¡La campiña!
Sobre el césped del cortijo va la niña
tierna, rubia, frágil, blanca;
—bajo el brazo la muñeca
de cartón rosada y hueca—
salta, corre, canta, grita,
y sus fúlgidos ojazos copian toda
la pureza de la bóveda infinita.
Vedla: es ritmo
y es donaire;
sus desnudos pies se agitan y parece
que también tuviesen alas
como el aire.

Dulcemente el aura toca
el capullo de su boca
que es esencia y es frescura
y es panal, húmedo y tibio,
de miel pura.
Va contenta, retozona,
va de prisa;
y en sus labios aletea
como un ave sobre el nido, la sonrisa.

Primavera en los jardines,
bosques, valles y barrancas,
echa rosas, rosas, rosas,
rosas blancas.
Una crencha rubia miente
un celaje sobre el campo de su frente;
frente casta,
perla enorme que en el oro de sus rizos
arcangélicos se engasta;
frente pura que humedece
el sudor, y que parece,
bajo el soplo sano y frío
de los céfiros, camelia
empapada de rocío.

Va la niña; tal vez sueña
con las hadas, y se cuenta
ella misma, el cuentecillo
de la pobre Cenicienta.
Y sus gritos melodiosos
en las ráfagas deslíe,
juguetona, parlanchina,
mientras salta, corre y ríe.
Nace el alba; vibra el orto
sus espadas de reflejos,
y el espacio se sonrosa, y un gran vaho
de perfumes acres, llega
de muy lejos.

Primavera en los jardines,
bosques, valles y barrancas,
echa rosas, rosas, rosas,
rosas blancas.

Julio Flórez

Jamás con mi recuerdo estarás sola:
viviré sin cesar en tu presencia,
mientras el lago aquél tenga una ola;
mientras el bosque aquél… guarde una esencia.

Mientras que de tu pecho en los ardores
des a mi imagen cariñoso abrigo;
mientras reces por mí, mientras me implores,
mientras me quieras, estaré contigo.

¿Sabes cuándo, en la vida, estarás sola?
¿Cuándo no me verás en tu presencia?
Cuando en el lago aquél no haya una ola.
Cuando el bosque aquél no haya una esencia.

¡Ay…! Cuando de tu pecho en los ardores
a mi imagen no des cálido abrigo,
cuando por mí no reces, ni me implores,
ni me quieras, tú, sí estarás conmigo.

Julio Flórez

¡Ay! ¿Cómo quieres que tu madre encuentre
en este mundo bienhechora calma,
si le desgarras, al nacer, el vientre,
y le desgarras, al morir, el alma?

¡Y esa madre infeliz, cómo a porfía
quiere darte, en el mundo, horas serenas,
si en la leche fetal con que te cría,
bebes tú… todo el zumo de sus penas!

¿Cómo quieres, mortal, que en la existencia
tu esposa guarde fiel tus atributos…
si tú mismo, al robarle la inocencia,
le enseñas el deleite de los brutos?

Hombre, eres pasto de un rencor violento:
al mal te empujan invisibles manos;
vives, y te devora el sufrimiento;
mueres, y te devoran los gusanos.

Julio Flórez

Cuando bajo la comba de la nave,
del vasto templo, rezas con fervor,
y tu oración se eleva, como un ave,
del órgano al gemido vibrador,

desde un rincón oscuro te contemplo,
fijos los ojos en el viejo altar,
en tanto que en los ámbitos del templo
el órgano parece sollozar.

Mientras se va tu espíritu del mundo,
de la infinita claridad en pos,
exclamo a solas con dolor profundo:
¡ah, si me amara a mí… como ama a Dios!

Julio Flórez