¿Qué harás de mí, destino?
¿a dónde me conduces? Temo a veces
despertar en extraños siglos y dimensiones
que despojen mi alma de todos sus secretos
y edifiquen en ella sus moradas
con cimientos ajenos e imposibles.

¿Me obligarás a abrir antiguas tumbas
para leer en ellas el pasado
de mi dormida estirpe?

Tiemblo y callo
ante la desafiante y compasiva
mirada de la esfinge
que aparece en mi vida a cada ciclo,
no para proponer interrogantes
sino para anunciar (¿o recordarme?)
que he de llegar más lejos, aún más lejos,

hasta el fondo del tiempo,
sin compasión
para mi amor deshecho, maltratado,
para mi ser exhausto,
para el pájaro roto
que tras mis ojos pide un nido cálido
donde curar sus alas destrozadas,

pero, ¿cómo cumplir con los designios
que huyen de nuestras manos al tocarlos,
al vislumbrar una traición recóndita
a la especie doliente,
expulsada de todos los refugios?

¿qué preguntar entre expectantes rostros
que no sugieren sino esas historias
escritas en los libros
para inquietar las noches de niños y poetas?

¿cómo hablar, si mi voz no emite frases
en lenguas previsibles?
¿cómo tocar el fin de esta agonía,
si la vista se nubla, si las manos
no consiguen alzarse?
Vuelve, noche,
única que conoce los orígenes
de mi sangre, y la causa
del increíble azul que tras mis párpados
pide cuentas al mar que me engendrara
aunque lo lleve dentro.
Vuelve, noche,
protégeme del día que me agota
con un dolor de ancestros y pasado:

no soy la luz del alba, cegadora y soberbia,
no soy el sol naciente,
llevo la luz discreta y misteriosa
de las lunas primeras, el aviso
fugaz de las estrellas, la corona
punzante del cometa.
No me dejes,
porque estoy retornando a tus entrañas,
porque me estoy muriendo nuevamente.

Lourdes Rensoli

¿Alguna vez, amigos, habéis imaginado
las alegrías eternas
que el Todopoderoso depara a los creyentes?
¿han visto vuestros ojos la belleza
apacible y mortal, temible y límpida
del azul infinito que cabe en nuestras manos?

¿habéis quizás gustado
ese sabor de sal que nos regala
la raíz de la justicia?

Dejemos la taberna
donde hemos llorado por la vida
que burlona se escapa.

Paseemos un poco por la orilla
donde las olas cantan
historias apenas concebibles,
parajes donde acaban los pasos del errante,
donde se funde el llanto con el ritmo
suave e inalterable del reflujo
y palacios de conchas antiquísimas
resguardan a la amada que buscamos
en todas las leyendas, cuyos ojos
son dos gotas nacidas del abismo
y el miedo y el amor nos sobrecogen
si osamos contemplarlos cual si perteneciesen
a mujeres mortales.

Los cabellos
de las hijas del mar, libres y sueltos,
flotan sobre sus hombros,
el sol no quema nunca sus miembros delicados,
nos aguardan soñando en lo profundo,
guardadas por efrits
con figuras de peces y serpientes.

Ellas conocen esas melodías
que los mejores músicos
no han logrado jamás ejecutar
ni recordar siquiera
cuando la luna llena del mes de Ramadán
los turba con visiones
y los hace escucharlas
o más bien presentirlas entre sueños.

Algunos viejos cuentan
que sus antepasados conocieron
a quienes intentaron
llegar a los palacios sumergidos
y nunca regresaron

convertidos en bosques de coral
para ocultar la entrada más hermosa
al abismo cambiante y transparente
junto al cual nos sentamos
a refrescar el rostro
y el corazón cansado por el pesar que oprime.

Dejemos la taberna y las cerradas cámaras
donde aman y meditan quienes nunca
han gustado el sabor de lo imposible,
vayamos a la orilla
donde los pescadores
con el tayîn humeante, nos esperan
y calmemos un poco, al ritmo de las olas,
nuestra angustiosa sed de una bebida
imposible de hallar en este mundo.

Lourdes Rensoli

Ha huido el dulce viento del verano,
se retiran las flores,
los pájaros preparan su partida
hacia lejanas tierras, cálidas y apacibles.

En la terraza, las primeras ráfagas
del frío, colorean las mejillas
de mi amado, que añora
parajes nunca vistos.

