Negras lágrimas salen de mis ojos;
mas colorada sangre derrama
tu corazón, dejando charcos rojos.

A voces la postrera hora te llama.
Hondamente desalentado lloro
mientras tu alma al cielo se encarama.

Entre la angustia y la tristeza moro;
tu sombra y tu cabeza descarnada
son lo único tuyo que atesoro.

¿Para que vivir, si necesitada
está mi alma de tu  presencia,
antes notable y ahora esfumada?

De mi cuerpo se apodera tu dolencia;
mi corazón, por la angustia cautivo,
suspira deprimido por tu ausencia.

El tormento me domina; fugitivo,
por escapar hago cuantiosas tentativas;
mi desventura es tal que muerto vivo.

Mi mente y mi alma, inactivas,
y mi corazón, inerte en mi pecho;
rezan, gran amigo, por que revivas.

Marian García