El aliento del aura inocente
deambula entre pilares milenarios
de una noche de presagios,
retoza en los jardines
en forma de fragantes lenguas,
suena en los hilos
de algún títere travieso
y empuja el concierto
por los umbrales sordos.

En la sinfonía de los tiempos
con la bravura de la cadencia final
él viene hacia mí.

Su paso de relámpago embrujado
promete desafiar las hogueras
de todas las ausencias.

Parece un héroe troyano 
en medio de un alud de lunas rotas
ganadas en victorias
de no sé qué camposanto.

Las caricias se atropellan
como vibraciones cromáticas
de un fragor de timbales.
Los besos se descuelgan
como de un olivar
las maduras aceitunas.

Mis moradas encienden
las ascuas enterradas,
estallan las compuertas
tras cascadas de burbujas
y al temblor acompasado
de encandilados tropeles
se cuaja en un latido
el fulmíneo brebaje del amor.

Por una fisura del aire
se evapora el eco
del último suspiro
y el testigo de una lágrima
se asfixia en secreto
en la penumbra de los párpados.

Entonces el raudo, falaz
sabor del sueño
recoge sus trofeos,
huye en la piel
de un pájaro absorto
y me deja la llaga
de un adiós irremediable
sin un puñado de soles,
sin el soplo de una estrella.

Martha Napolitano