Nada le dicen ya los arrayanes
ni las fuentes de jaspe, con surtidores
que envían al cielo su oración discreta,
ni los dorados peces, ni los lirios
flotantes en las aguas, entre luces
e irisadas estelas.

Los ojos de mi amado se pierden a lo lejos,
su corazón se funde con estrellas errantes,
la belleza del cielo, su misterioso brillo,
los mil ruidos que anuncian los juegos de la noche,
aumentan su tristeza.

Dime, hermana, si perderé a mi amado,
si mis ojos
no bastarán para calmar su fiebre,
si la música
que para él compongo, nada dice
a su honda nostalgia.

No sé qué hacer, hermana,
cuando lo veo tan lejos y tan cerca,
daría mis tesoros
por escuchar su risa nuevamente
despierta ante mis labios y mis versos.

Sólo en el vino calmo
este pesar continuo, y me pregunto
si mi amor nunca más dará su fruto.

¿Qué oscuro sortilegio,
llegado de remotos lugares lo ha hechizado?
¿qué viaje lo reclama, si ha cumplido hace tiempo
su deber de creyente?

¿debo ser yo quien parta
para que su memoria me dedique
el último homenaje,
para ocupar el sitio del recuerdo
que opaca mi presencia?

El dolor más intenso del amor es la ausencia
ante nuestra mirada
y quizás sea más sabio
beber sus soledades y sus melancolías.

Pero responde, hermana, si muriendo,
entraré en el recuerdo de mi amado,
o si viviendo, escucharé la música
que brota de sus dedos
y sus pasos
se unirán a los míos, en el paseo nocturno
hacia los pabellones perfumados
que al fondo del jardín, nos acogieron
en la época más bella
de nuestro amor, ahora moribundo
como mis alegrías.

—Hermana mía, quien ama
debe aceptar la unión y la distancia,
el beso y el olvido,
encontrar en el fondo
del propio corazón, el rostro amado.

Nadie puede quitarnos lo que nos pertenece
porque alienta en nosotros.
Vive, hermana, su ausencia
como viviste un día su abrazo y sus palabras,
como vive el invierno la muerte del verano.

El amor es un soplo de lo Eterno
que se da a los sentidos,
llena entonces su copa de ese vino sagrado
que no conoce límites
e invítalo a embriagarse
con la inefable dicha de la música
surgida de los astros
para apresar un rayo de Aquel que nos envuelve
y se escapa, dejándonos la duda
de haberlo presentido.

Lourdes Rensoli

—¿Por qué no corres, agua,
si de tu entraña herida brota el verso?

¿por qué esquivas los rayos de la luna
cuando traen un mensaje más remoto
que los reinos cantados
en leyendas nacidas de la noche?

—Me recojo en el pozo,
no quiero derramarme por la fuente
aunque el tañido
lejano de un laúd
invite a confundirse con la hierba
que duerme junto al fresco manantial
prisionero en los brazos
de la piedra cerrada, vigilante
como mi ser, flexible y multiforme,
y en el fondo del pozo, encuentro la respuesta
a mi último misterio.

—Agua nocturna, fecundante rayo
que recorre el jardín, como las alas
del pájaro de oro, mensajero
de una maga escondida entre tus gotas
donde se alza el palacio transparente,
donde todo deseo se refleja,

¿saldrás de tu secreta
meditación, al viento de los páramos?
¿no dirás a tu dueña que ya es hora
de convertirte en lluvia, surtidor o rocío
que lave las nejillas del amado y la amada?

—Sólo mi Creador conoce mi destino
y no tengo más ley ni voluntad
que una infinita Ausencia.

Podría mezclar mi curso
al del vino vertido de las copas
servidas por un hombre viejo y triste
que alivia en la taberna su diaria agonía
aunque no halla consuelo.

No me reclames, voz desconocida:
éxtasis y embriaguez son un único abismo,
no puedo distinguirlos, ni a la luz de las lámparas
ni cuando el sol se asoma
y por eso me escapo
para cerrar mi cauce junto al borde
mordido por el tiempo.

—Lamentarás un día tanta música
cantada en un secreto incompartible
que ni aun tu Señor ha escuchado
de tu laúd que vibra,
sobre sus cuerdas rotas y gastadas,
porque el canto y las bellas armonías
se hacen verdad tan sólo
en el oído sensible y delicado.

No apagarás la sed de los amantes
ni llorarás la muerte de los sabios.
¡Pobre y cansada agua, prisionera
de tu propio delirio!

