Te esperaron bajo el árbol de las lluvias
mis dos corderos mansos.
Sin otro destino.
Creciendo hacia adelante en la neblina
llamando a voces a los tuyos
para habitar contigo
la Casa del Padre y del Hijo.
Entre barco y barco:
Trinidad, Taitao y Tenglo
te soñaron
vieron apariciones
hasta que un día no llegó más carga
                                               ni pasajeros.
Hasta que bajó a tierra la desesperanza
y mis zapatos extraviaron su nombre
se hicieron polvo
te lloraron
a trescientas millas de ti.

Ella es la mujer que habita
la cámara secreta de todas las fragancias
y al solo contacto con el agua
convierte en pez
cada una de sus manos.
La que hace girar en el centro
del azúcar dorada
                              sus brebajes de amor
y su menta.
La que obliga a la sal
a navegar por ríos dulces,
hace magia con un palo de vainilla,
canta al orégano seco
y a los limones amarillos.
Ella es la mujer que acaricia
las primeras arvejas
y todo el pan lo reparte,
lo multiplica en la mesa;
la que ríe y llora al sur
de las aceitunas o los erizos.
Ella es la increíble mujer del delantal.