tu das vida a la doncella
que inspira mi frenesí,
a ella la quiero por ti,
y a ti te quiero por ella.

Ella es la perla brillante,
en tus entrañas formada,
tú, la concha nacarada
que guarda la perla amante.

Es paloma, que en la loma
lanza su arrullo sentido,
y tu, patria, eres el nido
donde duerme la paloma:

Si yo te vi indiferente,
si mi amor no te decía,
¡ay patria, yo no sabía
lo que es el llorar ausente!

Mas hoy que te ven mis ojos
de tu mar entre las brumas,
como una ciudad de espuma
forjada por mis antojos:

Hoy que ya sé lo que vales,
hija del sol y del viento,
que helare mi sangre siento
con las brisas invernales;

Hoy diera, en la tierra hispana,
el oro que el mundo encierra,
por un puño de tierra
de mi tierra Borincana.

José Gautier Benítez

Ahora estoy con el árbol
Besador de la brisa
Cazador de los pólenes viajeros
Mano en caricia abierta
de hojas hacia el cielo
desde su mundo exacto
circunscrito al rumor.

Sobre la superficie inmensa
de este mundo
                 —planta
                   piedra y ceniza—
cuán pequeño el espacio del árbol
Y qué alto de ramas
y verdad y poesía
Y de Dios…

Y raíces

dónde acunó en tersura la semilla
y arraigó de la entraña de la tierra
su proyectado mundo de frescura

Si casi cabría el corazón del hombre
con su semilla de trémula esperanza
con la raíz incierta de su pie descalzo

Pero… el hombre

El pobre hombre no es como el árbol
El árbol no conoce el dolor,
de la espera y la duda

Crece sin prisa
hacia la flor y el fruto

A esperar       la hermosura.

Cae del aire la flor

Tan leve amada
de ese trémulo espacio
donde viaja su huella
deslizando
aroma de su imagen
al amor…

Un pedazo de cielo
y una rama…

Nada más
cayó al aire la flor.

¡Qué solos nos quedamos
sobre el mundo
mi corazón y yo!

A la muerte de Luis Palés Matos

En pedestal de ola
el mar levanta el canto:
            … … «¿hacia dónde
            tú, si no hay…
            … espacio donde puedas contenerte?»

Incansable viajero sin navío
rumbo de ala tendida hacia un país
de imaginaria geografía
donde tan quieto estás… …

            ——

¿Oyes tu canto bajo la noche sola de los trópicos
desde un sinfín de estrellas y de islas
y playas inasibles de silencio
en la infinita orilla transitando
eco de oleajes de astros de palabras…

¿Dónde toca tu voz?
¿Dónde tu mano alcanzará su tiempo?
Tu mano alucinante de poesía
tu solo tiempo logrado al fin
en el hallazgo de tu rama y de tu puerta.

¡Es el mar —Palés— que te abre
sus brazos constelados!

Cruzado de silencio el roto puente
del amor al Amor
en música de lágrimas tendido.
Del amor al Amor penar penando
como se pena el sueño y el olvido.

¡Salvado estás de aquel atroz calmazo!
De sal y sed tu corazón transido… …

¡Qué catedral de jazmines incensiada
de tu pasión atroz oficia el salmo!
Tremenda humanidad de corza herida.
Tallo de luz-diamante esfuminado.
Columbrada azucena de poesía
en palabra y oleaje tranformando
la voz del mar que en mar de voz
te canta un cielo abierto
en claridad del alba estremecido.

Recuerdo… eternidad…
Voz y silencio.

En la hora de la isla
y la palabra
                     «que es como un despedirse
                      y una ausencia…»
miras un niño
y tu mirar se vuelve
Dios y llanto
brisa de nieve y nube en lejanía
remanso de huracán
—ola vencida—
tumbo en la orilla de la más sola soledad
sin canto:
                     …«tiran de ti con tenue hilo de estrella»
Te llaman y te vas
—ala rendida—
y el amor y el Amor
se van contigo…
Salvado estés — Palés
que el mar te canta su infatigable ola
de poesía.

Un puerquito rubio
estaba muy triste,
echado en la esquina
de un sucio corral.
Estaba muy triste,
y su sueño era
que alguna mañana
le nacieran alas de cristal…

El puerquito rubio
no tuvo la culpa
de que lo dejaran sin poder volar.
Cuando repartieron aves para el aire,
peces para el mar
y conchas de nácar
para el arenal, al puerquito rubio
tocó el lodazal.

Cuando quieres trinos
el puerquito rubio
tiene que hozar;
y cuando se oye
su pru-pru tan trsite,
el sueña que canta
sobre el lodazal.

No le dieron nombre
para la poesía;
su nombre el poeta
no mencionaría
con las golondrinas, con las mariposas…
Nadie le diría:
—Puerquito de sueño,
puerquito de rosas,
eres de cristal.

Esta mañanita,
porque yo le canto
su sueño tan lindo
de querer volar,
el puerquito rubio
todo enfangadito
se ha echado a llorar.

—Puerquito, no llores,
si tú eres de sueño,
si tú eres de rosas,
eres de cristal.

!Que hermoso milagro
hace mi cantar!
El puerquito alegre
se ha puesto a jugar
en la triste esquina
del sucio corral:
hoza asombradito
estrellas de agua
sobre el lodazal.

!Sobre su lomito
parece que nacen,
parece que brillan
alas de cristal!
!Que hermoso milagro
en el lodazal!…