Lourdes Rensoli

—¿Qué se esconde en tus ojos, mi gacela,
qué secreto te niegas a contarme
y marchita tus noches
cuando el vino reúne a los amigos
en la suntuosa cámara
donde cada rincón es un espejo
en el que tus miradas arrancan
las más bellas canciones
al laúd y la darbûka?

—He confiado en mis fuerzas, demasiado,
y me he paseado sola por el bosque,
lejos de las seguras
verjas de los jardines del palacio,
buscaba a los derviches,
a los sabios ascetas
que apagan sus dolores y sus cuitas
en un giro infinito,
y un venablo me ha herido en el costado.

No sé de quién partió,
qué mano tensó el arco
y alimentó la sierpe con mi sangre,
pero mi voz, antaño fuerte y honda,
se ha quebrado
y mis fuerzas se apagan.

—¿Qué aleyas recitar, gacela mía,
para ahuyentar la muerte que te ronda?
¿Cómo llenar de nuevo tu aposento
con los más dulces trinos,
el color delicado de los pájaros,
los reflejos del ámbar
y la honda resonancia de las rosas
o el incienso que invade poco a poco
recuerdos y tristezas?

—Nada puedes hacer, amigo fiel,
para evitar el golpe
traidor y ponzoñoso del destino,
sin saberlo, nací para este instante.
Alguna antigua culpa de mis padres
debo pagar con el dolor que agota
sin brindar el descanso de la muerte.

—Puedo curarte con la bella música
que Dios mismo ha compuesto,
anotada en el libro de los árboles,
los rosales y prados, en las marmóreas fuentes
que ofrecen el descanso al peregrino
cuando cumple su viaje.

Puedo llenar de plumas
la sala abandonada
por cuantos acudían diariamente
a beber tu belleza de una copa,
a aspirar tu virtud en un arpegio.
—Lo pondré todo, amigo,
en las manos de Dios, el gran poeta
que escribe con las risas y las lágrimas
de todo el universo,
porque aguardar la curación es vana
esperanza de incrédulos
si su voz no la otorga.
Pide en mi nombre a los amigos
que beben a la luz de las estrellas
que derramen sus copas
por amor de la llama que se apaga.

—Habías nacido libre y venturosa,
llena de magia y fuerza,
tu canto atravesaba los ríos y desiertos
y encendía la noche con luciérnagas,
pero todo el saber y la ventura
se doblegan humildes
ante esa inmensidad que nos deslumbra
casi hasta aniquilarnos.

Mira, te han preparado
el diván más mullido,
magnolias y jazmines lo rodean,
los pebeteros calman con su aroma
el llanto más amargo.

Duerme ahora, descansa,
y olvida la traición que en tu costado anida.

Yo cantaré a la luna esas canciones
que una vez aprendimos de un poeta
ebrio y errante, solitario y pobre.
Tal vez ella lo llame
y él conozca el consuelo para ti.

—Me refugio en el sueño más amable,
preludio del Encuentro,
dí adiós a los amigos,
que algún día cercano
entonen mis canciones
y pueda revivir, cuando sus copas
se alcen hacia el Cielo.

Lourdes Rensoli

¡Cuánto daría por escuchar de nuevo
aquella moaxaja
que enjugó tantas veces
el llanto desatado por un mundo
apenas comprensible
que pese a todo amaba
aunque ni los amigos lo creyesen!

Lourdes Rensoli

Hallada en Córdoba, en casa de mis antepasados

Esta noche, el secreto
de las estrellas, pesa en los sentidos
de la amante, y la invita
a susurrar su queja
al amigo que escucha
apoyado en la amable celosía:

Amo a Yusuf, el de los ojos negros,
de la rauda palabra,
de la sonrisa llena de promesas
y osadas sugerencias, tentaciones
que me hacen retirarme ruborosa
a mi balcón cerrado.

A ti, amigo,
que sabes recoger mi confidencia,
a ti te cuento todo:
Yusuf ha trastornado mis días y mis noches
pero ya no lo veo por mi calle.
Añoro sus cantares
y su gallardo andar.

Al escucharlo estallo
en una risa nueva, incontenible
como la dicha que el Creador ha dado
a bienaventurados y elegidos.
El me mira y sonríe
pero a poco se esfuma
sin contemplar mis lágrimas que brotan
cuando lo veo alejarse.

La gracia de Yusuf es tan preciosa
como mil bendiciones, su mirada
me hace temblar, y temo despojarme
del pudor que protege a la doncella
y lanzarme en sus brazos y decirle:
«¿Acaso no comprendes que te aguardo
y que te pertenezco?»

Amigo, me consumo
por lo que no recibo,
un beso de Yusuf sería mi muerte
y mi vida a la vez.
No sé cómo decirle con miradas
lo que callan mis labios,
pero Yusuf ha huido de mi puerta.

Temo que este dolor devore mi alma
y acabe con mis días,
porque sé que Yusuf teme mi encuentro
aunque ha puesto sus ojos muchas veces
en mi rostro y mi cuerpo tembloroso.

Quizás le han dicho que se perdería
si amara a una cristiana
de ojos azules y cabellos sueltos
que reciben el beso de la lluvia y el aire
y que lee los libros de los sabios.

Dile a Yusuf que el Creador nos hizo
semejantes a todos,
que Su Ley no conoce diferencias
entre pueblos y razas. Que el Profeta
aceptó los consejos de Khadija,
que no escuche a quien llena su corazón de dudas,
que si ronda mi puerta nuevamente
la encontrará entreabierta.

Oh, Yusuf, mi señor,
esta triste gacela padece por tus besos,
consuélala, acude a su llamado
o hazle al menos saber que no la olvidas.

Lourdes Rensoli

Cuando camino entre los arrayanes
y el surtidor entona
su canción de rocío y filigranas,
acudes, como el vuelo de los pájaros,
fugaz, a visitarme,
envuelto en la neblina de un encanto
distante, pronunciado en una lengua
que no puedo entender.

Mi alma, prisionera en estos patios,
recupera tu rostro en la nostalgia
de raras melodías,
preludio de los labios
dueños del transcurrir y de la espera
presa en los conos mágicos que vierten
su arena cada hora.

¿Qué haré cuando se esfume para siempre
tu imagen adorada,
cuando el jardín se vuelva un espejismo
y esta historia de amor una leyenda?

¿Qué harás cuando descubras que han llegado
los años del olvido
y te preguntes qué rencor, qué oculta
envidia arrebató de nuestras manos
el vino milagroso
que el mismo Creador nos ofrecía?

Y volverás a ver a los traidores
y les dirás:
«¿Acaso no es el mundo
parecido a este vino
de tono transparente y sabor dulce
aunque capaz de echar todos los males
sobre nuestras cabezas?
Pero la ley de Dios perdona a todos,
¿cómo yo no he de hacerlo?

»Bebamos pues ahora, compañeros de viaje,
y olvidemos un poco la amargura
y la herida incurable
en los brillantes ojos de la joven
que escancia en nuestras copas
este vino purísimo, veneno
seductor, que transforma nuestra sangre
en antorcha de muerte»
.

Tú, que pasas y escuchas mis cantares,
aprende de esta historia
cuánto puede esperarse del corazón humano
si su embriaguez no viene
de un néctar luminoso e imposible
cual regalo del Cielo.

Lourdes Rensoli

Así la soñó
Ramón Llull, hace siete siglos

Son los custodios de la más valiosa joya. Para llevar al mundola alegría de compartirla, han viajado durante siete siglos; elcristiano, desde Mallorca; el judío y el musulmán, desdeCórdoba, tras prometer encontrarse al regreso. Llull,Maimónides y Averroes se abrazan con cariño. Su amistadha sobrevivido a los decretos de expulsión, a la toma deGranada, a las Cruzadas, a los ataques a Gaza y Cisjordania, a loscampos de exterminio nazis, a la guerra del Golfo, al asedio despiadadocontra Zarajevo. Llull ha peregrinado por extrañas tierras,parece cansado. Los cordobeses comprenden su fatiga: también lasienten. El judío ha luchado contra la incertidumbre humana. Elmusulmán la ha sembrado, a pesar suyo. Habla al finMaimónides:

— Mi saber es el más antiguo, y me obliga a hablar el primero.Ya que el objeto de nuestros viajes ha sido mostrar la joya a nuestroshermanos, transmitirles la alegría que irradia, os propongocontar qué han visto en ella amigos y enemigos, para que a lostres nos sirva de ayuda la experiencia de cada uno.

— Comienza entonces—asienten los otros.

— He llevado siempre la joya sobre mi pecho, sin que malhechor algunose atreviese a arrebatarla. Todos la han visto: los amigos, como unescudo luminoso, en forma de estrella de seis puntas, forjada en oro deOfir; los enemigos, como el fruto de mi avaricia y mi maldad.

Llull toma la palabra:

— ¡He recorrido tantos pueblos! Pero mi suerte no ha sido mejor.Los amigos la han visto como un rubí, nacido de la máspreciosa sangre que el amor ha vertido. Los enemigos, como el despojoarrancado a las víctimas inocentes de un poder arrogante ydespiadado.

Las frases de Averroes tienen el color de la tristeza:

— He mostrado la joya con los más amables gestos. Unos se hannegado a mirarla. Otros han pensado sólo en su alto precio. Contodo, algunos han accedido a examinarla atentamente. Los amigos hanvisto en ella una esmeralda engastada en la misma luna, cuando sufuerza crece y evoca la esperanza y el florecer de la vida. Losenemigos como un demonio tentador y falso, que vuelve al hombrefanático y traidor.

Deciden entonces seguir juntos el camino emprendido frente a la zarzaen llamas, meditando en silencio.

Lejos de allí, un hombre cansado se sienta al borde del camino.Piensa en su vida, avanzada ya, y en la Gran extinción que seavecina. ¿A dónde irán los largos años deestudio, la afición por las ciencias y las artes, el esfuerzopor el bien, y los errores? ¿qué sentido tiene una vidacondenada a disolverse en el vacío, sus muchos dolores y suscontadas alegrías?

Así discurre el hijo de la posmodernidad, como hace siete siglosdiscurría otro gentil. Nada sabe de Eternidad ni de Amor,más allá del frágil e inseguro vínculoentre los seres humanos, acaso ilusorio.

Los tres sabios han llegado hasta donde el hombre permanece, sinesperar nada ni a nadie, y han escuchado su dolor, su vacíonacido del escepticismo. Les basta una mirada para comprendersemutuamente: deben hablarle, como hace siete siglos al otro gentil. Pororden de antigüedad pronuncian su discurso y su oración deamor: el judío, sobre la Inconmovible Roca y Fortaleza quedividió en dos al Mar Rojo. El cristiano, sobre la Vida que enla Resurrección vence a la muerte. El musulmán, sobre laMisericordia y la Clemencia infinitas del Unico. Y al concluir, leobservan, esperando sus palabras.

El hombre los contempla entre asombrado e irónico, y al finpregunta:

— ¿No érais los peores enemigos? ¿No perdílos deseos de escuchar vuestras doctrinas después de conocercómo vuestros hermanos de fe se matan, calumnian y condenan unosa otros?

Los tres sabios están ahora tristes:
— ¿Qué decirte, hermano? Es el mundo. Frente aél, sólo nos queda amar. Y te amamos.
— ¿Qué motivo tendríais para amarme a mí,un desconocido?

— Esta joya, que te ofrecemos.

El gentil la ha tomado en sus manos, la contempla, y su mirada sepierde en una dimensión inusitada.

— ¿Qué ves?

— Nada con los ojos del cuerpo. Pero recibo de ella algo quedesconocía: la paz. Y una gran dulzura me llena.

— ¿Qué más podemos hacer por ti?

— Permitidme marchar con vosotros.

— Respóndenos antes: si no has podido verla con tus ojos,¿qué has hallado en la joya? ¿la sabiduría?¿la nada? ¿la reconciliación con tu pasado y tufuturo?

El hombre, como antaño, se ha quedado pensativo.

Así lo cuentan de nuevo, siete siglos después, los tressabios. Hoy viajan junto al gentil, que siente llegar a su vida elbendito absurdo del Amor.

Lourdes Rensoli

Nació un día, entre tréboles y cardos
para alegrar al sol con sus colores,
pero no podía verlo: las ramas de los árboles
impedían el paso de la luz.

Pasó años oculta, en lo profundo
de un bosque donde nunca
traspasaron los rayos benéficos
el tejido frondoso de las copas,
y la flor aguardaba: no quería,
no podía agostarse, morir, sin recibir
el dorado fulgor de la mañana.

Os invito a buscarla, a preguntarle
cómo logró sobrevivir al húmedo
deslizarse de insectos, hongos y caracoles,
qué bendición acompañó sus hojas
y protegió sus pétalos
pues tal vez el secreto de la paciente flor
consiga transformar
en aroma y matices delicados
nuestras pequeñas muertes.

Lourdes Rensoli